No entiendo por qué algunas personas escriben en sus redes sociales que es gracias a los programas emitidos por canales de televisión que los niños y adolescentes adoptan determinadas actitudes, que todo lo que ven y lo que escuchan los está influenciando de manera negativa, que la escuela no está cumpliendo con su labor porque se presentan sucesos horrorosos que involucran a menores de edad. Cuando veo ese tipo de comentarios no puedo pensar en otra cosa que no sea en lo mal que estamos como sociedad, pues claramente el problema no tiene que ver con lo que transmiten los medios de comunicación o la falta de compromiso de los docentes; el problema radica en la actitud apática de la mayoría de los adultos de su círculo más cercano que no prestan atención a lo que requieren en cada una de sus etapas de vida.
Por ejemplo, para no ir lejos se puede ver la falta de formación y acompañamiento por parte de aquellos padres que creen que por proveer de cosas materiales a sus hijos ya son los mejores del mundo, de los que consideran que el proceso formativo de un ser humano es responsabilidad única y exclusiva de las instituciones educativas; sin pasar por alto esos entornos familiares en los que al llegar a casa no hay orientación de ningún tipo a los menores, esos lugares en los que se limitan a sentarse junto a ellos a ver contenidos de televisión sin entablar un diálogo reflexivo acerca de lo que allí se presenta, de los que dejan que sea una telenovela, un programa radial o el internet los que les brinden información acerca del mundo y ni que hablar de la situación de miles de niños que son abandonados y quedan bajo responsabilidad de entidades en las que el desarrollo afectivo es casi nulo.
Razones por las cuales suceden actos reprochables de niños y adolescentes e incluso de los mismos adultos puede haber muchas, pero sin duda uno de los problemas, y el que considero el más grave de todos, es que se piense en los actos correctivos por encima de los formativos, que creamos que la solución es aplicar condenas más fuertes, que el castigo sea cruel y se convierta en espejo para que otro lo piense dos veces antes de hacer lo mismo, que nos convirtamos en una sociedad en la que estemos regulados por el miedo en lugar de plantear alternativas o tomar una posición activa en la sensibilización acerca de lo que implica convivir, no como un acto de tolerancia, sino como la interiorización de la existencia de unos mínimos de respeto que inician por el propio cuerpo, el reconocimiento de otredades y del espacio que habitamos.
Qué fácil es quedarnos en la superficialidad del problema; que simple es culpar al colegio, a los medios de comunicación o al internet y librarnos de toda responsabilidad, pues de esta forma nos evitamos el momento incómodo de detenernos para encontrar el trasfondo, de pensar cuál es nuestro grado de responsabilidad y sobretodo de plantear alternativas que involucren el cambio desde pequeños actos cotidianos.