Rafael, un vendedor cartagenero especial

Rafael, un vendedor cartagenero especial

"Desde mi ventana puedo observar el puesto de ventas de este señor. Él, lo ubica adyacente el paradero de Transcaribe que está frente al edificio que habito"

Por: Douglas Iván Páez Sosa
diciembre 15, 2017
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Rafael, un vendedor cartagenero especial

Desde que vivo a orillas del mar cartagenero, he aprendido a reconocer y diferenciar las diferentes clases de pescados. Identifico perfectamente el pargo rojo ojón, el pargo rojo normal, el róbalo y la corvina—todos estos de carne blanca—. También, el jurel y el lebranche, especies de carne más oscura, pero igual de deliciosa.

Los de carne blanca, los cocino a fuego lento en una sartén tapada; y agregándoles algunas especies y sal. En cambio el jurel, prefiero fritarlo —totalmente sumergido—, en aceite caliente. Menos saludable quizás, pero es así como me gusta.

Pero lo que realmente quiero resaltar es lo especial que es este vendedor de pescados. Su nombre: Rafael, y es él quien me ha instruido en esta nueva destreza de reconocimiento de especies.

La segunda vez que llegué a su puesto a comprar los apetitosos peces, deliberadamente entregué $5000 pesos demás y procedí a marcharme rápidamente. ¡Oh sorpresa agradable!, inmediatamente y casi que por instinto, Rafael llamó mi atención y devolvió lo que no le pertenecía. Era honesto, segundo punto a favor.

Desde mi ventana puedo observar el puesto de ventas de este señor. Él, lo ubica adyacente el paradero de Transcaribe que está frente al edificio que habito. En el mismo muro donde, todas las tardes, veo largas hileras de personas sentadas a la espera de uno de los articulados. Esto llamó mi atención: ¿Como podían estar sentadas, todas estas personas, en el "mesón" de ventas de Rafael? ¿Acaso no sentían el fuerte olor a pescado?

El día siguiente y mientras compraba, le comenté a Rafael acerca de mi inquietud; y él, de manera espontanea, respondió: "Docto', es que yo lavo mi puesto siempre al terminar la venta, y con detergente... vea", se agachó, y desde una de las esquinas del paradero, tomó un tarro nuevo de detergente liquido y me lo enseñó. Otro punto a su favor.

Cierta ocasión y mientras le enseñaba la vista desde mi alcoba a una amiga, le pregunté: ¿Ves ese muro del frente?, —sí, claro, respondió.  ¿Notas que hay un pedazo que se ve húmedo a pesar del inclemente sol? —Oye sí, claro que lo veo. Bueno, allí se coloca mi vendedor de pescados, y te digo algo, mi vendedor de pescados es especial. La hermosa chica me miró con rostro sorprendido e incrédulo; pero su expresión cambió apenas le conté todo lo arriba mencionado.

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