Estimado Horacio Oliveira,
Cuando me leí Rayuela, la novela de Cortázar que está de aniversario por estos días de la que usted es el personaje principal, no le dije a nadie que no me había gustado. ¡Cómo admitirlo! Rayuela era (es) algo así como el elixir de la eterna juventud literaria, el texto que todo lo destruye, todo lo construye y todo lo alcanza y a mí en verdad sí que me gustaba Cortázar como para venir a decirle al mundo (mis amigos y mi profesora de español) que en verdad no me leí la segunda parte ,“Por otros lados”, que no sé, que no me cautivó… que a lo mejor fue que no entendí, que de pronto era medio bruta, pero eso sí que no lo iba a admitir.
Así, sostuve la farsa de haber leído Rayuela completísima hasta la semana pasada — no porque dijera mentiras, pues nadie me preguntó, sino porque tampoco decía la verdad—, cuando tomé onces con una amiga y por algún motivo, divagando entre miles de temas, llegamos a Rayuela y confesé que no había sido lo mío. Lo confesé también un poco de contrabando, resaltando que aún hoy me sostengo cronopia, que visité la tumba de Cortázar, que muero por ir a Buenos Aires y peregrinar a la plaza que se que lleva su nombre, que a mí, honestamente, sí me gusta mucho Cortázar.
Respiré, avergonzada, y un poco intentando justificar mi falta de gusto (ante los comprensivos y compasivos ojos de mi amiga) tomé un respiro y dije algo que yo tampoco sabía: usted no me cae muy bien.
Así, empecé esta columna un poco con la intención de explorar por qué me cae mal y terminé escribiéndole esta carta que no espero que lea, creo que en el Paris donde usted vive aún no hay Internet. Se la escribo porque sé que es una persona profundamente inteligente y culta y sensible y tantas cosas que yo también quisiera llegar a ser y sin embargo la materialización misma de lo que menos quiero, también de algo que tanto temo.
Me explico. Esta mañana, al sentarme a escribir lo que empezó en mi mente como un sartal de defectos suyos en contraposición a las miles de virtudes de otros tantos hijos de la pluma de Julio Cortázar, decidí prudentemente reabrir Rayuela, tantos años después, y volverlo a enfrentar. Descubrí un hombre maravilloso, Oliveira. Usted es, como le digo, culto, inteligente, argentino, habla francés, me lo imagino apuesto y talentoso y escritor y algo y vive en Paris, bohemio… Es tan seguro en su manera de hablar, tan certero en sus observaciones, tan inocente y feliz en sus juegos y sin embargo en algún momento siento que lo tiró todo al río —¿al Sena?— y se resignó en la vida, adoptó una profunda indiferencia, pensó que esto era quizás demasiado mundano para vivirlo y decidió no hacerlo.
Yo quise ser su amiga, leyéndolo en las páginas de mi libro, y luego ya no, luego sentí que me partiría el corazón si me adentraba en su mundo. Usted pareciera haber renunciado y me abandonaría a mi suerte, usted se abandonó a la suerte y abandonó el mundo a su suerte.
Lo que pasa, Oliveira, es que creo que, como usted mismo lo reconoce en algún punto, así no se puede vivir en sociedad, no se puede vivir sin compromiso, no se puede vivir sin ganas, sin algún empuje sincero. Se lo digo, Oliveira sin juzgarlo porque no se que atravesó en la Argentina antes de ir a Paris, no se si lo lastimaron —sé que eran tiempos difíciles— si lo asustaron, si dejó allá su corazón. Pero también se lo digo porque en mi país llevamos mucho tiempo en tiempos difíciles y en tiempos difíciles, lo lamento, la gente como usted no nos sirve de mucho. Aquí atravesamos una tormenta para entrar a otra, y lo que intentamos enmendar queda mal remendado y por ahí se agranda el hueco y así como hay días claros hay días profundamente oscuros, en los que hablar de esperanza y perdón y reconciliación parece incluso irrespetuoso con el dolor de tanta gente, de tanto tiempo.
Aquí, Oliveira, ha habido gente malísima que ha hecho muchísimo daño. Pero también hay gente muy buena. Gente impresionante, que ha visto y oído y sentido de todo y se levanta en la mañana con fuerza —una fuerza sobrehumana— y mueve montañas, hace hazañas impresionantes y sacrificios gigantes y saca adelante su vida, la de sus hijos, la de todos. Es por esa gente que no nos vamos a pique.
Y entonces, Oliveira, me parece intolerable leer como usted decidió dejar que el mundo pero también la gente cercana a usted, si era del caso, se fueran a pique porque no era cosa suya. Usted no quiso afectarse de nada y eso no creo que se lo pueda perdonar.
Le escribo porque voy a volverme a leer Rayuela. Leí los primeros capítulos de nuevo esta mañana y me reí y me encantaron sus metáforas y seguro esta vez soy más mayor y voy a tratar y capaz que esta vez si me gusta. Ojalá usted tampoco me decepcione en mi segunda relectura, ojalá yo lograra entenderlo. Pero en cualquier caso no quiero ser así, no quiero mirar atrás y verme abandonada por mí misma, fumando un cigarrillo en una buhardilla, muy romántica, quizás, pero también un poco maloliente.
Cordial saludo,
Beatriz