La valla que apareció a la entrada de Puerto Boyacá en febrero de 1984 y que reza: Bienvenidos a Puerto Boyacá, tierra de paz y progreso, capital antisubversiva de Colombia sigue allí. El dinero para ese inmenso letrero que casi cuarenta años después aún perdura, la recogieron entre Henry Pérez y Ramón Isaza, los primeros jefes de Autodefensas campesinas que tuvo Colombia.
En esa época la sede Asociación Campesina de Agricultores y Ganaderos del Magdalena Medio, Acdegam, que los dos guerreros presidían estaba en el segundo piso de un edificio en el centro del pueblo. Desde allí no sólo se compraban armas, uniformes, balas y expandir la muerte y la desaparición forzada por Antioquia, Caldas, Boyacá, Cundinamarca y Tolima, sino que se pagaban maestros de cincuenta y cinco escuelas, proyectos de vivienda, campañas de prevención de enfermedades, se entregaba cientos de almuerzos diarios, se patrocinaban reinados y equipos de fútbol. Isaza estaba convencido de que no sólo con garrote se podía ganar a la población. La zanahoría servía, sobre todo en los lugares en donde no había Estado.
La fusión de los hombres de Pérez con los de Isaza a mediados de los años ochenta, después de que las Farc secuestrara y asesinara a un hermano del primero, significó la creación de una de las máquinas de guerra más terroríficas que se ha dado en Colombia. Ramón María Isaza Arango, campesino de Sonsón Antioquia, creó su primer grupo armado, los escopeteros, en 1970. Fue una reacción a las extorsiones, secuestros y asesinatos a las que los frentes 11 y 12 de las Farc sometían a los ganaderos de ese municipio de Antioquia. Con el millón de pesos que logró recoger entre los hacendados de la zona, compró ocho escopetas. En 1978 ya el grupo se componía de 24 hombres. Se dejaban ver por Las Mercedes, Doradal o Puerto Nare. El gran sueño de Isaza, desconfiado y silencioso, era que alguna vez los ocho hijos que tuvo fuera su guardia pretoriana, sus hombres de confianza con lo que limpiarían el Magdalena Medio de la plaga roja. Por esa época Oliverio Isaza Gómez tenía cuatro años y ya sabía como sacarle brillo a un fusil.
A los 15 años ya su papá lo había bautizado con fuego y también con música. No sólo lo enseñó a disparar y lo obligó a acompañarlo a combates con la guerrilla, sino que también a cantar y a tocar la guitarra. Tenían también la música en la sangre. Oliverio nació en una casa derruida en Las Mercedes, Puerto Triunfo. Su papá cantaba música popular y sus siete hermanos iban descalzos al colegio. Pero por las guitarras y los fusiles dejaron a un lado los cuadernos.
A principios de los noventa Pablo Escobar, usando su famosa oferta de “Plata o Plomo” convenció a las Autodefensas campesinas del Magdalena Medio que se le unieran. El único que se le negó fue Isaza. En ese momento Henry Pérez -el hombre que mató a Galán- ya lo había ordenado matar el capo del Cartel de Medellín. El viejo sueño de Isaza estaba cumplido: 15 años después de tomar las armas había despojado de guerrilla esa zona del Magdalena Medio. No quería pactos con un hombre que traicionaba a sus amigos así que le plantó cara a Escobar. Isaza enfrentaba al enemigo más duro. El narcotraficante nunca buscó un enfrentamiento en el monte, sin que uso en la mira a Oliverio Isaza para secuestrarlo. Desde 1992 hasta 1996 el joven estuvo escondido en la vereda Piedra Candela del municipio de Norcasia en Caldas. Allí se dedicó al minería y reunió suficiente plata para comprarse un camión. Su papá lo llamó en el 97 para que se hiciera cargo del negocio familiar.
Oliverio estaba encargado de vigilar todo el cuadrado que hay entre el Corregimiento del Prodigio de San Luis y las veredas La Arabia, Los Delirios y la Unión en Puerto Nare. Las desapariciones y las ejecuciones a sangre fría, se expandieron como una epidemia. Con esmero se ganó el apodo con el que aún hoy lo conocen: Terror.
El poder de Isaza se desbordaba a comienzos de este siglo hasta el punto que, en el 2001, tuvo que dividir a sus tropas en cinco frentes, cada uno compuesto por mínimo cincuenta hombres. Los frentes se llamaban: Omar Isaza, John Isaza, Celestino Mantilla, Luis Eduardo Zuluaga y el Frente Isaza Héroes del prodigio. De él se encargaría Oliverio
Oliverio no fue el único Isaza que fungió de Atila en el Magdalena Medio. El 1 de abril del 2002 cerca de 70 hombres comandados por su hermano Ovidio llegaron a la finca de la familia Herrera Tamayo ubicada en la Vía que la Dorada conduce a Norcasia, en el departamento de Caldas, y los obligaron a abandonar una propiedad de cuarenta hectáreas. Por este crimen fue condenado a ocho años de cárcel. Ovidio, quien a diferencia de su papá y de su hermano se negó a entregar las armas en el 2006 e ingresar al programa de Justicia y Paz creado por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, fue capturado en el 2019 por pertenecer al Clan del Oriente, una organización armada cercana al Clan del Golfo. Tiene encima, por lo menos, 180 crímenes.
El 4 de diciembre de 1998, mientras se desplazaba con cuatro integrantes del grupo paramilitar fundado por su padre, Omar de Jesús Isaza Gómez murió cuando la camioneta Tropper que conducía cayó a un abismo. Venían de una cumbre en la finca Las Tangas de Carlos Castaño. Otro de los hijos del patriarca, Ramón Maria Isaza Inigo, cayó a mediados del 2018 siendo el cabecilla de una red narco llamada Los Porteños.
En el 2006, Oliverio y su papá se entregaron a las autoridades. Pagaron ocho años de cárcel en La Picota. Ramón salió muy enfermo, tiene Alzheimer y Parkinson. Terror aprovechó esa década que estuvo en la celda para componer cerca de ochenta corridos prohibido que está buscando productores para colgar sus trabajos. Se cambió el nombre, se puso el de Oliver Isaza. Y hasta publicó en Youtube este video:
Como cantante no tuvo demasiado éxito. Sus víctimas – nada más los Isaza han dejado una estela de 10 mil muertos- se quejaron de su carrera musical, la juzgaron como un acto de cinismo y fue ampliamente reprochado en redes sociales. Como gestor de paz le ha ido mejor. El pasado viernes 30 de octubre Oliver Isaza llevó a su papá, quien se encuentra en una silla de ruedas y sin recordar quién es, a la plaza dentral de Doradal, donde viven después de la guerra, a que le diera la mano a Joverman Sánchez, alias Manteco, uno de los más temibles enemigos que tuvieron los Isaza en las Farc. Lo acompañaron sus hermanos y apoyaron la caminata que estaban haciendo hasta Bogotá los exguerrilleros para que no los sigan matando. Los Isaza, como tantas otras familias, buscan que la historia no los asocie con el horror de la guerra.
Pero el viejo guerrero ya no sabe donde está. El mal del olvido ha borrado cada una de sus guerras, de sus matanzas, una pena severa, una maldición que apenas empieza a pagar