La irracionalidad es terrible prédica puesta al público, arma atroz en manos irresponsables. Sí, noble lector, la irracionalidad es el veneno mortal empleado por el irresponsable, peor que el del escorpión o cualquier serpiente peligrosa, porque la irracionalidad es usada por el irresponsable sin límite alguno, mientras el amigo escorpión o la respetada serpiente usan su veneno únicamente para la defensa o sobrevivencia.
El editorial del Diario del Norte (viernes, 11 de agosto de 2017) es irracional e irresponsable. Usa conceptos sin argumentos y categorías desprovistas de fundamentación. Nada más fácil que escribir así, sobre todo si quien escribe no encuentra en el interés común mesura para su pluma.
Más parece el editorial, por ejemplo, un cura chapetón del siglo XIX lanzando ofensas desde el púlpito contra los ejércitos libertadores o “cualquier” conservador en los años sesenta azuzando la violencia contra las “repúblicas independientes”, que un escrito de un medio de comunicación moderno y serio, en un país que también pretende encaminarse hacia la modernidad, tanto en lo político, como en lo social y económico. ¡Cuánto daño hicieron los unos y los otros!
Encubierto en una muy floja imagen de demócrata, este diario, en el mencionado editorial, alerta por el peligro “castrochavista” que evidencian las encuestas para la presidencia de Colombia, las cuales muestran como ganadoras a figuras tan distintas como valiosas, Gustavo Petro, Claudia López, Clara López, Jorge Robledo y Navarro Wolf. ¿No es parecido esto a la calumnia que empujaba a los chulavitas contra los seguidores de Gaitán? ¿Cuántos muertos más determinados, entre otros, por los editoriales de diarios que “alertan” contra aquellos que piensan distinto a quienes gobiernan? Sin embargo, no alertó este diario contra las intenciones corruptas de los gobernadores(as) de aquel departamento que ve morir de hambre a sus niños, cuando era evidente que quienes se turnaban en ese cargo, hacen parte de una misma red de ilícitos.
Empeñado en una práctica de Goebbels[1], también reprocha relaciones entre fuerzas políticas y personas que desde hace años se han empeñado en la solución política, como Marcha Patriótica, las Farc, Piedad Córdoba y el Presidente Maduro. Sobre el irrisorio y nada sólido argumento de “que para nadie es un secreto” la tal relación, busca hacer ver que esas fuerzas y personas aspiran en Colombia al continuismo del llamado castrochavismo, invento que nadie, ni de derecha ni de izquierda, ha definido conceptualmente, ni llenado de contenido. No obstante, el trillado castrochavismo es usado por la derecha para generar temor y obtener votos.
Para vergüenza de aquellos que profesan la noble labor del periodismo de manera honesta, este editorial señala que el acuerdo de paz es positivo para la democracia, pero las encuestas “dan un mal presagio”. Seguramente, el tal editorial aceptaría como buen presagio para la democracia una encuesta que dé como ganador a quienes han gobernado desde siempre, lo que para el ilustre diario no significaría continuismo, ni absolutismo, ni autoritarismo, y mucho menos democracia privada, conceptos estos que más se ajustan a nuestra realidad e historia de país, donde las mismas familias usurpan el poder desde hace casi doscientos años; donde ese poder absoluto e implacable, combinando frac, camuflado y muchas veces sotana, aplicó corte de camisa o de corbata y, más recientemente, la motosierra contra la oposición política y social; donde ese poder autoritario gobernó con estado de sitio, excepción[2] o conmoción, a partir de 1949, por más de treinta y cinco años, según estudios serios y fundamentados que, al parecer, están lejos de la vista del Diario del Norte, porque sus preocupaciones están más en el vecino país de Venezuela.
Hablan estos señores de democracia participativa, en un país como el nuestro donde el porcentaje de participación electoral promedia un pírrico 46%. Para las presidenciales de 2014, en la primera vuelta la abstención alcanzó el 60% y en la segunda vuelta alcanzó 52%. Pretenden, a punta de enredos, señalar la paja en el ojo ajeno, hablando de democracia privada en otros países, cuando aquí mismo las élites de los partidos tradicionales se repartieron formalmente el poder durante dieciséis años, mientras que de manera informal o soterrada lo han hecho permanentemente.
Afortunadamente, el acuerdo de paz consigna en sus páginas una apertura democrática que pretende, precisamente, abrir las compuertas para la participación desde los territorios a quienes han sido excluidos desde siempre, para dar voz y voto a aquellos con quienes este Estado tiene una inmensa deuda. Seguramente, esto no es bien visto por ese periódico, pero, muy a pesar suyo y a beneficio del país, la democracia empieza a olfatearse. Para que su leve aroma a frescura y renovación política no sea arrastrada por el vendaval fétido y sanguinolento de la violencia, los medios de comunicación deben dejar de actuar irresponsablemente, asumiendo un rol de construcción democrática, para un país en paz en el que quepamos todos y todas.
Lo que para este periódico es mal presagio, es un buen augurio para Colombia: buen augurio para quienes sí consideramos posible vivir en paz, separando la difamación y la mentira tanto de la política como del periodismo; desistiendo de la palabra solapada e hipócrita que promueve la violencia desde el teclado o la pantalla; recorriendo orgullosos la ruta reconfortante del perdón y la reconciliación, y disponiendo nuestros corazones para el debate con altura que construya nación, democracia y valores, como la tolerancia, el respeto y la responsabilidad.
[1] Político Alemán que a partir de 1930 sentó los principios de la manipulación de las masas a través de la propaganda. Con la llegada al poder de Hitler, fue nombrado ministro de Ilustración Popular y Propaganda, cargo desde el que trató de ganar la voluntad de los alemanes en favor del partido nazi. Biografía y vidas. La Enciclopedia biográfica en línea.
[2] ECHEVERRI Duque, Sebastián. Los estados de excepción en Colombia: un estudio de caso. Junio de 2014. Sobre el particular concluye: “el estado de excepción se convirtió hasta 1991, no en un método extraordinario sino en un elemento ordinario de las políticas de los gobiernos, pues era utilizado regularmente sin controles ni materiales ni formales”.