Hace unas semanas, cuando una periodista le preguntó a Francia Márquez por qué no había asistido en representación del país al entierro de la Reina Isabel, ella respondió con su desparpajo de siempre que, como mujer negra, no se sentiría cómoda, por su connotación histórica, su vínculo con el racismo, el colonialismo, la esclavitud.
Días después, el pasado 26 de septiembre, durante la primera marcha convocada por la extrema derecha en contra de las reformas progresistas del gobierno, una mujer se desfogó en insultos racistas en contra de la vicepresidenta y de los negro/as, quienes “roban, atracan y matan”.
Estos ataques racistas han sido una constante en la vida de Francia, pero se intensificaron durante la campaña electoral. Algunos llevaron a procesos judiciales contra sus perpetradores, que terminaron con conciliación y retractación formal.
Pero esta última vez Francia se negó. “En este caso yo ya no voy a hacer una conciliación. Que se retracte no evita que el resto de la sociedad siga incurriendo en una conducta delictiva como el odio racial. Espero una acusación formal y que el juez proceda en impartir las sanciones”:
Entre el siglo XVIII y XIX, en el marco de la consolidación del capitalismo, concepciones pseudocientíficas impusieron la clasificación y tipificación de las llamadas razas humanas, con sus consecuencias en términos culturales y sociales.
El fascismo, el colonialismo, el imperialismo, en todas sus formas invocan y legitiman la superioridad racial de los blancos, la supuesta prevalencia de una cultura superior, hegemónica, dueña del poder y la razón. Y el catolicismo ha sido socio principal de esta empresa.
Bajo estos parámetros, en 1915 el exministro español Faustino Rodríguez-San Pedro propuso el llamado “día de la raza” que, no solo celebra el “descubrimiento”, sino también la superioridad de la “raza española”.
El debate racial se intensificó en nuestro continente desde finales del siglo XIX. De un lado, políticos e intelectuales buscaban “mejorar la raza”, para contrarrestar las supuestas limitaciones derivadas de indígenas y afrocolombianos. Para ello, se promovía abiertamente la inmigración de europeos “blancos”.
Del otro lado de la disputa y desde distintas perspectivas y lugares, se expresaron quienes rechazaban esta concepción y pretensión colonial e imperial y sus falacias.
Pero regresemos a la Colombia de hoy en donde la reivindicación de la diversidad étnica y la lucha antirracista y antipatriarcal están cada vez más presentes. Francia Márquez representa a las comunidades más excluidas, a lo largo y ancho del territorio nacional, que fueron definitivas en el portentoso estallido social del año pasado que culminó con el triunfo electoral.
Al igual que estas comunidades diversas, ella ha sido víctima de la confluencia de múltiples desigualdades: mujer, negra, joven, pobre, madre soltera adolescente, objeto de desplazamiento forzado y de atentados contra su vida. De todas las exclusiones y discriminaciones posibles. Llega a la vicepresidencia por mérito propio, como vocera de estos sectores.
Viene del Cauca, un territorio estratégico, enclavado en el Pacífico. Allí y en los departamentos de todo el litoral, históricamente, quienes manejan el poder han sometido a los pueblos étnicos a la esclavitud y la servidumbre. Se recrudeció la violencia debido al saboteo al Acuerdo de paz y a la connivencia de las elites políticas, económicas y militares con las bandas criminales.
Los pueblos indígenas y afrocolombianos han sido desproporcionadamente afectados por el desplazamiento y el conflicto armado, como lo señaló la Corte Constitucional y lo ratifica el informe de la Comisión de la Verdad.
El racismo y el machismo están arraigado no solo en las elites, sino en el conjunto de la sociedad, por lo que resultan muy difíciles de superar. ”La tradición de todas las generaciones oprime como pesadilla el cerebro de los vivos”, invocaba Marx.
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Las expresiones racistas contra Francia no responden a comportamientos individuales, reprochables y sancionables. El racismo es estructural
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Por ello, las expresiones racistas contra Francia no responden a comportamientos individuales, reprochables y sancionables. El racismo es estructural, es parte del proceso civilizatorio ligado a la explotación capitalista, a la sociedad patriarcal, excluyente y depredadora de la naturaleza.
El pasado 12 de octubre Petro asistió a la clausura Minga Política y Cultural por la defensa de la vida, el territorio y la paz, en Caldono, Cauca. En su intervención invocó el cerebro colectivo de los territorios, las comunidades, el movimiento indígena y afro, como sujetos transformadores. Por primera vez, desde el gobierno se conmemoró el día de la resistencia y no el día de la raza.
Se refirió a la magnitud de las dificultades del “enemigo interno”: las normas hechas a su medida durante siglos por las élites tradicionales, privilegiadas. Al aparato estatal como acumulado de la historia de la dominación política y social. Al intento de legitimar el racismo y sus prácticas desde el Estado.
Pero ya hay cambios evidentes y significativos. Una indígena arhuaca es la representante ante la ONU.
Esta resistencia desde la institucionalidad, desde las normas, se articula con la resistencia al cambio, con los argumentos supuestamente técnicos que, por ejemplo, insisten en elevar las tasas de interés, frenar el consumo y continuar con los preceptos neoliberales que siguen imperando en el mundo a pesar de su fracaso.