Tomo un libro grueso de mi biblioteca para equilibrar una lámpara en la mesa de noche, y días después me doy cuenta que es Infantería, la antología personal de Guillermo Cabrera Infante, uno de mis libros favoritos.
Pudo ser tal vez a finales de los años setenta cuando conocí en una fotocopia universitaria un cuento de su primer libro titulado Así en la paz como en la guerra, obra que había sido una de las más reclamadas por los lectores cubanos en su momento y luego a nivel latinoamericano, siendo inclusive hoy por hoy un libro de culto. El cuento al que me refiero es aquel titulado Josefina, atiende a los señores y para mí era como quien dice el descubrimiento del monólogo y la certeza de que aquello era también posible en literatura. Luego vinieron un par de relatos más de ese mismo libro y después la experiencia de lo que por mucho tiempo consideré la lectura más disfrutada y festiva que hubiese tenido jamás. Estoy hablando de mi encuentro con Tres Tristes Tigres al que he vuelto por los menos dos o tres veces más, por distintas razones: para disfrutar una vez más la delicia de su lectura, para buscar claves y rastros de la cultura musical de la noche cubana, y como un campo abierto y propicio para la indagación de mis veleidades lingüísticas y semiológicas. Y en cada una de esas tres ocasiones, confieso que la experiencia ha sido igualmente gratificante, y ante todo un renovado estímulo lúdico e intelectual, motivaciones que sin duda son el resultado de su inteligencia como poeta, como autor, y de su gran capacidad de irreverencia centrada fundamentalmente en el lenguaje y en su personal concepción para asumir las formas y los esquemas literarios.
Después, su libro un Oficio del Siglo XX que acababa de prestarme un amigo me enseñó que sin ver cine no podía entender ni disfrutar todo aquel complejo mundo de metalenguajes lleno de referencias y claves secretas que producían en mí la insoportable desazón de la ignorancia. Era claro, para entender a Caín necesitaba familiarizarme con la quijada, que en este caso era mucho más que las películas mexicanas que había visto en mi pueblo, más que por interés cinematográfico por la curiosidad de descubrir que era lo que había mantenido a mi abuelo tan interesado en el cine gran parte de su vida.
Con los años fueron llegando otros libros, textos sueltos, entrevistas, más textos de cine (especialmente sus ensayos sobre Orson Wells), sus Vidas para leerlas, sus insoportables Exorcismos de est(l)o, y su exquisito libro de viajes titulado El libro de las ciudades, que me han servido para completar mi admiración por su escritura y mi comprensión de su compleja y conflictiva personalidad. Y para reconocer un talento decididamente poético que nunca quiso ejercer las formas de la poesía convencional porque gozaba más la libertad de construir sentidos destruyendo sentidos en un oficio que le daba mayores provechos inscribiéndose en los peculiares formatos narrativos que siempre ha cultivado, y en los que nunca ha tenido el más mínimo reproche su indiscutible originalidad. En ese sentido es clara la postulación de su escritura como un hecho poético que funda su esencia literaria no en las pretensiones lineales del relato sino en la tensión permanente a la que somete el lenguaje recreándolo, reinventándolo, destruyéndolo, violentándolo, corrompiéndolo, entre otras bendiciones y vejámenes.
Es clara la postulación de su escritura como un hecho poético que funda su esencia en la tensión permanente a la que somete el lenguaje recreándolo, reinventándolo,
destruyéndolo, violentándolo, corrompiéndolo, entre otras bendiciones y vejámenes.
Cabrera Infante ha sido siempre un animal raro en la literatura latinoamericana. Sus veleidades con el juego y la broma son solo comparables en ese sentido a las de Cortázar, relación que tal vez para algunos resulte imposible debido a las antípodas personales, culturales y políticas en las que estaban ubicados. De todas formas la indeclinable cubanía, el lucimiento fascinante de su información y su cultura, los lujos de su inteligencia, lo inscriben con su obra en un complejo universo de formas alteradas y anómalas en el contexto de un sincretismo cultural cuya marca es la intertextualidad, la paráfrasis, la alusión, la parodia, el más complejo repertorio de recursos gráficos y sonoros relacionados con la música, la historia, el cine, la literatura, la política, la danza, los lugares, los personajes, que añaden al placer de la revelación poética el goce de la exclusión; es decir, el disfrute de que el otro, el lector, no entienda.
Esta antología del Fondo de Cultura Económica es en verdad una gran oportunidad de reencontrarse con este autor en los predios múltiples de una edición que recoge casi toda su obra. Son más de 1.100 divididas en cuatro partes, que incluyen: 10 textos del libro de relatos Así en la paz como en la guerra; 57 textos del libro Un oficio del siglo XX; la novela Tres tristes Tigres casi completa; 5 textos del libro O; 45 textos de Exorcismos de esti(l)o; 21 ensayos cinematográficos de Arcadia todas las noches; Todo Vista del amanecer en el trópico; 10 ensayos del libro Mea Cuba; y 30 textos varios sobre literatura.