A sus 77 años Raymond Burke luce una capa magna que los cardenales no usaban desde hace más de 500 años. Sus modales delicados, su voz apagada y sus sombreros extravagantes han hecho que se le considere un cardenal diva, un cardenal dandi o simplemente, como lo señalan los cercanos al papa Francisco, “un cardenal drama queen”.
Burke fue promovido por Benedito XVI como ministro del Papa, titular de la Signatura Apostólica que se ocupa de las cuestiones jurídicas de la Iglesia. Un año le bastó a Francisco para hartarse de su postura anti-gay. Al presidir el Dinitatis Humanae Institute, asociación que se ha convertido en la punta de lanza del lado más oscuramente conservador del Vaticano, Burke comanda una cruzada contra los homosexuales que va en contravía de los preceptos del Papa argentino. Declaraciones como “No hay que invitar a parejas gays a las cenas familiares cuando hay niños delante” o decir que es imposible que exista un amor conyugal homosexual y sostener que la homosexualidad es “un grave pecado”, ha enfurecido al máximo jerarca de la iglesia católica. Después de que en marzo del 2014 Burke declarara que “el Papa no puede cambiar las enseñanzas de la Iglesia sobre la inmoralidad de los actos homosexuales”
El Papa enfiló baterías contra él y lo quitó cualquier tipo de poder en el Vaticano enviándolo a la cuestionada Orden de Malta donde aún cumple funciones bajo el título de Cardinalis Patronus. Uno de los pocos consuelos que puede tener el Cardenal en ese lugar es vestir sus atavíos extravagantes, una costumbre que dejó de existir desde 1965 cuando los vientos de cambio del Concilio Vaticano II intentaron modernizar la Iglesia Católica.
Allí protagonizó un escándalo al acusar ante el Papa al Gran Canciller de la orden por enviar condones a Birmania, uno de los países con más cantidad de infectados de VIH en el mundo. Francisco desestimó las acusaciones de Burke e intuyó cual podría ser el verdadero origen de la pelea: controlar un fondo de US$ 110 millones que tiene la Orden de Malta en Ginebra.
En su política de austeridad los atuendos estruendosos de Burke han motivado comentarios de Francisco como “Ha terminado el Gran Carnaval” enardecen al norteamericano. Dentro del Vaticano Burke está cada vez más aislado. Sin embargo tiene amigos que, aunque son pocos, son poderosos. En el grupo de los que detestan a Francisco están el cardenal español Antonio Cañizares, el italiano Angelo Barnasco, el arzobispo Argentino Héctor Aguer, el suizo Vitus Hounder quienes no solo comparten su capa magna sino su homofobia extrema.
El Papa Francisco responde a esa homofobia atacando. En una de sus frases más celebres contra la homofobia que gritan a los cuatro vientos los prelados más altos de la Iglesia Católica, el Papa les dijo “Detrás de la rigidez siempre hay algo oculto; en muchos casos una doble vida”. Es motivo de murmuración constante en el Vaticano no solo la vestimenta de Burke sino que su círculo más íntimo esté constituido por jóvenes seminaristas altos, atléticos y atractivos.
Además el cardenal ha guardado un silencio cómplice ante los escándalos que ha tenido la iglesia en su país. La investigación del Boston Globe puso a flote el horror: 15.000 muchachos entre los 11 y los 17 años habían sido abusados sexualmente por un número de sacerdotes que superaban los 8.000. Francisco, quien para limpiar la iglesia norteamericana nombró en 2016 a tres cardenales de su confianza y bastante sensibles a las necesidades de la comunidad LGBTI, dijo en su visita a Estados Unidos en septiembre del 2015: “Los que han encubierto estas cosas, los abusos sexuales, también son culpables, incluidos algunos obispos”.
La llegada a la presidencia de Donald Trump le ha dado un nuevo aire a Burke. La embajadora norteamericana en el Vaticano es la ultraconservadora Calista Gingrich y el exconsejero presidencial Steve Bannon ha apoyado económicamente el Dignitatis Humanae Institute y su sede en una abadía centenaria en Trisulti en Collepardo, lejos de Roma que sería el epicentro de formación de católicos ultraconservadores dispuestos a acabar con el legado de Francisco.
Burke y sus seguidores no pierden la esperanza de que la Iglesia “recupere la espiritualidad perdida” algo que en plata blanca significa desterrar del Vaticano el legado que pueda dejar en su pontificado el papa Francisco, quien prefiere defenderse con altura.
De allí a que se apoya en textos del Nuevo Testamento como hizo el viernes 20 de octubre del 2017 en la Capilla de la Santa Marta, el Papa Francisco encontró en la Carta de San Pablo a los Romanos, la excusa perfecta para atacar al pequeño pero poderoso grupo de cardenales que han estado en contra de su pontificado. Habló de los hipócritas que en su interior “tienen todo sucio” pero externamente quieren aparentar justicia y bondad cuando “maquillan el alma, viven de maquillaje, la santidad es un maquillaje para ellos”. En el Vaticano todos sabían para quien iban dirigidos esos dardos.