En la bruma que cotidianamente se hace noticia no es fácil precisar ya qué o quién resulta peor: los matarifes nocturnos acuchillando gente por un maldito celular o una bicicleta, eso que como si fuera pura estadística despeina a alcaldes y jefes de policía; o los sucios poderosos, aquellos funcionarios, prohombres, contratistas o jueces alzándose con todo, cubriéndose entre sí, dedicados por igual a vender pudor de confesionario mientras despachan como mafiosos.
Ratas y rateros. Te roban en casa, te chupan los impuestos que pagas, la salud que pagas, el ahorro que imaginas para tus hijos, y te muelen a palos fuera de ella. Son equivalentes; estos criminales de capucha y puñal y los peores criminales de corbata y zapato de hebilla que la hacen y casi nunca pagan tienen un plan devastador, una finalidad común en cuanto al deleite de aplastar a otros, no interesa al fin y al cabo si los asaltantes son atracadores, magistrados, taxistas de paseo millonario, secuestradores, fleteros, congresistas, apartamenteros, ministros, sicarios, contralores, narcotraficantes, gatilleros, lavadores, descuartizadores, banqueros, financistas, estructuradores, directivos, o impúdicamente “peculadores”.
En las formas estos dos prototipos de criminal letal sí exponen algunas distancias: los cuchilleros igual que cualquier animal de caza prefieren víctimas frágiles, la noche, aquellos ataques en grupos a dentelladas. Los prohombres rateros, el doctor, el honorable, don, su señoría, optan más cómodamente por los códigos, los proyectos de largo plazo, las leyes a la medida, el gobierno o el secreto corporativo; prefieren hacer daño con sus títulos y firmas, planear desde oficinas vistosas, o disponer cuando toca de abogados millonarios con lo indispensable para conquistar jueces, privilegios, absoluciones, prescripciones o testigos.
_______________________________________________________________________________
Atacan en manada con otros prohombres de otros cargos e investiduras, y a menos que resulte forzoso, los prohombres corruptos no dejan rastro de sangre sino una estela de pobreza generalizada
______________________________________________________________________________
Aunque también atacan en manada con otros prohombres de otros cargos e investiduras, a menos que resulte forzoso, los prohombres corruptos no dejan rastro de sangre en el pavimento sino una estela de pobreza generalizada. Sus botines predilectos son el presupuesto público, los impuestos, las pensiones, los recaudos de la salud, el dinero recogido para escuelas, las tierras de los desterrados; el saqueo tiene forma de túneles, carreteras, refinerías, en buena hora cosas grandes para comprar aviones grandes y fraguar futuros grandes de los que pueda gozar su prole en formación.
Nombres para no olvidar, pese a que la trama de instancias y presunciones alarguen el punto final en el expediente: Emilio Tapia; Andrés Felipe Arias; Iván y Samuel Moreno; Miguel, Manuel y Guido Nule; Fabio Puyo Vasco; Luis Hernando Rodríguez (Foncolpuertos); Tomás Jaramillo y Juan Carlos Ortiz; Carlos Palacino; Gustavo Enrique Malo; Francisco Javier Ricaurte; Alejandro Lyons. La lista es extensa, se alimenta de nombres propios, siglas, rótulos empresariales privados, cargos públicos; no solo de desfalcadores, también de evasores, de compradores de favores oficiales, en su mayoría libres, intocables, siempre con el ceño en alto.
Los cuchilleros y sicarios no presumen de cuestiones éticas ni buscan entenderlas, pero tienen claro, eso sí, que los prohombres sucios como el doctor tal y el honorable tal enseñan la moral desde estrados del poder, que bajo ninguna circunstancia se detendrán a la hora de hablar de inocencia, de presunciones, la honestidad crece en su boca, tantas palabras escupen como dinero puedan acomodar en sus paraísos terrenales y fiscales.
El cerco tendido por cuchilleros y prohombres sucios en Colombia se aprieta y tiene a la sociedad entera padeciendo. Yo, si me lo preguntan, temo tener que cruzarme en alguna calle con los primeros y siento cruda repugnancia por los prohombres sucios a quienes considero el más resbaladizo parásito.
Por supuesto, unos y otros permanecen al acecho; lavan cuanto roban, callan cuando caen, esperan, sobreviven y regresan a la cacería. Los celulares, las bicicletas o el presupuesto público abundan y cada uno tiene su especialidad, una frontera de trabajo, tu robas allí, yo acá; se trata de “bandolas” bien organizadas que saben que causar pavor y desazón es el mejor plan para pasar de largo.
Publicada originalmente el 7 de octubre de 2021