Se nos dijo en los colegios de ayer, se nos dice en los de hoy y tal vez se nos diga en los de mañana que el reino de los animales se fragmenta en dos: el de los racionales y los irracionales. Es decir, los que adquirieron raciocinio y los que no, los que facultan y los que no, los que piensan y los que no, los que procesan información y los que no, los que hablan y los que no, los que tiran de un gatillo y los que no.
Pero gracias a esa diferencia, tan ventajosa como en desventaja, alguien sostuvo que "los animales no son superiores a nosotros, aunque tampoco inferiores", y yo le confiero al 101 por ciento la razón. Y otro alguien, yendo un tanto más lejos, aseguró también que "nuestra inteligencia nos sitúa por debajo de los animales", y a ese también le confiero al 101 por ciento la razón, incluso elevada al cuatro por mil.
Y es que está demostrado que los animales irracionales poseen un sistema nervioso igual al de los racionales, razón por la que, según mi juicio, que es el mismo de Fernando Vallejo, escritor especialista en destapar alcantarillas colombianas, son ellos nuestro prójimo, incluso nuestros hermanos, tal como lo declarara el justo de Asís en aquel tiempo, honorable miembro del santoral católico que parece estar desdeñado por una Iglesia que los descuartiza para devorárselos hoy.
Ahora, y por si carece de argumentos mi postura en cuanto a nuestros parientes sin habla respecta, pregunto: ¿tiene alguna diferencia su sistema orgánico con el de nosotros, máxime cuando algunos, como el chimpancé, comparten el 99 % de nuestro ADN?
Lamento dudarlo, porque, hasta donde sé, tienen cerebro, sesos, cabeza, oídos, ojos, pestañas, nariz, boca, dientes, lengua y saliba como nosotros; garganta, pulmones, corazón, estómago, hígado, riñones e intestinos como nosotros; presas, huesos, pellejo, pescuezo, espinazo, patas y uñas como nosotros; sangre, venas y vasos como nosotros; desechos excrementicios, secreciones, orín y miembros genitales como nosotros.
Se enferman, caminan, corren y juegan como nosotros; se acicalan, copulan, miccionan y defecan como nosotros.
Sienten frío, calor, sed, hambre, sueño, dolor, miedo, temblor, tristeza, alegría y rabia como nosotros.
Sin embargo, no se jactan, no hieren, no envidian, no humillan y no se resienten como nosotros. No propinan disparos, puñaladas traperas y estocadas como nosotros. No lanzan basuras y excretas por su boca como nosotros; no tienen dos caras como nosotros.
No son embaucadores, arrogantes, prepotentes, prejuiciosos, codiciosos, lujuriosos, lascivos, mezquinos, egoístas, villanos y traidores como nosotros.
No fraguan fechorías, crímenes, monopolios, tiranías, rivalidades, artimañas y tramposerías como nosotros. No levantan armamentos, muros divisorios ni fronteras limítrofes como nosotros; no abanderan guerras, ni bombardean, ni usan cañones, proyectiles y granadas como nosotros.
Aun así, "nosotros valemos mucho más que ellos", aseguran los "inteligentes" y hasta el mismo Cristo, es decir, el otro grupo de animales; o sea, los "racionales" irracionales que cada vez pierden más raciones de racionalidad.
Por eso, a voz en cuello, permítanme confesarles, hoy más que nunca y adoptando la célebre sentencia del gran Roberto Carlos, que "yo quisiera ser civilizado como los animales", y que en ellos quisiera brindarle, a ver si se reivindica, una segunda oportunidad a la palabra.