El 6 de enero del 2016, frente a la Asamblea Nacional de Venezuela, los caraqueños presenciaron un desfile inusitado de ujieres llevando a sus espaldas los enormes cuadros y pendones con la imagen de Hugo Chávez y del Simón Bolívar que el comandante mandó a digitalizar con rasgos muy distintos de los inmortalizados por el retratista del Libertador, el peruano José Gil Castro. “No quiero ver un cuadro aquí, óyeme, que no sea el retrato clásico del Libertador, no quiero ver a Chávez, ni a Maduro. Llévense toda esa vaina para Miraflores o se la dan al aseo”, fue la primera orden de Henry Lisandro Ramos Allup, posesionado el día anterior como presidente del cuerpo legislativo que hasta el año 2000 se llamó el Congreso Nacional de Venezuela.
Esa fue, en la Asamblea, la primera muestra del talante que bien conocían los venezolanos. Desafiante, la primera y más notable característica de la personalidad de este político nacido y formado en las filas de la Democracia Cristiana, el partido socialdemócrata que durante 23 años gobernó Venezuela. Los demás rasgos de su carácter son impronta de vieja data. Irreverencia, astucia, pragmatismo, el verbo afilado cual saeta, y un saber plantarse del que se dice “hombre con los pantalones bien puestos”, la bestia negra de Nicolás Maduro, que lo menciona cada vez que puede para clavarle sus dardos.
Una anécdota conocidísima por todos los venezolanos lo pinta de cuerpo entero. El 24 de abril de 2014, en medio de los disturbios que recorrían todo el país, en altas horas de la noche se realizó la reunión auspiciada por el Vaticano y Unasur en la sede del gobierno con la presencia de una delegación de la Mesa de Unidad Democrática. Radio y televisión en vivo y en directo desde el Palacio de Miraflores. Después de las largas peroratas del oficialismo, incluido el presidente Maduro, le tocó el turno a Ramos Allup. Diosdado Cabello, hombre fuerte del régimen y por entonces presidente de la Asamblea intentó callarlo diciendo que había terminado el tiempo de su intervención. “Usted no es mi jefe”, le espetó de frente. “No me suene la campana”. Y terminó cuando quiso.
Quizá estos fueron los rasgos que pesaron en los diputados de la MUD cuando lo eligieron para presidir la Asamblea. Una decisión clave para la oposición que el 6 de diciembre había vivido la apoteosis al lograr los dos tercios del parlamento —mayoría absoluta— con 112 diputados, en el mayor descalabro electoral de la Quinta República al oficialismo chavista. Después de 17 años tomaba las riendas del legislativo.
Para Ramos Allup lograr ese encargo de la oposición no era fácil. La disminuida AD había logrado 25 diputados frente a 33 de Primero Justicia, el centroderechista partido surgido del Copei con jóvenes liderados por Henrique Capriles, dos veces candidato a la presidencia. Pero Ramos se impuso 62 a 49 sobre Julio Borges, el candidato de PJ. Su capacidad para lograr consensos fue decisiva en un momento en que la unidad se vislumbraba como el talón de Aquiles de la MUD formada por 18 partidos. Los lazos políticos labrados durante décadas también funcionaron en el cabildeo del que es un experto. No en vano se le tiene por heredero de la tradición de cálculo político y cultura de negociación que por décadas cultivaron líderes adecos como Rómulo Betancourt o Carlos Andrés Pérez. Nuevo Tiempo, el tercer partido de la oposición, dio su apoyo a Ramos después de que visitó a su fundador, Manuel Rosales, al menos una docena de veces durante su exilio. Se dice que Voluntad Popular, el partido del encarcelado opositor Leopoldo López, votó por él después de que le prometió todo su esfuerzo para sacar a Maduro del poder antes de julio. A ellos se sumó a respaldo de Alianza Bravo Pueblo (una escisión de AD) del detenido exalcalde de Caracas, Antonio Ledezma y el de Vente Venezuela de la combativa María Corina Machado.
La confrontación y la controversia han estado a la orden día desde que Ramos asumió como presidente del Legislativo que “en estos 17 años ha sido como una cañería del Ejecutivo en el palacio de Miraflores”, según le dijo al madrileño diario ABC. Pero este hombre enérgico de baja estatura, cabello gris parado que le valió el apodo de El pájaro loco, por los periodistas que cubrían el Congreso al principio de su carrera cuando era el subjefe de la poderosa AD, y su manera martilladora de hablar, ha mostrado una reconocida moderación y capacidad de trabajar con los opositores cuando es necesario. Muestra de ello es que se ha mantenido en contacto con los funcionarios del gobierno provenientes de Acción Democrática, y cuando el hijo del actual vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, murió en un accidente de tránsito, Ramos fue el único político prominente en el velorio.
Originario del corazón industrial de Venezuela, nacido hace 72 años en Valencia, capital del estado costero de Carabobo, nieto de inmigrantes libaneses, hijo del médico Rafael Ramos Rached, y de Amanda Allup un ama de casa caraqueña, Ramos llegó a la cima del liderazgo opositor con 58 años de carrera política entre pecho y espalda.
A los quince ya era presidente del centro de estudiantes del Liceo Martín Sanabria en su Valencia natal, años después entraría de lleno a Acción Democrática, el partido de la Internacional Socialista y de los expresidentes Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez -dos periodos- y Jaime Lusinchi.
En el partido blanco, que así se le llama coloquialmente a AD, Ramos Allup hizo una carrera in crescendo impulsada por la confrontación parlamentaria que era el escenario de las batallas políticas por aquel entonces. Blancos contra verdes, adecos de Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, contra copeyanos de Rafael Caldera y Luis Herrera Campíns. Eran luchas verbales que Ramos Allup matizaba con miles de cigarrillos y el café con leche que le servía Anita, su secretaria.
Su nombre empezó a ganar notoriedad cuando allá en los ochenta, siendo presidente Carlos Andrés Pérez, se enfrentó abiertamente al programa de ajustes económicos que llevaron a los disturbios conocidos como “el caracazo”. Contra CAP también estaría el 30 de mayo de 1996, cuando fue condenado por malversación de fondos.
Quince años lleva como secretario general de AD, casi tantos cuanto el chavismo en el poder. Como parlamentario, algunos más. Fue elegido diputado por Carabobo en 1994, y en el 2000 por una circunscripción de Caracas. En el 2005 estuvo ausente de los comicios adhiriendo a la controversial decisión de los opositores de no presentarse como protesta contra el Consejo Nacional Electoral, pero en el pasado 6 de diciembre volvió a ganar su escaño en la Asamblea.
Con tres hijos y tres matrimonios, el último con Diana D’Agostino, excandidata a la alcaldía de El Hatillo, cuenta que suele ir a mercar a Quinta Crespo y que continuamente escucha a la gente, que le comenta que sus tres principales problemas son: escasez, inflación y el costo de vida
Razón no les falta a los venezolanos. Desde la muerte de Chávez de cáncer en 2013, la economía venezolana ha perdido casi una cuarta parte de su producción. El colapso de los precios del petróleo ha contribuido a que la economía se contraiga 8 % este año, que la inflación haya llegado al escalofriante 270% el año pasado, y que en los supermercados no si consiga ni papel higiénico y en las farmacias los medicamentos esenciales. Por eso cuando los partidarios del gobierno le arrojaron huevos a la entrada de la Asamblea, Ramos Allup les dijo en broma: “Dámelos a mí para que pueda hacer huevos fritos”.
En medio de la crisis económica, la agenda de la oposición pasa por la salida de Maduro. Después de que el gobierno lograra detener el referendo revocatorio, saben que se están jugando su último cartucho para sacar a Maduro del poder.