Escucho la frase muy temprano.
Uno tiene uno que pensar muy bien cómo se dirige a otro en este periodo extendido de confinamiento.
Es una combinación de insistencia, ruego y pregunta, expresado con delicadeza, que pone en valor cada término, como si se tratara de un rebuscado ejercicio lexicográfico en el que se espulga cada palabra. Lucía me habla:
“Niño… ¿Será… Que hoy… me ayudas a rallar un coquito… solo eso, sí?
Afuera, el día se insinúa con un sol resplandeciente.
Lucía dice: “Me ayudas a rallar un coquito, solo eso”. Eso quiere decir “Rállame un coco”.
Antes de llegar a rallar, hay que perforar el orificio correcto, el mismo por donde debe germinar, en caso de que el desarrollo del coco llegue hasta ese momento. Hay que identificar el hueco que los científicos llaman poro de germinación funcional yo lo reconozco como el más grande de los tres, los otros dos poros son ciegos. Por ese poro de germinación funcional es por donde sale el agua. Luego de extraer toda el agua, enseguida hay que partir el coco. El procedimiento de partir coco, me lo enseñó el abuelo Pedro. Se sopla por ese poro de germinación funcional y se llena el coco de aire. Se tapa con el dedo pulgar derecho y se da un golpe certero en un muro. Si todo funciona, la fragmentación del coco debe arrojar unos trozos del tamaño adecuado, no muy grandes, no muy pequeños, para facilitar el siguiente paso: retirar la parte blanca y carnosa de la corteza dura donde viene adherida. Con esa corteza dura los artesanos hacen objetos como cucharas, ganchos para el cabello, copones, vasijas y sujetadores de parumas, entre otros. También se hacen objetos vanidosos como aretes, dijes, pulseras que relucen de barniz y esmaltes como si se tratara de cierta madera exótica traída de selvas lejanas. Es pura y dura concha de coco.
Cuando has sacado el coco completo, y lo tienes en un recipiente, listo para comenzar a rallar, ocurre un misterio colectivo, una convocatoria inesperada, que no sucede mientras hacías todo el procedimiento explicado arriba, ahí nadie aparece a ofrecerte ayuda, pero cuando terminas y tienes allí los trozos de coco lavados, relucientes, comienza el desfile y llamado misterioso que ruega: “Regálame un pedacito”, zuas, el mordisquito. “Pásame un trozo ahí, pa’ comémelo con panela”, Choing… choing. “¿Dejame ver qué tal sabe ese coquito?”, Ese se va y no dice nada. “Nojoda, está bueno, porque está blanquito y durito”, Ese es el lógico, por su concepto nadie se da cuenta que se está comiendo el coco. Así hay otros “!Ahhh… el coco, ya lo sacaste!”, zuas, ataca.
Solo después de todo eso, uno se puede decir: “Me voy a poner a rallar un coquito”, o lo que queda de él, porque en realidad siempre se trata de una medida llena de misterio.
Eso sin contar que el coco tal como lo encuentras en la cocina ya viene pelado. Le han retirado, antes de que entre a tu casa, el exocarpio, o concha externa, que puede ser verde o amarilla, dependiendo el tipo de coco; el mesocarpio, concha intermedia, que se encuentra entre el exocarpio, y el endocarpio, la concha dura, que tiene pegada la carne del coco, el cotiledón, la almendra comestible, la pepa carnosa, la propia.
Cuando vivía en la casa de Pumarejo, los cocos secos eran los que Mayi usaba para cocinar. Se caían del palo y se iban acumulando debajo de la batea. Pelar un coco seco puede ser la gran prueba para un pretendiente. Vincent me contó que una tarde llegó a visitar a una mujer que pretendía en su natal Garzones, pueblo que está a unos 15 minutos de Montería, Córdoba. El papá de la chica, el futuro suegro, lo llamó y le dijo que antes de hacerle la visita a su hija, le pedía el favor de que le pelara un coquito seco.
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Una historia de amor que estuvo truncada por un coco seco, que en realidad no es culpable de nada
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El suegro, que en realidad era apenas una contingencia, le entregó un machete. El coco seco tiene una cáscara rugosa, filamentos contraídos, fibras impenetrables para cualquier machete por muy afilado que esté. La hora de la visita pasó, cayó la tarde, y Vincent decidió renunciar al pedido del suegro y por supuesto a la chica. Es una historia de amor que estuvo truncada por un coco seco, que en realidad no es culpable de nada.
Eso que llaman “un coco” o “un coquito” es todo un universo. No se puede simplificar solo con “Niño, será que hoy me puedes rallar un coquito”. Enfrentarse a un coco es un acto que requiere actitud, pensamiento, concentración.
De todo eso hablaba Teresa, que había nacido en San Basilio de Palenque, y que un día, luego de conversar, de chitiá, como ella decía en lengua palenquera, tuvo el generoso acto de invitarme a su casa el Palenque.
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¨Rallar un coquito" hace parte del "Diario del Confinamiento" que puede seguirse en escribedavid.blogspot.com.co. "Diario del confinamiento" es el testimonio del escritor y periodista David Lara Ramos en estos tiempos de cuarentena.