Cuando apenas habían corrido 50 minutos del día 9 de noviembre del año 2015, a través de Twitter, Juan Manuel Santos informó a los colombianos que el nombre del nuevo Ministro Consejero para el Posconflicto era el de Rafael Pardo. Una noticia que, evidentemente, es aterradora para las pretensiones de paz que albergan los corazones de la mayoría de los colombianos pero que, por demás, no me sorprende en lo más mínimo. Nada diferente se podía esperar de la clase política de mi país, a la cual pertenecen Santos y Pardo desde siempre.
Rafael Pardo Rueda es, indudablemente, uno de los más grandes parásitos de nuestra historia, y eso lo evidencian las tres décadas que lleva viviendo de la inagotable teta pública. De la mano de Santos, por ejemplo, ya desfiló por el ministerio del trabajo y lo único que logró hacer fue que más colombianos decidieran salir a “trabajar” en las calles de nuestro país vendiendo llamadas a celular y empanadas. Desde octubre del 2011 y hasta inicios del 2014 estuvo él, entonces, al frente del ministerio de trabajo. Pardo impulsó, por ejemplo, la Ley del Primer Empleo que lo único que demostró fue la debilidad de las políticas del gobierno Santos. Hay que recordar que millones de jóvenes colombianos, como yo, tuvimos que salir de Colombia a partir del 2011, porque Colombia no nos brindó empleo digno ni salud ni educación.
Sin embargo, y aunque parezca increíble, este no fue el cargo público por nombramiento en el que más daño le hizo a los colombianos el ex jefe único del Partido Liberal. El 7 de agosto de 1991 asumió como ministro de Defensa, bajo las órdenes del leguleyo liberal Cesar Gaviria. Desde su cargo, como todos deben recordarlo, le entregó el país a Pablo Escobar y, con su inoperancia, permitió que la vida de miles de compatriotas terminara con un balazo en el pecho o escuchando la explosión de un carro bomba. La Catedral, aquella cárcel que parecía una mansión de Hollywood más que un penal, funcionó como centro de operaciones del Cartel de Medellín, mientras Pardo se quedaba con los brazos cruzados. En la memoria del nuevo ministro van a estar siempre, no sé si con o sin dolor, las imágenes de decenas de atentados terroristas que vieron los colombianos entre el 91 y el 94 a través de la caja estúpida con lágrimas en sus rostros.
Pardo, además, pasa de un partido e ideología política a otro y otra, casi con la misma frecuencia que cambia la luna de fase. Trabajó y apoyó las aspiraciones de los últimos tres grandes cánceres que ha tenido el país, en términos de candidatos a obtener el máximo cargo de la rama ejecutiva: Andrés Pastrana, Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos. En el 98 se unió a la campaña del sinvergüenza que le regaló el país a las FARC, en el 2002 invitó a sus seguidores a votar por Uribe, y en el 2010, tras obtener una votación miserable en la primera vuelta de las presidenciales –en la que fue el candidato del Partido Liberal- apoyó en la segunda vuelta a Juan Manuel Santos. Y, obviamente, cuando pasó por el congreso, entre el 2002 y el 2006, no hizo algo diferente a lo que hacen la parranda de vagos que eligen para que manejen nuestro destino los colombianos de bien.
En definitiva, y teniendo en cuenta que él aprovecha absolutamente su presente y pasado en los medios –por lo que la mayoría de periodistas venales en Colombia no paran de exaltarlo, pues él fue uno de sus jefes o su pareja –Diana Calderón- es su jefe actual-, Pardo es un oportunista que lo único que le puede garantizar a los colombianos es que el postconflicto va a estar colmado de impunidad, y que él, con su ineptitud, va a hacer que nuestro país repita la historia que se vivió –repleta de injusta protección a los criminales- con la desmovilización del M-19, en la que él también estuvo metido, cuando Virgilio Barco era el presidente de Colombia.
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