Ran (1985), de Kurosawa - Flautista ciego, metáfora de la ceguera y estupidez humanas

Ran (1985), de Kurosawa - Flautista ciego, metáfora de la ceguera y estupidez humanas

Ran (1985) del inmenso director nipón Akira Kurosawa es una obra épica/mítica, teatro antibélico filmado y un tratado de la condición humana atemporal

Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento
abril 17, 2024
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Ran (1985), de Kurosawa - Flautista ciego, metáfora de la ceguera y estupidez humanas

¿QUÉ ES DIOS? Es un invento del hombre, y como todos los inventos humanos, se parece a él. Dios tiene dos razones de ser: a los inteligentes les sirve para dominar a los demás y a los menos inteligentes para pedirle favores. A todos para explicar lo que no entendemos de la Naturaleza. Es una lógica de un primitivismo de náuseas. RODOLFO LLINÁS (Neurofisiólogo colombiano)

Obra épica/mítica, teatro filmado, tratado de la condición humana, melodrama/docudrama antibélico, todo esto y más es Ran (1985), de Akira Kurosawa, filme con el que continúa el II Ciclo de tributo a la vida/obra del japonés, desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo. Despiadada radiografía sobre la naturaleza humana vista desde la soberbia y la traición, la avaricia y la ambición, la obsesión y el afán de Poder, cuyo título en japonés traduce Caos o Miseria, es en simultánea cine negro y novela negra o, si se prefiere, cine/novela negros, a la manera del Heimatfilm, irónica alusión al estilo alemán de los 50 del XX que Edgar Reitz reencauchó en 1984 con Heimat o Patria, en 32 episodios, escrita y dirigida por él, que narra la vida de Alemania, con tono autobiográfico, entre 1919 y 2000 a través de una familia renana de Hunsrück. Ran, por su parte, es una metáfora de la ceguera e intolerancia de la Humanidad a partir del flautista ciego Tsurumaru.

Un antiguo samurai y jefe de clan, Hidetora Ichimonji, guerrero de la Era Sendoku con pinta de daimyō o señor feudal, decide dar un paso al costado y entregar el poder a sus tres hijos: Tarō, Jirō y Saburō, con lo cual de entrada se avizora una tragedia de rivalidad, odio, envidia, en fin, traición, la que suele sobrevolar sin resistencia por los siniestros corredores del Poder. Kurosawa recurre como en Trono de sangre (1957), basada en Macbeth, a Shakespeare, otra vez con base en la figura del usurpador que pierde su cabeza por Macduff y de El Rey Lear, adaptación a su vez del King Leir, rey británico legendario que Geoffrey de Monmouth contó en su pseudohistórica Historia de los reyes de Gran Bretaña, del XII y cuyo anciano padre legaba sus posesiones a sus hijas Goneril, Regan y Cordelia. En Ran, Kurosawa cambia a mujeres por hombres para así hacer énfasis en un medio machista: al mayor le da el I Castillo, al del medio el II y al menor el III, les hace jurar fidelidad al mayor y seguir siempre juntos.

A la vez, mientras remarca el machismo, pone a las mujeres y en particular a Kaede a jugar el rol de traidoras o a encarnar la figura del zorro, animal que por ser tan astuto es susceptible de convertir en símbolo de engaño, mentira y traición. Como le pregunta a Kurogane si se burla de ella cuando en vez de la cabeza de Tarō le da la estatua de un altar: él lo niega, le dice que hay muchos zorros alrededor de los que se dice que toman forma humana y, por último, que a lo mejor ella está ahí y la señala para de paso poner en preaviso a Jirō. A éste le pregunta si es esa la respuesta a su pedido. El inicio del filme ya impone su calidad: el clan Ichimonji en pleno caza jabalíes por última vez, junto a los jefes de otros clanes, los hermanos miran al horizonte en distintas direcciones y de los planos fijos se pasa de pronto al frenesí del movimiento de los caballos y de los arqueros, en imágenes y factura fílmica cuyo colorido es de una fuerza que avasalla y cobra un valor metafórico clave desde el rojo, amarillo y azul.

En efecto, tras emotiva reunión, Hidetora divide su reino en tres trozos y a c/u le da un color según sea el hijo designado: así, al mayor, Tarō, le concede el rojo, por eros/tánatos y violencia; a Jirō, el del medio, el amarillo, por energía/vitalidad, pero también cobardía; a Saburō, el menor, el azul, por fuerza/autoridad y ternura/compasión. Aun ya en el vórtice de la decadencia, Hidetora sigue como líder oficial y conserva el mote de Gran Señor, pero Saburō le critica haber logrado el Poder por vía de la traición; igual le señala que un trono obtenido a sangre y fuego es imposible que sea ahora lugar de paz y armonía: con ello, junto al siervo Tango, recibe el destierro. Si en Rey Lear temas nodales son senectud, juicio errado, ingratitud de los hijos, en Ran no se ve el rastro del Cisne de Avon porque A. K. vuelve propia la lucha del trío heredero por lograr la cumbre de poder que su viejo desvió y por ello acaba refugiado en el III Castillo, que caerá en ruinas cuando choquen sus hijos Tarō y Jirō.

El primero, Tarō, desencadena la tragedia al arrebatarle al padre el título nominal que ahora recae en el segundo, Jirō, luego se unen contra Hidetora, lo derrotan y, por último, se eliminan entre sí. Aquí, el papel clave, por entresijos sexistas del Poder, lo juega Kaede, es decir, una mujer a la que le van cerrando poco a poco su radio de acción, hasta que cae en manos de otro traidor más implacable que ella misma, su ya difunto marido, Tarō, y su excuñado ahora seducido por Kaede misma. Entonces, el jefe Ichimonji empieza a delirar, en la compañía habitual del bufón Pîtâ, hasta caer por el precipicio de la locura. Locura que va en directa relación con las luchas sin cesar ni tregua por el Poder, las guerras y luego las montañas de muertos y los ríos de sangre que surgen a medida que crece la bronca entre los hijos hasta la decadencia y ruina total del imperio Ichimonji. En medio de la desolación, increíble que haya lugar para tal destreza fílmica, armonía del color, escenas/secuencias, hace rato memorables.

Bastaría empezar por la caza de jabalíes; el padre duerme y el hijo lo cubre del sol con un helecho; batallas de excepción cuya clave no radica en la seducción visual sino en el horror alcanzado por los humanos; Hidetora ruega a la hija de su enemigo que lo desprecie, con el ocaso dorado del cénit que anticipa la violencia por llegar; los desvaríos y la repentina lucidez del jefe Ichimonji expresados con su sola mirada; los movimientos teatrales de Lady Kaede, trasunto de Lady Macbeth, así A. K. mismo haya dicho que Ran ‘no aspira a ser teatro, sino abstracción lírica, música hecha imágenes’; el doble sacrificio de las compañeras sentimentales del samurai en jefe; el sentido toque de Tsurumaru en la flauta, cuando explica por qué y quién lo cegó. A todos estos momentos sublimes, cómo no sumar la discusión sobre si hay dioses o ningún Buda, Kyoami dixit, que están tan aburridos allá arriba que tienen que aplastar a los humanos como a hormigas, como quien a la vez se remite a las élites terrestres.

Y que si es tan gracioso ver llorar a los humanos por sus tragedias. Entonces, el soldado la interrumpe para soltar un discurso provisto de esa lógica de un primitivismo de náuseas, a la que alude Llinás, y le dice que no blasfeme más: son los dioses los que lloran al ver que nos matamos entre sí, una y otra vez, desde el inicio de los tiempos; que, en fin, no pueden salvarnos de nosotros mismos, y dice a Kyoami que no llore, porque así está hecho el mundo. Los hombres prefieren la angustia a la alegría, el sufrimiento a la paz. Y que los busque en el I Castillo, así verá cómo festejan en medio del dolor y del derramamiento de sangre. ¡Celebran el asesinato! Entonces, Kurogane le dice a Jirō que lo harán y que vaya a la torre. Alguien le pregunta por la cabeza que porta en sus manos, si es de Saburō o de Hidetora, y él dice que no, de ninguno, sólo que son las órdenes de la dama. Kurogane, presa del odio, suelta que su misión es servir al jefe, nunca a ella, la llama zorro demonio y se riega en prosa.

La diatriba inicia con que sus intrigas destruyeron la casa Ichimonji, todo por la vanidad de las mujeres. De vanidad, nada, riposta Kaede, simplemente su familia fue vengada, el castillo destruido y los Ichimonji eliminados. Ella hizo todo lo que se propuso hacer. Y como cuando se acaban las palabras, surge la violencia, Kurogane de un sablazo le corta la cabeza a Kaede. Luego, grita a los soldados, les pide calma y a Jirō le pide prepararse para morir: ‘Yo, Kurogane, te seguiré’, le dice para continuar la sempiterna trama de la traición. A. K. impide echar al cesto la idea de que Hidetora es merecedor de todas las condenas que le lleguen por sus desafueros, por haber sido un señor de la guerra sin tripas y, aun así, a la vez no es posible dejar de sentir compasión por él, en su devenir por campos desolados buscando un mendrugo de pan o una cama o un piso donde caer, si se quiere muerto, pero en todo caso sin caer más en indignidad, desprecio, anatema. Recuérdese que el hombre nace llorando, dice Kyoami…

¡Y cuando ha llorado lo suficiente, muere! Antes de ir con las muertes de Hidetora y de su hijo menor, Saburō, cabe recordar las partes claves que como lector de juicio retoma A. K. tanto de Macbeth, drama ya usado en Trono de sangre (1957), como de El rey Lear. Cuando el padre habla con su hijo al final de Ran, al hacer un balance de la vida, es recurrente su idea de llamarse a sí mismo un estúpido viejo tonto: la que sin duda brota de Macbeth mismo, al decir en el Acto V de la escena V que debía haber muerto más adelante; quizás, Hidetora también. Así, Macbeth recapitula: “La vida es sólo una sombra caminante, un mal actor que, durante su tiempo, se agita y se pavonea en la escena, y luego no se le oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia [de aquí, además, Faulkner saca el título de su novela El sonido y la furia que tanto saqueó en silencio García M. para Cien años de soledad], y que no significa nada”. (1) Otras dos ideas se citan: la del bosque y la de la cabeza.

Sí, la del bosque que se mueve y la de la cabeza de Macbeth. Dice éste, en la escena VII y última del drama shakespeariano: “No me rendiré para besar el suelo ante los pies del joven Malcolm [ni] para ser hostigado por los insultos de la canalla. Aunque el bosque de Birnam venga a Dunsinane y te me enfrentes tú, que no has nacido de mujer. Ante mi cuerpo, tiendo mi escudo de guerra: adelanta Macduff; y maldito sea el que primero grite ‘¡Alto, basta!’. (2) Idea que se enlaza con la que viene luego. Macduff entra con la cabeza de Macbeth y dice: “¡Salve, Rey!, pues lo eres. Mira dónde está la maldita cabeza del usurpador: el tiempo queda libre. Te veo rodeado por las perlas [en Ran, desde el machismo, serían las zorras] de tu Reino, que dicen mi saludo en su ánimo: invito a sus voces a gritar su deseo con la mía.  ¡Salve, Rey de Escocia!”. (3) Y de El rey Lear, ahora que se habla de eclipses y sus efectos sobre la conducta humana, cómo no citar al Conde de Gloucester al referir estos fenómenos.

Gloucester: “Estos recientes eclipses del sol y la luna no nos presagian nada bueno. Aunque la sabiduría natural pueda explicarlo de un modo u otro, sin embargo, la propia Naturaleza se [halla] azotada por los efectos siguientes: el amor se enfría, la amistad falla, los hermanos se separan; en las ciudades, hay desórdenes; en los países, discordia; en los palacios, traición; y se rompe el vínculo entre hijo y padre”. (4) Una síntesis perfecta de lo que ocurre en Ran. Ahora, Edmundo en la misma escena II de El rey Lear, con un discurso que parece fiel copia de la culpa que los gobernantes achacan al pueblo por fenómenos (no tan) naturales, como en el caso del racionamiento de agua pues el problema no está en que la gente cierre el grifo, sino que no consuma gaseosas y que transnacionales como Caca-Cola, Nestlé, BlackRock no se roben aguas internacionales ni Postobón/Bavaria en su país. Sólo así será posible desmitificar el discurso oficial, acerca de los malentendidos que el pueblo acaba por pagar…

Edmundo (5): “Esta es la magnífica estupidez del mundo, que cuando enfermamos en fortuna —a menudo por los hartazgos de nuestra propia conducta— echamos la culpa de nuestros desastres al sol, la luna, las estrellas, [cual] villanos por necesidad, idiotas por obligación celestial, villanos, ladrones y traidores por el influjo de las esferas; borrachos, embusteros y adúlteros por forzosa obediencia [al influjo planetario], y todo aquello en que somos malos, por un impulso divino. ¡Admirable evasión de putañero, echar la culpa de ser tan rijoso como un chivo, a cargo de una estrella! Mi padre se arregló con mi madre bajo la cola del Dragón, y yo nací bajo la Osa Mayor, de lo que sigue que soy rudo y lujurioso. Yo habría sido lo que soy aunque la estrella más virginal del firmamento hubiera brillado sobre mi bastardificación. […] Paf, viene como la catástrofe de la comedia antigua. Mi papel es la melancolía villana, con un suspiro de mendigo loco. Ah, esos eclipses presagian estas divisiones. Fa, sol, la, mi.                                          

Antes del fin, un balance del propio A. K. sobre su idea del guion, el proceso de producción, la b.s.o., desafíos, logros y presupuesto con Ran. Con un guion basado en las leyendas del Sr. feudal Mori Motonari y en el drama El rey Lear, un lustro antes de morir el cineasta le dijo al diario El País, de España: “Ran es una tragedia sobre el poder, la ambición y la estupidez de los hombres que luchan y guerrean. No estoy de acuerdo tampoco con quienes afirman que hay una cierta influencia judeocristiana, en cuanto tragedia del remordimiento. Esa idea es también japonesa. Para nosotros, siempre se paga por lo que se ha hecho, siempre se vuelve y se hace balance”. El proceso de producción le llevó una década a causa de la investigación sobre la época en que se basa la historia y a los líos para hallar el presupuesto necesario para lograr el filme ajustado a sus objetivos, hecho que apenas fue posible gracias al aporte de USD$ 11 millones hecho por el potentado francés Serge Silberman (1917-2003).

A. K.: “He esperado casi diez años para poder realizar Ran. Empecé entonces a estudiar la época, el siglo XVI, y a preparar los bocetos, los dibujos sobre el vestuario [que recibió un Oscar] y los escenarios, pero hasta hace sólo dos años [1983] no encontré productor”. Sobre la b.s.o. del nipón Takemitsu (1930-1996), bajo la gravitación del alemán Gustav Mahler, en particular cuando el III Castillo de Hidetora es consumido por el fuego, la música suena al margen pues el sonido de la escena fue acallado: “El compositor Tōru Takemitsu es un hombre de talento, con una fuerte personalidad, pero en el cine el músico tiene que ajustarse a la voluntad del realizador. Yo le explicaba cómo había sido el rodaje de la [obra] y discutíamos hasta ponernos de acuerdo sobre la b. s.”. Con un presupuesto de USD$ 11, como se dijo, y no de 12 millones, Ran fue el segundo filme japonés más costoso jamás producido, y no el primero, detrás de Fukkatsu no hi (1980) o Virus, ciencia-ficción de Kinji Fukasaku.

A. K.: “Yo he dicho que es la obra de mi vida, pero no mi última obra [luego, hizo tres más]. Para mí es precisamente lo contrario, un punto de partida, el comienzo de una nueva época, porque ahora puedo desprenderme de algo que me tenía obsesionado”. A propósito de obsesión, nada más indicado que ir con las actuaciones que rayan entre el delirio y la más fina teatralidad, entre las que hay unas excelentes, como las de Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai), Tarō (Akira Tera), Jirō (Jinpachi Nezu), Saburō (Ryu Daisuke), Kurogane (Hisashi Ikawa), Sué (Yoshiko Myazaki), merece mención honorífica Lady Kaede (Mieko Harada), antagonista de Hidetora, así como la auténtica antagonista de éste es Sué, ya se verá por qué. Aunque el aspecto teatral de Ran pueda hacer dudar a algunos despistados sobre su valor fílmico, nada está más alejado de la realidad artística: la obra de A. K. es muestra sin par de logro estético, tratado de la condición humana, espejo de nobleza y humanismo a toda prueba.

Justo otra prueba de ese humanismo que subyace en Ran, al lado de otras fuentes literarias, es Edipo en Colono, drama de Sófocles de hace 25 siglos que escenifica el mudo inxilio de aquellos que optan por ser cuidadores y presenta al otrora poderoso rey, ahora en desgracia, toda vez que es echado de su terruño y ya está viejo, ciego, sin qué comer ni dónde dormir, igual que Hidetora. Salvo que éste no está ciego sino inmerso en la locura. La trama de Edipo en Colono (6) dio origen al declive de El rey Lear, de Shakespeare, hecho que poco se conoce. Mientras los miembros del clan familiar pelean por el trono, como en Ran, su hija y hermana Antígona se sumerge en un áspero mundo para ser los ojos del viejo que no ve, como Kyoami es esa rara especie de lazarillo de aquel que sí ve, pero está ido. Embarrados, sin peinar, ambos van por ahí buscando un pan para mitigar el hambre y un techo para descansar. Pero, en ninguna parte son bienvenidos pues la pobreza es sospechosa y cosa nada digna de imitar.

Uno de los efectos más buscados por el cine como arte es tratar de hacer estético lo más horroroso, sutil lo más retorcido, palpable lo más absurdo, verosímil lo más fantástico, concreto lo más abstracto. Así, en conclusión, A. K. ha conseguido uno de sus mayores logros artísticos y su última magna obra épica con Ran. Con una puesta en escena épica/mítica, gran sapiencia de la guerra como arte y ajedrez, exhuberancia en el manejo del color, una precisa composición de planos, escenas y secuencias, igual que pasa con la b.s.o. pedida a Takemitsu y vigilada con celos de erizo por el propio A. K., el montaje de éste con planos que no faltan ni sobran, así en ciertos casos parezcan recortados a propósito o como si hubiera salto de eje cuando chocan unos que van a la derecha con otros a la izquierda, sin que aun así produzcan una ruptura dentro de la acción. No obstante, A. K. no pretende deleitar o seducir/engañar al espectador, sino evidenciar la tristeza, la saturación y el asco que producen todas las guerras.

Como tampoco busca juzgar a sus protagonistas: apenas describe sus roles dentro de una sociedad en conflicto. Eso ocurre, v. gr., con la esposa de Jirō, Sué (a quien Kaede le hace quitar la cabeza), la real antagonista de Hidetora en tanto cree de manera piadosa en Buda, como se refleja en su nexo con su hermano Tsurumaru, y su humildad lleva a bajar los ojos al jefe samurai. La fe de Sué choca con el escepticismo de Hidetora, pese a que ella no hace sino recordarle las bondades de lo que profesa y por eso le sostiene que todo está predestinado en nuestras vidas anteriores, que todo está en el corazón de Buda. Otro caso de escepticismo es el que presenta el ya citado hermano de Sué, que es ciego por acción de Hidetora, de ahí sus sacudidas cuando le toca la flauta por primera vez en su humilde covacha y cae hacia atrás luego de tumbar una puerta. En la escena final, Tsurumaru va hacia el precipicio y una imagen de Buda cae al vacío, lo que a su vez produce vértigo en el plexo solar del espectador.

A propósito de tales imágenes, A. K. subrayó en su momento que esa era la forma que para él reflejaba el contexto y la situación de la Humanidad contemporánea. Como una mixtura de espectáculo de vodevil, se agrega, y tragedia política/social e incluso de comedia negra y laboratorio de práctica del genocidio. (7) Todo ello, disimulado con el velo de los medios prepagos capaces de ocultar la peor de las bellaquerías o, por contraste, de poner en la palestra la más extrema/horrenda de las mentiras y travestirla de verdad absoluta e irrefutable. De ahí que, en medio de la farsa y la tragedia y de la tragedia como espectáculo que vende, la gente termine, como pasa en Ran con Hidetora, al borde del colapso o de forma clara moviéndose entre la locura y el extravío, bajo el comando siniestro de aquellos irresponsables que mandan al pueblo a la guerra, pero se cuidan mucho de que a ella vayan sus hijos ya que según ellos es terreno propicio, destino prefijado y campo exclusivo para los hijos de los empobrecidos.

O terreno abonado para los minusválidos, como es el caso en Ran del joven ciego y flautista Tsurumaru, hermano de Sué, otra víctima de la guerra fratricida, de cuya música se desprende la coda lúgubre con la que se da fin a esa diatriba silenciosa contra la guerra, paradigma de filme antibelicista en el mismo sentido de Sin novedad en el frente (1930), de L. Milestone, Senderos de gloria (1957), de S. Kubrick, Johnny cogió su fusil (1971), de Dalton Trumbo, La tumba de las luciérnagas (1988), de Isao Takahata, (8) o, por nombrar sólo siete, Paradise Now (2005), de Hany Abu-Assad, a propósito del actual genocidio del pueblo palestino a manos del imperio nazisionista de EE.UU e Israel, Vals con Bashir (2008), documental de Ari Folman con estética a favor de la animación, también sobre la invasión del dueto gringo sionista a Palestina a partir de la del Líbano, y Ciudad de vida y muerte (2009), de Lu Chan, sobre la llegada de las tropas niponas a Nanking, preludio del ingreso de EE.UU a la II GM.

Para concluir, en Ran o Caos o Miseria, no operan las órdenes o normas del código guerrero Bushido, incapaces de frenar la pasión y/o el deseo, la avaricia y/o ambición, el rencor y la ira fratricida de quienes van tras el Poder. La escena final, en la que Tsurumaru ve caer al vacío a su Buda, refleja la Humanidad de hoy: al borde del abismo. Sin que, por lo demás, a nadie parezca preocuparle, porque todos los organismos o entidades presuntas prestadoras de servicio a la Justicia no son más que vulgares entelequias simuladoras de bienes y servicios, cuando en la práctica no son otra cosa que traficantes de influencias, vendedoras de males y tristezas, firmantes de tratados mafiosos, que sólo favorecen a cinco países que deciden por los otros 188 que conforman la ONU en bancarrota (ver el caso palestino). (9) En su dolorosa invalidez que tanto dolor produce, el flautista ciego Tsurumaru es inefable metáfora de ceguera, estupidez e intolerancia de la Humanidad postrada hoy ante la puerta del fascismo.

A Santiago, hijo adorado, de quien tanto aprendo cada día la tolerancia y a permanecer en silencio.

A Marthica y María del Rosario, ejemplos de visión, sapiencia y tolerancia, aparte de resistencia.

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) SHAKESPEARE, William. Tragedias. RBA Editores, Barcelona, 1994, 470 pp.: 156.

(2) Íbidem, 1994, 158.

(3) Íbidem, 1994, 159.

(4) Íbidem, 1994, 174.

(5) Íbidem, 1994, 174-175.

(6) file:///C:/Users/Santiago/Downloads/Sofocles%20-%20Edipo%20en%20Colono.pdf

(7) Como hoy lo experimenta la Humanidad con el COVID-19 y otros virus de laboratorio.

(8) https://rebelion.org/ya-como-adultos-dos-ninos-narran-un-drama-desde-la-muerte/

(9) https://rebelion.org/genocidio-sobre-los-palestinos-no-guerra-de-israel-contra-hamas/

FICHA TÉCNICA: Título original: Ran. En castellano: Caos / Miseria / Desolación. País: Japón / Francia. Gén.: Jidaigeki / Épico / Teatro filmado. For: 35 mm; color; 161 min. Dir.: Akira Kurosawa. Guion: Masato Ide / A. K. / Hideo Oguni, basados en: Leyendas de Mori Motonari / El rey Lear, de W. Shakespeare. Prod.: Masato Hara / Serge Silberman. Mús.: Tōru Takemitsu. Fot.: Asakazu Nakai / Takao Saitō / Masaharu Ueda. Mon.: A. K. Vest.: Emi Wada. Int.: Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai); Tarō (Akira Tera); Jirō (Jinpachi Nezu); Saburō (Ryu Daisuke); Lady Kaede (Mieko Harada); Sué (Yoshiko Myazaki); Tango (Masayuki Yui); Ikoma (Kazuo Kato); Kyoami (Pîtâ); Fujimaki (Hitoshi Ueki); Ayabe (Jun Tazaki); Kurogane (Hisashi Ikawa); Shirane (Kenji Kodama); Hatakeyama (Takeshi Kato); Tsurumaru (Takeshi Nomura). Prod.: Greenwich Film Productions / Herald Ace Inc. / Nippon Herald Films. Dist.: Tōhō. Premios: Emi Wada obtuvo Oscar por Mejor Diseño de Vestuario. El filme ganó otros 29 premios internacionales. Estreno: 1.junio.1985.

 * (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas. Director del Cine-Club (virtual) Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]

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