¿Realmente podría Colombia convertirse en otra Venezuela?

¿Realmente podría Colombia convertirse en otra Venezuela?

"Usar la tragedia del vecino país como ventaja política de persuasión y manipulación no solo es ruin sino desatinado". Análisis

Por: Camilo Insuasty
diciembre 22, 2020
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¿Realmente podría Colombia convertirse en otra Venezuela?
Foto: @NoticiasONU

La curiosa premisa de que nos convertiríamos en una segunda Venezuela si el candidato del uribismo no ganaba las pasadas elecciones presidenciales tuvo bastante repercusión y resonancia en un amplio sector de la población habilitada para votar. Es un discurso simple pero poderoso que se articuló perfectamente con las repetidas y lamentables imágenes de decenas de miles de venezolanos huyendo de su país en búsqueda de oportunidades laborales tanto en Latinoamérica como en otras partes del mundo. Esta catástrofe humanitaria sin precedentes en la región fue fría e inteligentemente aprovechada por la propaganda electoral del uribismo.

A raíz de esto es cotidiano escuchar o leer opiniones de indignados y eufóricos ciudadanos donde dan por hecho de que un gobierno distinto al uribismo conduciría a Colombia a una inevitable ruina económica en donde ya no habrá comida tres veces al día en nuestras mesas, las empresas quebrarían y cerrarían sus instalaciones y en últimas terminaríamos como parias por las carreteras del continente, entre otras apocalípticas predicciones.

Sin embargo, y a pesar de que este imaginario está más que enquistado en la mente de millones de colombianos, es necesario abordar la cuestión con algo más de seriedad e incluso con una necesaria dosis de sentido común, y es que realmente no nos han dicho cómo Colombia podría correr la misma suerte que Venezuela.

Partamos de ello, de lo evidente: los países no son iguales como tal, por más de que compartan características similares como el idioma, algunos recursos naturales, algunas costumbres, religión, entre otros, en realidad son factores secundarios que no determinan la homogenización de dos o más sociedades, tampoco lo hacen sus políticas fiscales y posturas ideológicas, solo por citar unos ejemplos: el capitalismo de EE. UU. es diferente al de la Unión Europea; el socialismo de la URSS fue diferente al comunismo chino; Cuba y Venezuela tienen sistemas productivos (y de planificación diferentes) por más de que políticamente haya una simbiosis entre ambos. He ahí el sinsentido, y la inexactitud, del castrochavismo como arma discursiva para infundir pánico. Pero ¿por qué los países no pueden ser homogéneos? (de hecho cabe mencionar que la disolución del Bloque Soviético se dio en virtud de las diversas tensiones étnicas y nacionalistas dentro de la Unión) Son muchos los factores que podríamos mencionar pero abordemos superficialmente uno que aunque parezca secundario, en realidad es crucial: los recursos y el aparato productivo de cada país.

Ya habíamos mencionado que los países pueden tener en común ciertos recursos naturales y económicos, por ejemplo tanto Colombia como Venezuela tienen petróleo, pero Colombia no es un país petrolero, es más, sus reservas se estiman para un periodo máximo de hasta 30 o 40 años, un poco más si se aplicara el polémico fracking; Venezuela en cambio sí es un país petrolero, tiene reservas para un par de siglos (el 25% de las reservas mundiales están en el país vecino) y hace parte de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) junto con Arabia Saudí, Irán, Irak, Kuwait, Argelia, Angola, Ecuador, Libia, Nigeria, Emiratos Árabes Unidos, Gabón, Catar e Indonesia. Esto ya marca de entrada una profunda diferencia entre Colombia y Venezuela. El vecino país ya ha tenido problemas asociados al petróleo en décadas pasadas, e incluso tuvo periodos de desabastecimiento —en menor medida que el actual— en algunos pasajes del siglo XX. Es decir, más allá del chavismo, la administración de las inmensas cantidades de petróleo en Venezuela ha representado siempre un reto.

Este breve escrito no pretende —no hay forma de ello— eximir al chavismo de su responsabilidad en la hecatombe y debacle de la economía venezolana, pero sí tiene como propuesta poner sobre la mesa algunas características históricas, económicas, sociales y situaciones específicas que llevaron a Venezuela al abismo en el que se encuentra hoy en día y cómo estas pueden ser o no comparables con Colombia.

Retomemos un poco el hilo sobre la inexistencia de la homogenización entre países con un ejemplo sencillo: usted ha visto cientos de venezolanos por las carreteras, semáforos, calles y parques de su ciudad, algunos se han quedado mientras que otros siguieron camino incluso a latitudes tan distantes como las del sur del continente hasta la Patagonia; es una situación terrible y dolorosa, es sin más, el éxodo más grande en el hemisferio occidental del que se tenga datos. Sin embargo usted no ha visto a miles de bolivianos, argentinos, uruguayos, ecuatorianos y brasileros deambular por nuestras calles en búsqueda de cualquier oportunidad laboral o de caridad, ¿por qué estás nacionalidades? Sencillamente porque los ciudadanos de estos países fueron gobernados por Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner, José Mújica, Rafael Correa y Lula Da Silva/ Dilma Rousseff, nada más y nada menos que los más importantes aliados regionales de Hugo Chávez. ¿Por qué no hemos visto una debacle tal en estos países de agenda progresista?, ¿acaso no se da por hecho inamovible que el país en donde gobierne la izquierda está destinado a la catástrofe tal como afirma el uribismo? pues bien, los hechos demuestran lo contrario en razón de que el éxito o el fracaso de una nación depende casi que en su totalidad de las mismas determinaciones y decisiones internas, más no de una alienación ideológica.

Con respecto a lo anterior cabe traer a colación algunos éxitos como el crecimiento sostenido de la economía boliviana (por encima de Colombia en ciertos periodos de tiempo), la revolución educativa y de infraestructura de Ecuador, la salida del umbral de pobreza de treinta millones de brasileros y la estabilidad de Uruguay; un caso aparte es Argentina, país con la segunda mayor inflación sostenida en Latinoamérica después de Venezuela, sin embargo este caso, así como también los de relativo éxito, corresponden a un análisis más detallado y particular. Argentina ha venido arrastrando inmensos problemas económicos y sociales desde hace décadas, por no decir siglos.

Pues bien, si estos países progresistas/socialistas/de izquierda o cómo los quieran llamar no se derrumbaron estrepitosamente como Venezuela (y en algunos casos tuvieron una estabilidad monetaria y social) entonces, ¿cómo se explica el caso venezolano? Pues he aquí el quid del asunto.

En el vecino país confluyen una serie de problemáticas tales que han creado el ambiente propicio para una verdadera tormenta: corrupción exacerbada, tasas de cambio desniveladas unas de otras, casi veinte años en decrecimiento económico, un nefasto sistema de control de precios, una recesión continua y aguda de media década, un default económico en relación a la deuda, imposibilidad e inestabilidad en captar capitales extranjeros (entre otras porque el mercado internacional impone a Venezuela tasas altísimas en relación a otros países latinoamericanos), la pulverización del salario de los venezolanos, la incapacidad de permear el aparato productivo con dólares (por ejemplo la importación de maquinaria), la emisión de papel moneda representado por el elevado gasto público, papel moneda sin valor que lo soporte, esto hace que haya demasiados billetes circulando para poder captar los pocos productos que el debilitado, precario —y militarizado en gran parte— aparato productivo venezolano puede llegar a sacar al mercado, es por ello que los precios se dispararon hasta la hiperinflación actual.

A lo anterior sumémosle un régimen autoritario —en mi concepto aún no alcanza a ser una dictadura plena— con vínculos con el narcotráfico, acusado (con fehacientes pruebas) de sistemáticas violaciones a los DD. HH., con un sistema democrático de fachada demostrado en cada puesta en escena de eso que el chavismo llama elecciones, entre otros tantos. Ahondar en cada una de las situaciones anteriormente descritas, aunque necesario, sería engorroso. Sin embargo, es pertinente añadir que: la corrupción del régimen chavista esfumó millones de dólares de la bonanza petrolera, pero además de ello, Venezuela no tuvo la visión y la noción de ahorro en la bonanza, como si lo hizo por ejemplo Noruega. Con respecto al aparato productivo, Venezuela no lo diversificó y peor aún, no tecnificaron a PDVSA sino que por el contrario, el creciente gasto por la ampliación descomunal de personal puso en jaque a la compañía, esto sumado claro está a la injerencia de los militares en ella. Hoy Venezuela tiene las mayores reservas del mundo sin poderlas explotar. Muchos dicen que realmente no es Maduro el problema sino la cúpula militar que lo rodea y lo sostiene.

El régimen en su afán por sobrevivir se ha hecho de aliados poderosos: Irán, Rusia y China, los cuales en algo han venido y seguirán ayudando al chavismo (no lo hacen gratis claro está) para una paulatina y lenta reactivación de la economía, sin embargo, reconstruir una economía después de semejante descalabro tomará como mínimo una década. Es imperioso que Maduro y el chavismo salgan del poder, ojalá no por la maltrecha y hasta ridícula oposición venezolana encabezada por Guaidó y demás, ya que el pueblo venezolano merece mucho más que eso. Sin embargo es más que evidente el rotundo fracaso de Maduro y su gobierno y ni siquiera hay un ápice de vergüenza y muy poca autocrítica.

Como se ha descrito, y aunque los bloqueos económicos solo empeoran y precarizan la situación, es el chavismo el directo responsable de la tragedia humanitaria causada a millones de venezolanos, sin embargo, tomar esta tragedia como ventaja política de persuasión y manipulación no solo es ruin sino desatinado, ¿podría Colombia convertirse en una segunda Venezuela, tal y como lo profetiza el uribismo? Bueno, en primera medida habría que cometer todos los errores del chavismo (durante al menos diez años consecutivos) entre los que se destacan el control de precios y la emisión de papel moneda para cubrir el gasto público, gasto derivado de políticas sociales a partir de una bonanza petrolera que Colombia hoy no tiene, y no va a tener, y que de hecho ya tuvo. Es importante hacer hincapié en que la caída de la economía venezolana empezó desde antes de que los precios del petróleo se vinieran al suelo, de hecho, los problemas empezaron a gestarse cuando el precio del barril de petróleo oscilaba entre los 100 dólares.

El chavismo se valió del petróleo para impulsar sus grandes e innegables reformas de protección social, en Colombia Ecopetrol no es equiparable con PDVSA, pero además de ello no se ve en el horizonte una militarización del aparato productivo ni de la empresa petrolera de los colombianos; mucho menos viniendo de la izquierda y es que en además se debe mencionar otro aspecto clave: en Colombia no existe el chavismo. ¿De dónde salió Hugo Chávez? De las entrañas mismas del ejército. De hecho de una Fuerza Armada de tendencia izquierdista, cosa que en Colombia es abiertamente al contrario. Sin apoyo bélico, no hay proyecto autoritario que pueda constituirse.

En Colombia, el proyecto izquierdista, que no necesariamente implica la existencia de un planteamiento chavista sobre unas reservas de petróleo que no hay, es deforme y confuso. No hay posibilidad alguna por ejemplo de que el naciente partido/quimera Farc pueda llegar al poder; los llamados sectores alternativos se cierran las puertas unos a otros y no hay lineamientos claros. Gustavo Petro por su parte tiene todo en contra para convertirse en el temido caudillo dictatorial que tanto “teme” o más bien vende el uribismo.

La separación de poderes, que realmente no parece tal, ha favorecido históricamente a la clase política tradicional, los medios de comunicación masivos están en manos de importantes conglomerados económicos; el Congreso de la República es un terreno en donde la oposición, debido a su desorden, y también a factores como las ya posicionadas casas políticas regionales, impiden que la izquierda sea mayoría. En resumen, sería un gobierno en principio bloqueado. Pero tampoco veo a un Petro comandando a unas Fuerzas Armadas, de por sí de carácter antiizquierda, para imponer un autoritarismo, y tampoco creo que a él le interese jugar ese papel. Han llegado hasta la locura de sugerir que se armarían grupos armados en las ciudades similares a los colectivos chavistas. Un disparate total.

Lo anterior dicho fue en términos pragmáticos, ahora en cuestiones de fondo tampoco veo propuestas tan desfasadas de la realidad como el control de precios o la emisión sin medida de papel moneda. Si uno evalúa la alcaldía de Petro, con sus aciertos y errores, se encuentra que la propiedad privada nunca estuvo en peligro, ni la soberanía alimentaria de la ciudad ni la inversión extranjera. Referencio esto debido a que Petro es quien hoy por hoy tiene mayor capital político para enfrentar al uribismo, aunque este último catalogaría al mismísimo Fajardo (si hasta lo hicieron con Santos) de comunista.

Los problemas de Colombia son distintos a los de Venezuela, pero son igual de graves. Extensas zonas de la geografía están desprovistas de cualquier vestigio de Estado. Es el narcotráfico y sus escuadrones de la muerte el común denominador, junto a otros actores detrás de otras economías ilegales, los que son voz y autoridad en cientos de municipios donde amedrentan a la población civil y dejan una estela de muertos a diario. Un narcotráfico legitimado y permeado en la economía nacional y en las altas esferas de la política representada por el uribismo. Una deshumanización de muchas poblaciones en términos de salud, vivienda digna, educación y empleo. Las cifras de niños muertos por desnutrición y por enfermedades curables en pleno siglo XXI son más que dicientes.

Un aparato criminal paraestatal que mantiene a flote la violencia política. Millones de Colombianos que viven bajo el umbral de la pobreza y que han sido condenados al rebusque diario en prácticamente cada semáforo de nuestras ciudades. Un gobierno altanero en aras de proteger a su máximo líder, además de oponerse abierta y también entre las sombras, a la implementación de los acuerdos de paz. Un gobierno obtuso que se mantiene en una línea fracasada de una ilusoria guerra contra las drogas, y es que mientras durante el día hacen incautaciones y golpes irrelevantes para el gran conglomerado que es el narcotráfico, de noche comparten en parrandas vallenatas con fanfarrones, pero al fin y al cabo testaferros, de grandes capos de la mafia. Unos clanes políticos enquistados en el poder y depredadores del erario. Un desempleo palpable, diciente y maquillado y una violencia desaforada que se traduce en cerca de 90 masacres en lo que va del año y cientos de líderes sociales asesinados. A pesar de lo evidente, la clase política lejos de apersonarse realmente de estos problemas, en lugar de ello infunde pánico en la población so pretexto de convertirnos en Venezuela, pero sin una mayor discusión de fondo. Demagogia pura.

Ojalá el uribismo estuviera presto a debatir estos puntos, pero es que en definitiva y sin el ánimo de ofender percibo que, salvo unos pocos, los políticos uribistas no tienen ni idea de lo que es comunismo, socialismo, o tan siquiera capitalismo. A todo el que les incomode lo llaman comunista, y hasta satanizan que los opositores se compren una moto como vimos en el caso del actor Julián Román. Es una empresa discursiva de miedo, falta de veracidad y de desinformación que además en el fondo no le temen al socialismo como tal sino a perder sus prebendas y aleatorios cargos en el Estado. No obstante ellos muy bien saben que las cada vez más numerosas y preparadas nuevas generaciones no tragarán entero cualquier discurso.

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