Colombia se encuentra en una de las transiciones más importantes de su historia, eso lo pregonan y lo aceptan los sectores más diversos del espectro político. Hace unos días, para citar solo un ejemplo, Íngrid Betancur hablaba de la diferencia que ella percibía ante la juventud colombiana, haciendo una comparación entre los años en los que ella era una activísima figura política antes de sufrir el secuestro y el presente frente a lo que concluyó que en ese entonces la mayoría eran chicos y chicas apáticos frente a la política, en cambio hoy no lo son tanto. Según ella, en la actualidad los jóvenes son más críticos y comprometidos, cosa que, con razón, le sorprende y maravilla. Esa opinión proveniente de una persona que ha sido una política pura sangre y que se vio retirada de esas lides justamente por un gran trauma, pero que ahora regresa retomando su postura política y recibiendo además su antiguo partido llamado Oxígeno nuevamente con personería jurídica, indica que es un criterio de peso y que esa observación es relevante para intentar comprender lo que sucede en la actualidad.
Es cierto que la juventud ha gestado y liderado importantes procesos políticos en el pasado como el movimiento estudiantil del programa mínimo en los años setenta; su masiva movilización en el paro cívico de 1977 o su papel crucial en la llamada octava papeleta que desembocó en la convocatoria de la Asamblea Constituyente para la formulación de la Constitución de 1991, sin mencionar el imponente fenómeno actual enmarcado en el paro nacional iniciado en noviembre de 2019. En efecto, a la juventud y a la niñez hoy se le nota una madurez política diferente. Se trata de un segmento de la población en general más informada y más formada. Referentes de opinión como el niño ambientalista Francisco Vera son observados y escuchados en la actualidad con respeto, más no con asombro, como sucedía en un pasado cercano con los “pequeños genios”, que eran en su mayoría el resultado de una atención mistificante y condescendiente, por lo que al final resultaban instrumentalizados desde intereses “adultos”.
En la actualidad, numerosas y diversas voces de niños, niñas y jóvenes se alzan desde posturas bien informadas y rigurosas, mostrando además criterios de opinión orientados a la participación y la acción. Como es lógico, ese fenómeno no ha surgido de la nada. Por el contrario, como todos los procesos de sensibilización, visibilización y formación han requerido de un arduo y largo trabajo que hoy, al parecer, rinde sus frutos.
En el caso de Medellín, es bien conocido que ese extenso tejido social encarnado en la participación ciudadana y la organización comunitaria se gestó hace unos 40 años en los tiempos más tenebrosos de la violencia mafiosa, guerrillera y paramilitar, que de contera tuvo una respuesta gubernamental no menos brutal y asesina.
De modo simbólico, pero muy diciente, en los cuatro costados de la ciudad existen ejemplos de organización, reflexión y trabajo que nos hablan de esa construcción. Picacho con Futuro, expresión colectiva que desde la norocciodental enseña que el futuro es desde el presente; la Corporación Convivamos (inicialmente bautizada Convivir, pero que los avatares de una política adulta-necrófila en la ciudad y el departamento obligó a cambiar por su nombre actual) desarrolla procesos en los que niños, niñas, jóvenes, ancianos y todos en general son invitados a poner la palabra y el conocimiento para compartir y crecer, que es el mismo propósito, con un énfasis en la lúdica, de Barrio Comparsa, nacida en Manrique.
La corporación cultural Nuestra Gente ha construido una esquina amarilla en el seno del barrio Santa Cruz, que es un canto a la convivencia, al arte y el trabajo comunitario; las decenas de organizaciones de la Comuna 13 como AMI, Mujeres Caminando por la Verdad, Casa Kolacho, Casa Kolacho entre muchas otras han sido las artífices de poder imaginar un más allá después del horror; el Instituto Popular de Capacitación (IPC), generando conocimiento crítico de la realidad inmediata... Y de ese mismo modo se podrían tratar de enumerar una a una todas la experiencias agotando el corto espacio de este escrito, pero al final la reflexión tendría que ser que sin esas iniciativas gestadas inicialmente desde el interés por intervenir la realidad para tratar de transformarla no sería posible hablar de sujetos empoderados y dispuestos a trabajar por el bienestar colectivo.
Esos nuevos líderes encarnados particularmente en las niñas, niños y jóvenes que tanto le sorprenden a Íngrid Betancur son en buena medida, la cosecha de ese gran esfuerzo de organización, movilización y trabajo comunitario desde abajo.