Rodrigo Saldarriaga y Guillermo Asprilla, fueron dos luchadores, dos hombres de consciencia transformadora, dos militantes de izquierda que durante décadas entregaron su vida al proceso de consolidación de una apuesta política capaz de cambiar las estructuras del país. Uno, Saldarriaga, hizo presencia activa en el MOIR desde los años setenta, el otro, Asprilla, siempre inmerso en el seno del M-19 fue uno de los hombres tras bambalinas de la constitución del 91.
Saldarriaga dejó su estela de burgués rebelde desde sus años de universidad volcando sus sueños en el ámbito del teatro, Asprilla supo ejercer de manera excelente su profesión de abogado defendiendo causas sociales para otros invisibles. Coincidencialmente ambos fallecieron el mismo fin de semana de Junio, separados por un puñado de horas, posiblemente ni siquiera llegaron a conocerse. Como si el destino quisiera unir sus almas después de su periplo terrenal.
Estos fallecimientos, marcan el comienzo de lo que parece inminente: la izquierda dirigente actual tiene sus años de vida contados. En el contexto de la tercera vía santista, que a nivel mediático busca reducir a su mínima expresión la necesidad de hablar de izquierdas y derechas, se encuentra naciente una generación de dirigentes, algunos con voz propia, otros como portavoces de posiciones heredadas, que se perfilan a futuro como la nueva dirigencia alternativa colombiana.
Mucho se debate sobre la idoneidad, transparencia y compromiso de los dirigentes de la izquierda actual, quienes ejercen su papel desde la institucionalidad partidista, el sector sindical, las ONG y los movimientos sociales. Sin embargo, poco se habla del recambio dirigencial y del inminente relevo generacional. El presente texto pretende hacer aportes sobre las lógicas, estrategias y principios que la nueva izquierda podría asumir para afrontar los retos que el futuro político despliega.
Las antiguas generaciones
De la generación de izquierda nacida a principios del siglo XX de la cuál hacen parte Diego Montaña Cuéllar, Gilberto Vieira White y Gerardo Molina pasando por la de los tiempos de impacto de la revolución cubana, los hermanos Vásquez Castaño y Camilo Torres, hasta llegar a la "generación muro de Berlín", Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, Oscar William Calvo, entre otros, se llega a un periodo histórico como el actual, en donde los referentes teóricos casi por arte de magia han desaparecido.
El fracaso de la URSS y Cuba, y el auge de la nueva izquierda latinoamericana en los últimos lustros, marca un periodo en donde se invoca el pragmatismo y la desideologización. En este campo hay un contraste entre lo que ocurre en los años 90 y lo que ocurre en el comienzo del nuevo milenio.
Las voces encabezadas por Francis Fukuyama, Daniel Bell y otros, que anunciaban, a propósito de la caída del muro de Berlín, el fin de las ideologías y que encontraron años después en la tercera vía de Blair un refugio teórico cómodo y aplicable, terminaron por diezmar el avance de todo proyecto transformador en la sociedad colombiana. Ni siquiera la emergente Alianza Democrática M-19, que incursionó con innegable éxito en el campo electoral, pudo sobrevivir a los embates de la consolidada y casi todo poderosa realpolitik de la primera parte de la década del 90.
Las nuevas realidades a lo largo y ancho del continente, con los gobiernos del PT en Brasil y el Frente Amplio uruguayo, sumados a los proyectos progresistas de Ecuador y Argentina y los alineados al Socialismo del siglo XXI, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, redefinieron el papel de la política latinoamericana y probablemente mundial al ofrecer proyectos de gobierno con programas alternativos, transformadores y yuxtapuestos al binomio liberal-conservador global. Dichas experiencias de poder hicieron posible que una descreída camada de militantes, intelectuales y políticos de izquierda retomaran la fe en la utopía, definida por
Lezlek Kolakovski como “la consciencia mistificada de una tendencia histórica real” (El hombre sin alternativa. Sobre la posibilidad e imposibilidad de ser marxista, 1970).
Dicho proceso, que asimiló las trayectorias anteriores de lucha, tuvo en Colombia - en el Frente Social y Político y la consolidación del Polo Democrático Alternativo, 2000 a 2008 - la versión nacional de una corriente de pensamiento y acción que, a diferencia de las experiencias de otros países anteriormente mencionadas, por razones diversas, no finalizó con la conquista del poder.
La nueva formación de los sectores alternativos
Hablar de una nueva formación, y en especial referirse a una nueva izquierda generacional, implica desligar lo nuevo de lo novedoso. Ser novedoso no significa necesariamente ser joven, es más, tras ese falso ropaje, que intenta cambiar rostros sexagenarios por caras que no llegan a los 30 años, se intenta perpetuar, a través de los advenedizos, la consolidación de viejas políticas, dogmas, postulados anacrónicos expresados por nóveles participantes.
Parte de la nueva dirigencia sindical, política e intelectual que se instala en el territorio de la izquierda cumple con la condición de lo novedoso, mas no de lo nuevo. El auge de los llamados "delfines" en la política, que siguen al pié de la letra el libreto de sus antecesores (Los Galán, Gaviria, Serpa entre otros) ratifican que lo novedoso conspira contra la renovación política.
Dentro del recambio no sólo se requieren caras nuevas y jóvenes, sino cambios profundos en las prácticas políticas y enfoques programáticos. Dichas transformaciones deben incluir, por supuesto, el acceso a las estructuras de poder de los partidos de militantes, simpatizantes y nuevos líderes diferentes a las castas y gremios tradicionales.
En dicha dirección, la de abrirle espacios a quienes no los tienen, y a su vez, ubicándonos en el contexto actual, se encuentra una amplia gama de movimientos sociales, grupos de presión ciudadana y asociaciones comunitarias que se convierten en la esperanza renovadora de la izquierda a futuro.
Nuevos dirigentes provenientes de la entraña de estos procesos como el senador electo Alberto Castilla (movimiento campesino del Catatumbo), Andrés Gil (Marcha Patriótica, Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra), Sergio Fernández y Jairo Rivera (MANE) le devuelven al campo alternativo la confianza, ofreciendo modelos de dirección más creativos, más cercanos a la movilización social y sobre todo menos burocratizados que los liderazgos precedentes.
Los retos de la nueva generación
Enmarcados en un tipo de liderazgo con alcances diferentes, presumiblemente sin los viejos condicionamientos y vicios que arrastran la actual dirigencia de la franja independiente, los adalides del recambio deben superar el verticalismo histórico que carcome los intentos de unidad y encontrar nuevas maneras de relacionar su proyecto político con la ciudadanía de a pie.
La experiencia de gobierno de la Bogotá Humana de Gustavo Petro, recoge algunos de esos intentos por redefinir el papel de la izquierda con la ciudadanía desde posiciones de poder. Los aciertos por desburocratizar e incluir a más capas poblacionales en el rumbo de la ciudad se convierten en un referente interesante de democracia directa a tener en cuenta para el proyecto futuro. Los avances de la alcaldía de Petro encaminados a poner en el centro del debate el tema de lo público y hacer de la inclusión una bandera principal marcan una estela que debe ser aprovechada por gobiernos progresistas venideros.
Probablemente sea precipitado afirmarlo, pero ante la ausencia de legitimidad y el exceso de verticalismo de los partidos políticos con personería política actuales, emergen condiciones suficientes para el crecimiento en fuerza y en número de los movimientos sociales y colectivos basados en los principios de horizontalidad, trabajo en red, descentralización y toma de decisiones más colectivas que ya no obedecen al viejo axioma de comité central y militancia.
La confluencia, aceptando la pluralidad y la divergencia, se convierte en el reto de quienes asuman las riendas a futuro de la franja alternativa. La cartografía de la lucha social y la presencia continua de la memoria de conquistas anteriores servirán como referente de primera mano para atravesar los escenarios políticos venideros.
La lucha contra la corrupción, las maquinarias y el encuentro directo con la ciudadanía, sin caer en oportunismos o gatopardismos coyunturales, fortalecerán no solo coaliciones futuras sino un proyecto político capaz de sobrevivir exitosamente frente a los persistentes intentos de cooptación de los líderes principales por parte de los sectores de poder. Este es uno de los motivos de primer renglón en el listado actual de razones por las cuales el proyecto alternativo terminó convertido en un archipiélago de veleidades sin un norte común.
Para sobrevivir y triunfar, las izquierdas y sus direcciones futuras seguramente deberán dejar a un lado los interminables debates de forma, el “infantilismo de izquierda” al que tantas veces Lenin hizo alusión, para zanjar de manera civilizada e interna las desavenencias, poniendo en primer plano la revisión minuciosa del accionar pasado, presente y futuro del establecimiento a fin de trazar un plan de acción más racional y menos sometido al azar y a las conveniencias personales de unos cuantos. El pasado de la izquierda acumula valiosas lecciones, el futuro comporta claves para la superación de las limitaciones del presente. Manos a la obra.
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