Esta semana, Simón Borrero, el fundador de Rappi, dio una entrevista a la FM. La entrevista causó un gran impacto en las redes sociales, con buenas razones. Borrero cambió la conversación usual de las mañanas de la radio colombiana. Por un rato, la noticia no fue una pelea política, la suspensión de alguna obra en Bogotá, el resultado de los partidos de la noche anterior sino la historia y las ideas de un emprendedor colombiano que, arrancado desde cero, construyó una empresa valorada actualmente en unos 3.500 millones de dólares, superando ampliamente la barrera de los 1.000 millones de dólares que lo llevó a ser el primer unicornio colombiano. El último paso en la historia de Rappi fue el anuncio que recibiría 1.000 millones de dólares del grupo japonés SoftBank. Esas cifras se escriben fácil, pero es bueno recordar que 3.500 millones de dólares son unos 114.828.000.000.000 pesos colombianos.
Al salir a los medios, Borrero, por supuesto, invita a una conversación. Yo decidí participar con un tuit y una nota en Facebook tratando de comentar temas que no salieron en la entrevista. Aunque la conversación fue amena y novedosa, mi impresión es que Luis Carlos Vélez y sus compañeros de la mesa habrían podido hacer una o dos preguntas más incisivas para desarrollar los temas polémicos de Rappi. Mi intento por ampliar la conversación con Borrero resultó más interesante de lo que pensaba. Muchas reacciones, casi todas respetuosas, con puntos de vista diversos sobre Rappi.
Aquí una breve digresión. En respuesta a mí y a otras personas que opinaron, algunas personas sugirieron que, si uno no es un empresario y no ha creado algo del tamaño de Rappi no debería decir nada. No sé si esos indignados del teclado notan que bajo ese parámetro básicamente Borrero y dos personas más podrían hablar de Rappi. Otros, bastante ingenuos, sugerían que, si uno participaba en política, tampoco debería decir nada, sino más bien debería dejar de joder y dejar que los empresarios den trabajo. Borrero, el héroe de este otro grupo de indignados del teclado, no comete esa ingenuidad, en cada intervención habla de temas políticos y en la campaña pasada se ubicó claramente en un bando, con todo derecho. Entonces, aunque no he creado nada del tamaño de Rappi, y tampoco me interesa, y he participado en política, seguiré opinando sobre el tema. No lograron convencerme esta vez los indignados del twitter de que es mejor callar.
Curioso, en todo caso, porque esa reacción minoritaria, agresiva y a la defensiva parecía entender que un tuit es un ataque. Nada de eso, al menos no en mi caso, resulta que me parece fascinante la historia de Rappi y respeto profundamente lo que han logrado. Aún más, quisiera que les vaya muy bien, estoy convencido de que pueden ser un modelo importante para este país. No hay un referente para los emprendedores colombianos de esa magnitud. Lo necesitamos.
Ahora, el hecho de que sean colombianos, les esté yendo bien, y que yo personalmente quiero que les siga yendo bien, no hace que no se pueda preguntar y comentar. Por una razón adicional, sencilla: resulta que buena parte del discurso de Borrero gira alrededor de Rappi como creador de bienestar social, como mecanismo para mejorar la ciudad y, en su caso ya no suena al cliché de siempre, cambiar el mundo. Reivindica, con orgullo, que no es ser rico lo que lo mueve, que si eso fuera ya habría vendido. No tengo ninguna razón para no creerle pero, entonces, mayor responsabilidad social es la que debe asumir.
Descubrí entonces, con sorpresa, que la misma entrevista resultó en reacciones diversas y encontradas. La intuición es simple, la polarización de la sociedad política resulta en lecturas radicales de todos los fenómenos sociales. Quizás es lo normal en una democracia que va madurando pero, sin duda, trae la dificultad en la conversación. Difícilmente se cambia de opinión o se atiende un argumento nuevo. A continuación, un intento por rescatar ángulos de las diversas posiciones.
Para un campo Rappi es un demonio
que reúne todo lo que está mal con el sistema capitalista
Para un campo Rappi es un demonio que reúne todo lo que está mal con el sistema capitalista. El eje de la crítica es la relación con los Rappitenderos. Lo más radicales, y francamente tontos, comparan esa relación con la época de la esclavitud. La crítica más sofisticada, como la que inicia el profesor Yann Basset, gira alrededor de la relación de Rappi con el espacio público y los derechos laborales de los Rappitenderos. La crítica, además, la he oído cada vez más de usuarios de Rappi (yo no la he usado) que, aunque casi siempre inician reivindicando el valor que ha traído a sus vidas la aplicación, manifiestan estar aburridos del comportamiento de los Rappitenderos en la vía pública y/o el no pago de seguridad social de Rappi a los domiciliarios. La entrevista, infortunadamente, no desarrolló estos puntos, bastante obvios para todos los que vivimos en ciudades en dónde hay Rappi. El uso amplio, y en muchas ocasiones agresivo y peligroso, de las vías públicas por parte de los domiciliarios es un problema importante. También, es inevitable ver a los miles de jóvenes que hoy trabajan en Rappi y no pensar en cómo, exactamente, es que van a tener una pensión, cobertura en salud y demás si Rappi no se involucra. No es cierto, como dijo antes Borrero, que esos jóvenes estén emprendiendo, eso es un abuso del lenguaje y un error de su parte en la estrategia de relaciones públicas. Basta con decir la verdad, estos jóvenes están trabajando, dignamente, y están bastante mejor que si estuvieran pidiendo una limosna o desempleados (según el mismo Rappi, ganan significativamente más que el salario mínimo). No es claro estos críticos qué alternativa ofrecen a los miles de jóvenes que hoy Rappi emplea y sin duda es bastante cómodo sugerir, desde el propio trabajo bien establecido, que el modelo debe cerrarse.
Para el otro campo, Rappi es el ángel que señala el camino al cielo capitalista,
en donde todos somos emprendedores, exitosos, el propio jefe, etc etc…
Para el otro campo, Rappi es el ángel que señala el camino al cielo capitalista, en donde todos somos emprendedores, exitosos, el propio jefe, etc etc… El eje acá es valorar que, en medio de la competencia intensa del mercado, un grupo de colombianos logró crear una idea nueva y sacar adelante un negocio que genera empleo y nos pone en el radar de todo el mundo en un campo que no es el usual, el de los start-up exitosos. Advierten que nadie está obligado a trabajar en Rappi, que no violan ninguna ley y, los más tontos que en todos lados hay, rematan diciendo que si uno tiene una crítica más bien porque no va y crea otro Rappi. La libertad de expresión. En este grupo hacen falta, también, varias reflexiones más elaboradas. La primera, la más profunda y más sencilla, es que no violar una ley no implica necesariamente que no pueda haber un mejor comportamiento ético. Esa es mi posición personal, claro, no es una verdad. Con mayor razón en el caso de Rappi, y demás plataformas que están en la frontera de nuevas economías, ya que van muchísimo más adelante que el paquidérmico desarrollo legal. He visto, con sorpresa, que Bogotá, la capital, lleva años hablando de legalizar unas tabletas para los taxis. No se ha podido. Es un problema elemental. El argumento legalista puede darle la razón a Rappi en ese terreno pero, para muchos, no es suficiente. Ahora, algunos dicen, con razón, que es un negocio. Resulta, de nuevo, que Borrero dice que es más que eso, que la idea es cambiar el mundo, mejorar las ciudades y las vidas de clientes y Rappitenderos. El mismo, admirable en ese nivel, obliga a que debamos exigirles más. Especialmente, si van a recibir 1000 millones de dólares inmediatamente.
Mi sugerencia inicial, de observador casual, para Rappi era que explorara formas de profundizar su impacto social. Yo no desprecio el valor de crear trabajo. He hablado esta semana con varios Rappitenderos, y tendría que hablar con muchos más para entender mejor, y dudo que ellos se sientan esclavos. Dudo, también, que se sientan emprendedores o realizados. Están sobreviviendo, sin martirizar y sin romantizar. Confío plenamente en el poder de la educación y, sigo pensando, que un camino para aterrizar el discurso de Borrero es desarrollar programas de formación laboral para Rappitenderos y, en concreto, explorar con ellos cómo pueden aprender a programar. Rappi, me han hecho notar, tiene una alianza con la academia Holberton pero no parece suficiente, hasta donde pude investigar, no hay ahí un programa especial para los Rappitenderos. Podría haberlo. Otra línea es la relación de Rappi con los hijos de los Rappitenderos. Hay cientos de Rappitenderos sentados en andenes con sus hijos pequeños en las calles esperando un pedido. La imagen es dolorosa, no hay ahí un camino para el desarrollo de esos niños. No hay tiempo que perder en esas edades. De nuevo, con un pequeño programa piloto, Rappi podría liderar espacios en dónde estos niños puedan estar en condiciones más seguras y propensas para su desarrollo físico y cognitivo. No operaría esto Rappi solo, buscaría alianzas con el sector público, pero sí debería proponer y liderar.
Entre otras, y esto no lo entienden algunos, porque Rappi necesita conseguir mayor respaldo ciudadano. Si las mayorías están en contra de Rappi, se movilizan en contra de la aplicación y consiguen operadores políticos que coordinen esa indignación, el modelo enfrenta un riesgo importante. Habría pensado que esto es obvio pero algunos indignados del teclado me educaban explicando que Rappi no es una universidad o una beneficencia. Eso lo sé, faltaba más. Les cuento, entonces, que aún si el discurso de cambiar el mundo es carreta, los negocios en una sociedad como la colombiana cada vez la tendrán más difícil para enfrentarse a la indignación popular. Al fin y al cabo, no parece probable que Rappi pueda poner un Fiscal, como otras formas de negocio y alianzas políticas logran una y otra vez para proteger sus prácticas corruptas.
El tema daría para mayor elaboración de lo aquí presentado. A mí me parece una discusión fascinante. Quisiera que a Rappi le fuera bien. Considero que Borrero comete varios errores en su análisis económico (Colombia no es un país pobre) y obsesionado en el crecimiento de su propia empresa y de la economía desprecia la discusión sobre la desigualdad, por ejemplo. Para la muestra un botón, aunque el país ha crecido la desigualdad no ha disminuido en los últimos años. Aunque es cierto que sin mayor crecimiento económico difícilmente logremos pasar de ser un país de ingreso medio a uno de ingreso alto, no menos cierto es que justamente la desigualdad que no cede es el caldo de cultivo para las recetas populistas que él tanto teme. Esto, también, aplica para Rappi. El modelo, aunque crezca 400 % al año, no resistirá un desarrollo injusto con sus empleados en los ojos de las mayorías ciudadanas. Es más, hay dudas serias sobre el mismo esquema financiero de estos unicornios, más allá de la preocupación política de la relación con el público.
Rappi, pues, no es ni ángel ni demonio porque es una creación humana. Es compleja y contradictoria, además, porque está creando un nuevo espacio social y económico. Innovación, a mi juicio, de las más interesantes que hayamos visto recientemente en este país.
@afajardoa