Como estudiante de una universidad localizada en el centro de la ciudad, es para mí común la imagen de los indigentes como Eduardo deambulando sin rumbo definido alrededor de las instalaciones del campus. De un modo u otro hemos aprendido a verlos como una parte del paisaje y nos dedicamos a ignorarlos, o peor aun, a evitarlos en el caso de que nos aborden.
Y es que es justificable. De ellos se suele decir que “si uno les da la mano le cogen el codo” o “si uno les da plata la cogen para drogas”, “no les voy a patrocinar su falta de oficio”. ¿Por qué habríamos de compartir el fruto de nuestro trabajo honesto con esos holgazanes?
No lo voy a invitar, señor lector, a mirar dentro de su corazón (o dentro de su bolsillo) en búsqueda de algo de simpatía, o de piedad, o una limosna para Eduardo. Lo que quiero es ahondar en el problema, empezando por recordarle, en primer lugar, una premisa económica básica: “los agentes somos racionales”, al menos en principio. Es decir, tomamos decisiones en cuanto estas nos generan la mayor utilidad posible. Si usted el día que le pagan su quincena, a la hora del almuerzo puede escoger (por el mismo precio) entre su plato favorito y una ensalada de repollo de hace 3 días, usted seguramente escogerá su plato favorito, porque es lo que más “felicidad” le otorga.
Lo segundo que le quiero recordar no requiere mucha demostración, y espero usted lo acepte como verdadero. Un indigente es tan ser humano como usted y como yo, rie, llora, ama, envidia y sufre como nosotros. Si se pincha con una aguja le duele y le sale sangre. Es por eso que me rehúso a aceptar la premisa de que el indigente es indigente porque quiere. O que el drogadicto es drogadicto porque así lo desea, ya que la situación que mayor utilidad le genera es vivir marginado, pasando las más básicas necesidades y las peores humillaciones, día tras día. Eso no tienen sentido, no es racional.
Pero entonces, siguiendo con el ejemplo de la ensalada, hay dos factores a tener en cuenta, capacidad de escoger y precio. La razón por la que usted escogió su plato preferido es porque el precio era el mismo, y porque a usted le dieron la posibilidad de escoger. Si usted tiene la suficiente hambre y/o el precio de su plato favorito es lo suficientemente alto, usted terminará comiéndose la ensalada de repollo pasada.
Eso es, para mí, lo que sucede con los entre 8 y 7 millones de indigentes que cohabitan este país con usted y conmigo en este momento. Terminan comiéndose un plato amargo de ensalada porque, o no tienen alternativa, o el precio de la alternativa es demasiado alto.
El no tener otra elección suena irreal “siempre hay una alternativa” dice la gente. Y puede que tengan razón. Así como el restaurante ofrece más de dos platos, usted en la vida tiene muchas opciones. Entonces usted quiere su plato preferido, y tiene 10 opciones que son más baratas pero que no lo harán muy feliz. ¿Cuanto está dispuesto a pagar por su plato favorito? Esa es la cuestión. Hay dos opciones, que su plato predilecto sea demasiado caro y usted opte por una opción más barata, o que sacrifique su dinero por y se compre su añorado platillo.
Digamos que el indigente quiere dejar de ser indigente porque es racional, y a una persona racional no le gusta vivir marginada, o aguantar hambre, o encadenada a las drogas. El indigente, como usted, desea ese que es su plato predilecto. Entonces puede continuar con esa forma de “vida” o puede escoger entre un puñado de opciones que no le costarán mucho pero tampoco lo harán muy feliz: irse de la ciudad, robar, atracar, pedir limosna, buscar a un ingenuo que le compre el almuerzo, etc. Eligiendo alguna de esas opciones el indigente mejora su calidad de vida a un precio bajo pero tampoco será mucha su utilidad. Esto basados en nuestro supuesto de que él es un ser humano y no un desadaptado.
Obviamente hay indigentes así (que usted con su actitud ayuda a crear, pero ese no es mi punto): resentidos, cleptómanos, enfermos mentales, delincuentes, etc. Pero lo invito a que evalúe, de los seguramente cientos de indigentes con los que usted se ha encontrado en su vida, cuántos lo han insultado, o intentado robar, violar, o asesinar. Y me atrevo a suponer que serán una minoría pequeña.
Así que volviendo al punto, un indigente quiere su plato predilecto y tiene opciones baratas que no sirven para mucho. Lo que evita que el indigente alcance su objetivo es entonces el precio. Dejar de ser indigente es demasiado caro. Y no hablo del precio en moneda, sino en todo lo que tiene que hacer, o dejar de hacer la persona para salir de la calle. Siendo simplistas, para salir de las calles en muchos casos tendrá que dejar las drogas, y eso es supremamente difícil, en segundo lugar necesitaría arreglar su imagen (conseguir ropa limpia y cortarse la barba) para tratar de conseguir un trabajo para el cual necesita algún tipo de habilidad o experiencia (ya que en Colombia los trabajos son escasos, y para conseguir uno hay que sobresalir).
¿Donde conseguir estas 3 cosas? Para un habitante de la calle conseguir esas 3 cosas será una labor titánica, dado que muy pocos les ofrecen ese servicio. Por ley de oferta y demanda, un servicio escaso es caro. Ahí esta ese precio elevado que deberán pagar por su plato predilecto.
Finalmente usted dirá “quien lo manda a meterse en las drogas”. Y en este punto es donde incumplo mi palabra y le pido una pizca de piedad y simpatía. Somos seres humanos y cometemos errores. Ellos son igualmente seres humanos que han cometido equivocaciones. Y esos errores en ocasiones nos pasan una factura cara, se convierten en esos precios elevados que debemos pagar por salir de las crisis (como cierto país vecino que debe abandonar su revolución bolivariana, pero eso tampoco es mi punto).
Yo creo señor lector, que si contribuyéramos más a crear y fomentar (porque ya existen) estrategias que redujeran el costo de salir de indigente en Colombia no solo la vida de ellos, sino su vida y la mía mejorarían notablemente. El paisaje sería más agradable, está demostrado que reducir la desigualdad social mejora la seguridad en general, en otras palabras, esa minoría de desadaptados que mencioné desaparecería y, no nos digamos mentiras, ayudar a otro ser humano se siente bien, genera utilidad.
Así que lo invito a que reflexione, ¿cual es su decisión racional?