Reajuste de prioridades
Opinión

Reajuste de prioridades

Por:
julio 12, 2013
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Cuando mi papá nos decía que éramos hijos de papi y mami, príncipes y princesas en nuestro reino de mentiras, nunca alcancé a comprender lo que nos quería decir y lo tomé siempre como un regaño. De niño lo tuve todo, el Niño Dios siempre fue generoso y respondía todas las peticiones que con letra gorda escribía en la carta y colgaba con ansias en el árbol. Todo fue mágico, sin problemas ni vicisitudes que dieran freno al mundo de fantasía e ilusión que se creaba alrededor mío. Tampoco fui un niño malcriado de esos de hoy en día que viven pegados a sus Gameboys 24/7 y que manejan a sus padres a diestra y siniestra, que hacen berrinches cuando no les gusta la comida o no les compran un juguete. Admito que lo fui por momentos y que sentí envidia cuando un amigo llegaba con zapatos de marca y yo no los tenía, que comparaba mis vacaciones a EE. UU. con otros que solo habían ido a la finca; pero doy gracias porque  en últimas tuve un papá bastante estricto que supo medir los caprichos que de vez en cuando nos surgían por la costumbre de vivir en un mundo monetariamente estable.

Pero el día en que empecé a laborar en una fundación que trabaja con familias de escasos recursos y poder conocer a los niños que viven en las laderas de Cali, comprendí las palabras de mi padre. De pequeño mis primeros patines fueron los que me heredó mi hermana; tenían llantas rosadas de pasta, más duros que una piedra y malos como ellos solos. Los odié, de verdad que me daba hasta pena ponérmelos. Pero ahora comprendo lo malagradecido que fui. Un día, bajando hacia el Centro de Desarrollo Infantil en el barrio Palmas II, vi una congregación de niños alrededor de un objeto que al principio no reconocí. Era un patín y para colmo era también rosado. Pero eso a ellos no les importaba, todos tomaban turnos para aventarse loma abajo, sentados en él pues solo había uno. Un solo patín los hacía felices y ninguno se quejaba porque fuera rosado o que las llantas fueran duras o muy lisas. Es uno de esos momentos en los que uno se queda atónito, con la boca abierta de par en par y sin pestañear. Reconocí lo mal hijo que fui y lo ingrato que he sido toda mi vida.

Estoy seguro que la mayoría de los que son capaces de leer esto han tenido una infancia mucho mejor que la de estos pelados. Solo con el hecho de saber leer, sobrepasan a la gran mayoría. Damos tantas cosas por sentadas que nunca caemos en cuenta que lo que tenemos puede ser el sueño de muchos. Y tenemos tantas cosas que ni somos conscientes que las tenemos: el agua caliente, pares de zapatos para cada ocasión, camisas que combinan con ciertos pantalones; carros, bicicletas, viajes; que la crema para humectar el cuerpo, para humectar la cara; la crema de dientes para fortalecer los dientes, el papel higiénico suave y esponjoso; una cámara, un celular, etc., etc., etc. Como si eso nos hiciera más felices, como si de eso dependiera nuestra integridad como seres humanos. No es si no ver a uno de estos niños que se divierten con tan poco en medio de un mundo que es una mierda y que tiene todas las posibilidades de acabar con los sueños e ilusiones de cualquiera que viva en él. No es si no verlos para reorganizar tus prioridades.

Siempre he tenido cierta afinidad con los niños y me entiendo bien con ellos. A veces en las reuniones familiares me junto con los niños antes de sentarme a dialogar con los adultos y ahora que puedo comparar, puedo decir que los niños de Palmas son mucho más agradecidos con lo poco  que tienen que los que lo tienen todo. Y es que son de verdad felices o al menos se necesita de menos para hacerlos sonreír, todavía poseen esa capacidad de sorprenderse y maravillarse con lo más simple y no se creen unos sabelotodo engreídos como muchos que conozco. Les ha tocado madurar a la fuerza y puede que pierdan esa infancia a muy temprana edad, pero nunca dejarán de sorprenderme y enseñarme a apreciar las cosas pequeñas que hacen mucha diferencia.

Lo más increíble de todo es que no estoy hablando de un barrio que esté retirado de la ciudad o que no tenga contacto alguno con la civilización. Palmas II está ubicado a no más de diez minutos en el alimentador del MIO. Sí, llega el sistema de transporte pero aún no tienen alcantarillado, la mayoría de las casas están construidas a base de tablas, ladrillos, barro y tejas de zinc; lidian con problemas de drogadicción, embarazos prematuros, violencia intrafamiliar y pandillas  solo por mencionar algunos de los martirios diarios. Es tanto el desarraigo cultural y en el olvido en el que viven que todos dicen  al ver la ciudad abajo: “Voy a bajar a Cali”,como si fuera ajena a ellos cuando en verdad ya son parte de la ciudad. No se sienten partícipes y ni más faltaba. Son muestra de la tremenda desigualdad social en la que vivimos y aun así he conocido más gente que vive con una sonrisa, caminando por las calles de barro, que abajo caminando por las aceras de cemento.

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