Rafael López de ayudante de mecánica a alcalde de Zaragoza, Antioquia

Rafael López de ayudante de mecánica a alcalde de Zaragoza, Antioquia

Un hombre de la política que inició desde abajo y logró consolidarse en su región desde las bases del sindicalismo

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
septiembre 08, 2022
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Rafael López de ayudante de mecánica a alcalde de Zaragoza, Antioquia
Fotos: Cortesía / Wikimedia

Texto: Gonzalo Gómez Vargas. Pocas personas en la vida llegan a los 92 años de edad, en condiciones físicas y mentales, como las que ha logrado Rafael López Mejía.

Es un zaragozano de pura cepa, orgulloso de su tierra y de su historia como ningún otro. Rafael se considera autodidacta, pues cuando joven era más conocido por ser travieso que por ser buen estudiante; sin embargo, su curiosidad e inquietud por conocer sobre temas sociales y políticos le sirvieron luego para consolidarlo como uno de los líderes más destacados de su época en la región.

Aficionado a la fotografía, lector incansable, bohemio en su juventud y con una gran capacidad para mantener los recuerdos casi vívidos, hacen que una conversación con él, sea agradable y bastante enriquecedora.

Rafael “Chito” López, hijo de Rafael López y Modesta Mejía, nació en Zaragoza el 14 octubre de 1927, en la Calle Real por los españoles, Bolívar por los republícanos y, también conocida como Calle del Comercio. Cuenta que aprendió a nadar a escondidas de sus padres en las caudalosas aguas del río Nechi, y en todo caño, rio o quebrada que encontrara en su largo recorrido.

“Una vez, me lancé a uno de esos charcos y me hice una cortada en el estómago, mi preocupación era tapar la herida para que no me la vieran en la casa, pero alguien les conto a mis padres, mi madre en vez de curarme, lo que hizo fue darse gusto con la correa”.

Estudió toda la primaria en Zaragoza con un solo maestro, por lo que tuvo que hacer un preparatorio en El Ateneo Colombia antes de ingresar al Liceo departamental de Yolombó para estudiar el bachillerato, en calidad de interno.

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Luego, pasó a la Universidad Pontificia Bolivariana, una institución de mucho prestigio y de tendencia muy conservadora; sin embargo, una tarjeta de Monseñor Builes le abrió las puertas, a este hijo de liberales, en dicha universidad, regentada, en ese entonces, por Monseñor Félix Henao Botero. Rafael no pudo finalizar sus estudios por, en sus palabras, “su falta de atención y disciplina”. Así que decidió hacer un curso de comercio práctico en La Escuela Remington.

Al poco tiempo se fue a trabajar a la tienda de su papá, en Zaragoza, un negocio donde se podía encontrar todo tipo de granos, gaseosas, cerveza, carne, etc.; esta tienda, resultaba, además, ser el sitio de preferencia, para lugareños que amaban pasar las calurosas tardes tertuliando. En una de esas visitas, el papá de Rafael, cansado de la indisciplina, aprovechó la conversación para buscar un mejor rumbo en la vida de su hijo y ¡vaya que lo logró.

“Mi papá tenía una tienda, que además de estar bien provista, era centro de relaciones públicas en Zaragoza, hasta el abogado de la Pato Juan Zuleta Ferrer cumpliendo su año rural tomaba tinto en la trastienda. Allí atendían mi madre y tres sobrinos, hermanos de crianza míos y por supuesto mi papá.

Yo tenía 19 años, y empecé a desquiciarme, a tomar licor; mi vida era un desorden total. Un día mi papá me dijo: en la casa tienes comida y ropa, pero no vuelvas a la tienda, porque no quiero que me sigas sacando el dinero de del cajón para compartir con tus amigos y las putas de Buenos Aires. ¡Consigue trabajo!, y ¿en qué voy a trabajar yo? le respondí, pero él ya tenía un plan adelantado; me contó que me había conseguido un puesto de trabajo en La Pato Consolidated Gold Dredging, gracias a sus buenas relaciones con los jefes del taller de Mecánica, José Valdés y Gabriel Martínez, quienes frecuentaban la tienda. Estos señores le dijeron: Mándenos a su hijo que nosotros se lo domamos.

Empecé como ayudante en el taller mecánico, en el mes de junio de 1946 con un jornal de un peso con cuarenta centavos por día, 20 pesos más que el salario básico legalmente establecido.

Pasé el periodo de prueba en medio de esos equipos que tanto me impresionaban y estaba muy contento como ayudante del operario que manejaba el taladro. A mi llegada a la empresa, el director del taller y el apuntador de tiempo, eran hermanos, y no era viable este vínculo, ya que el apuntador de tiempo era el que llenaba las tarjetas con diferente color según la década y reportaba asistencias y horas extras diariamente al departamento de contabilidad, así que, para evitar algún tipo de conflicto, la empresa despidió a este último.

Me preguntaron qué si era capaz de desempeñar ese trabajo y respondí que sí, pues en mi recorrido por los diferentes colegios, hice algo de lo que llamaban “comercio práctico” y allí había aprendido a escribir en máquina, entonces empecé a desempeñarme como apuntador de tiempo”.

Un poco más adelante en la historia, algunos compañeros de oficina de Rafael fueron despedidos y él se hizo cargo de dichas responsabilidades, trabajando cuatro horas extras diarias, completando así, un ingreso de 5 pesos por jornada que, en ese entonces, significaba mucho dinero.

Sus actividades incluían escribir a máquina los informes mensuales que los jefes de sección escribían a mano, como los informes del Señor Archibold, un directivo que se encargaba de varios frentes; era jefe de cuadrillas de patio y excavaciones, jefe de plantas de hielo y oxígeno, y jefe de las dependencias del departamento mecánico. Rafael transcribía, además, los informes del Señor Timings, jefe de dragas, quien era bien conocido por escribir los borradores en inglés y con una pésima caligrafía.

Para reforzar sus conocimientos, Rafael leía la revista Popular Mechanics (Mecánica Popular), una revista en inglés, por lo que Rafael utilizaba un diccionario Appleton Inglés – español, que también le servía para traducir las órdenes de trabajo que siempre empezaban con la palabra Make.

Rafael recuerda cómo se fue dando su escalonada carrera en la Pato: “Oído alerta y disciplina me llevaron a triunfar en La Pato Consolidated Gold Dredging.

Cuando ya estaba ganando 5 pesos, empecé a vivir en el campamento que llamaban El palomar para empleados de oficina, colombianos solteros. Ya no me iba a engrasar más. Vestía como todo un señorito, todo de blanco: camisa, pantalón y medias. Era la época gloriosa del final de la guerra; nos llegaba ropa americana; ropa interior femenina de nylon que utilizábamos para pagarle a las “muchachas de vida alegre” por “un polvo”.

Era un campamento muy organizado. Había una tienda bien surtida con productos que se traían en barco. Para ese momento ya había un hospital al que llamaban El Hospital Nuevo, pues El Viejo, que era de madera y paja, se había construido con la Pato Mines, mucho tiempo atrás.

En el campamento existían niveles de vivienda, por ejemplo, El Alto California; allí vivían los extranjeros de alto rango. Sus casas estaban rodeadas de jardines, y eran mucho más confortables que las del barrio La Meza, destinadas para las familias de, soldadores, mecánicos, chiveros carpinteros, operadores de plantas de oxígeno y hielo, electricistas y capataces.

Los otros barrios eran El Plan de La Loca, Ocho Casitas y El Alto de la Tienda, que estaban destinados para Jefes de Sección y personal técnico como ingenieros y oficinistas.

Convivíamos con ingleses, americanos, canadienses, yugoeslavo y Australianos; estos últimos por lo general, nos trataban mejor. Muchos de ellos convivieron con colombianas, dejando descendencia que aún lleva sus apellidos en la región y en otras partes del país.

Míster Grant, jefe de dragas se casó con la enfermera que lo atendió hasta que murió; afortunada mujer de las sabanas de Bolívar que heredó la jugosa pensión de este bondadoso americano, o Míster Chris, jefe de fundición, que no vivía en El Alto California, sino en El Alto La Tienda, porque vivía en unión libre con una barranquillera, con la que tuvo una hermosa hija, Hellen, que contrajo matrimonio con el Jefe de La Oficina de Trabajo, el buen mozo abogado Ignacio Quevedo Fernández. Ignacio fue después contralor departamental de Antioquia

Siempre tuvimos un buen entendimiento con los extranjeros a pesar de la estratificación. La cerveza, el ron y el The Glenlivet, ese whisky de single malt, que se compartía de boca en boca y sin discriminación alguna, en esas noches de “pago”, a orilla del Nechí, en complicidad con los anzuelos y un sancocho de Bagre, montados en los planchones del viejo puerto o en los pontones de la pequeña draga No. 6, en proceso de armada en el remanso de Camboró.

La resistencia que existía contra los gringos, provenía de Zaragoza, donde residía Ernesto Estarita Carroll, leguleyo de origen costeño, asesor y organizador de los barequeros que con frecuencia asaltaban las minas que la compañía explotaba con monitores. Estarita fue declarado enemigo de la empresa y sufrió persecución y denuncias.

Después se convirtió en uno de los mejores amigos de la compañía, ésta se trasladó de Pato a El Bagre, tanto que uno de sus hijos llegó a ser operador de la draga No. 7 y hasta representante legal de la Empresa ante los juzgados de Zaragoza.

Rafael recuerda el carácter estricto de algunos dirigentes americanos, quienes, con una cultura distinta, lidiaban con la actitud folclórica de muchos empleados.

“Mr. Jerves, un americano que entró a reemplazar a Mr. Timmens como superintendente del Taller mecánico, me dijo en su primer día ¿por qué esta tan sucio el taller?

Le respondí que el barrendero estaba enfermo; él me preguntó luego, ¿cuál es el oficio del barrendero? ayudante de mecánica, le respondí, su tercera pregunta fue ¿cuántos ayudantes de mecánica hay aquí? Le dije que cuarenta, y terminó con la oración: entonces pon otro.

Llamé al primero y me respondió que no era barrendero, y así sucesivamente se fueron negando uno a uno, hasta llegar al décimo, le decíamos Cubanito, y era muy consentido por las muchachas, al que le confesé que todos los anteriores se habían negado y ya tenían orden de despido por desobediencia, así que no demoró en aceptar barrer, los demás fueron despedidos de inmediato.

El presidente del Sindicato habló con la Gerencia, para abogar por sus compañeros, pero todo fue inútil, ese día salieron nueve ayudantes de mecánica”. El Sindicato consiguió el reconocimiento del pago de los diez días de preaviso.

“La mayoría de los trabajadores de Pato eran hombres solteros. Por costos y por las dificultades de transporte en la noche, no era fácil ir por el río a Zaragoza. Alguien, construyó dos o tres ranchos de paja en la orilla derecha de la desembocadura de la quebrada San Juan al Nechí y con luces de lámparas de gasolina y petróleo montó una especie de “prostibulito”.

Allí se ofrecía cerveza que enfriaban con bloques de hielo procesados en la planta de la empresa. El acompañamiento era con damas, que eran el rezago de la zona de tolerancia de Zaragoza.

Los empleados terminaban sus largas jornadas y llegaban a pie o aprovechando el camión particular del servicio al aeropuerto. Pero la fiesta no duró mucho porque las enfermedades venéreas causaron múltiples incapacidades entre el personal de trabajadores, situación que alertó a la empresa, quienes con el apoyo de las autoridades sanitarias y de policía de Zaragoza, cerraron el burdelito.

Los burdeles en Zaragoza que se habían afectado por la ausencia de sus clientes, contrarrestaron la dura competencia, ofreciendo transporte gratis de ida y regreso de Pato a Zaragoza, en las lanchas de Carlos Navarro, Lácidez Sambrano y Euclides Aguilar en los días de “La década”.

“Por mucho tiempo el aeropuerto de Pato, fue calificado como uno de los más seguros y grandes del país. Estaba construido en terreno firme o de peladero rocoso o de peña como la llaman los mineros. Con una pista de 1500 metros se hacían vuelos diarios por varias empresas, como fue en un principio con Scadta y luego Avianca, LANSA y SAM. Vuelos con escala en Pato, Corozal y Planeta Rica rumbo a Barranquilla llevando pasajeros, correo y carga, pues la mayoría de los trabajadores eran del norte del país”.

“El paludismo hacía estragos, por eso se organizó una comisión de La OMS, dirigida por el síndico del hospital de la compañía, don Julio Wiesner, quien manejó la Cuadrilla de Sanidad que hacía la rocería, fumigación y petrolización de pozas y ciénagas, actividades que se hacían coordinadas con el Centro de Salud de Zaragozay la OMS.

Allí también estaba al frente un compañero de Don Julio y empleado del Ministerio de Salud, el caleño Alejandro Escobar Alegrías, paisano de Chinique, el indio que comía loros y fue buldocero y luego capitán de puerto por muchos años, y cuando lo jubilaron y le dijeron que no tenía que ir más al Puerto, lo mató la tristeza y en pocos días murió. Alejandro fue el encargado tanto del profiláctico con sala de exámenes para las prostitutas, como de las necropsias; con médico oficial y enfermeras especializadas”.

“Era la primera vez que ocurría el hundimiento de una draga y fue el 29 de enero de 1947. La draga se topó con una punta de roca, que se encontraba a una profundidad de diez pies bajo agua, que no fue detectada por el inexperto operador. Cuando la draga hacia el movimiento de vaivén hacia el lado derecho, la catenaria de las cucharas apretó la parte inferior del casco, rompiéndolo. Inmediatamente las bodegas del casco se empezaron a llenar y no hubo tiempo de mover la draga hacia atrás, hacia las colas, por lo tanto, la draga se asentó en el fondo del lodo y agua, quedando inclinado 65 grados con la vertical. Toda la tripulación salió a nado, alcanzando la orilla sin ninguna lesión. La escala de cucharas y la cola quedaron dobladas, el pontón izquierdo destruido, la sala de operaciones muy dañada.

Las operaciones de recuperación se iniciaron inmediatamente. La draga se jaló hasta dejarla con 25 grados de inclinación con la vertical; el lodo se sacó de la poza hidráulicamente; el casco se parcho temporalmente y el primero de marzo la draga fue reflotada, para ser llevada a un banco nivelado al lado de la poza, donde fueron reconstruidas todas las partes dañadas; se aprovechó para alargar la escala y darle un mayor alcance de dragado.

La reparación fue lenta y más difícil de lo normal, debido a que era un equipo con 31 años de estar operando y había muchas partes con oxidación y el casco con corrosión. La draga quedó completamente recuperada en el 31 de mayo.

Yo estaba vinculado a Pato cuando esto le ocurrió a la draga No. 2. La mayoría de oficiales del Taller Mecánico, entre paileros, soldadores, machineros, herreros y ayudantes fueron trasladados para recuperar esa draga. Místeres Timmins y Grant figuraban como

Superintendente de Dragas y Capitán de draga, bajo la dirección de Míster Ball como Superintendente del Departamento de mecánica. Recuerdo algunos nombres pues eran mis amigos y compañeros de labor: Eduardo Mariche, pailero; Joaquín Urrutia, Jefe de Soldadores traído de la Chocó; Martínez Mora, pailero; Gustavo Arbeláez, tornero, musculoso y de gran fuerza para organizar el levantamiento de poleas y ejes pesados.

El Viejo López, Jefe de linieros; el español Sixto Sánchez, jefe del taller eléctrico recuperando los motores en los hornos de calentamiento y secado; José Ángel Perea, jefe de soldadores eléctricos; Fernando Roncallo, jefe del personal de oficiales soldadores y cortadores con acetileno.

Se recogieron todas las botellas de oxígeno facilitadas por los hospitales de la empresa desde Zaragoza, El Bagre y Santa Margarita. Se trabajó intensamente; las horas extras se extendían en los turnos de "blanca", "morena " y “negra”.
Hubo derroche en los pagos decadales y estos hombres parecían de acero. Se contrató un grupo de paileros de Magangué y Barranquilla bajo la dirección del veterano y respetable maestro Calixto Paut, experto en hacer soldaduras con remaches de distintas dimensiones. Los hermanos David y Gonzalo Gruesso, excelentes oficiales.

Para el manejo de la grúa se contrató un oficial de la Frontino Gold Mine de apellido López. Participaron también los torneros Roberto Arango, Arnoldo Ríos y los Jefes de Taller José Valdés y Gabriel Martínez. Un tercer Jefe de Taller, Alfredo Rueda estuvo directamente en los trabajos de rescate. La Planta de Oxigeno trabajó al máximo. Y como siempre, los zancudos se espantaban con el sudor del Ron Antioquia.

Trabajé hasta 1950, cuando la compañía, argumentando crisis económica debido a que el precio del oro venía congelado en 35 dólares la onza troy, por lo que era necesario hacer un recorte de personal, fue cuando me retiraron”.

A principios de 1959, Rafael fue nombrado tesorero de rentas municipales, por el concejo municipal, para controlar los gastos de los alcaldes que, en ese momento, tenían al municipio en bancarrota, pero rápidamente, el 20 de diciembre de ese mismo año lo nombraron alcalde de Zaragoza; durante poco más de veinte años, o algo así como 7,641 días, Rafael dirigió el curso municipal, su último periodo finalizó el 21 de diciembre de 1980.

Durante este periodo, se ausentó de su natal territorio, durante un año, pues, en julio 19 de 1961 fue designado para reemplazar al recientemente asesinado alcalde de Segovia José Elías Marín, un hombre odiado por el sindicato de la Frontino Gold Mines y por la célula comunista de Jaime Velásquez Toro.

Don José Elías fue asesinado de un escopetazo cuando cumplía un lanzamiento ordenado por el juez, así que Rafael, acudió al llamado en esta conflictiva región haciendo gala de su vocación como servidor público.

Varias veces fue concejal, representante suplente de la Cámara de representantes y hasta Diputado de la Asamblea de Antioquia. Como alcalde de Zaragoza y a pesar de que las relaciones de la Compañía con la región no siempre fueron de armónicas, él las manejó inteligentemente dentro de un ambiente de cordialidad buscando lo mejor para su región.

Rafael dice que su trasegar político “No fue un camino de rosas, hubo muchos enfrentamientos, muchas veces violentos y también un montón de errores”. Sin embargo, los hechos hablan más que las palabras y es que una persona que aun pueda caminar con la frente en alto después de una vida dedicada al servicio público, bien merece todos los reconocimientos.

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