Como un amor que se fue agotando, Avianca ya no se registra en la memoria, en el estado de ánimo, como la aerolínea de los colombianos. Parece más como un amor que a la vista y día tras día vino desgastándose.
Ya decía Séneca en las cartas a Lucilio que una vida larga no es siempre la mejor, pero una muerte larga sí es por regla la peor. Esa muerte larga es la que se experimenta cuando das y te quitan, cuando se imponen del otro lado más deberes que placeres, cuando cada gesto que recibes te recuerda que ya hace tiempo debiste buscar otro lugar.
No parece haber conocimiento ciudadano acerca de quiénes sean los dueños actuales, según se dice inversionistas extranjeros, pero en cuanto al afecto, a esa sensación de sentirla criolla, representativa, amiga, se encargó, aquella que fue la aerolínea de los colombianos, de poner profundas distancias.
Al menos es lo que me pasó, de modo que opté por cualquier otra para vuelos largos y cortos, aunque para ser sincero es lo mismo que le he oído reiteradamente a personas que son o fueron viajeros frecuentes, incluso algunos con la advertencia: ¡¡En Avianca nunca más, prefiero en bus!!
La aerolínea anuncia que el aeropuerto está cerrado, que hay congestión de vuelos, que transita una bandada de aves; que hay fallas en la torre de control, que hay causas externas, que la aerolínea no responde, que hay niebla; haga la fila y espere, pedimos disculpas por las incomodidades, que por eso le digo señora. Cuanto agotamiento produce oír lo mismo una y otra vez, hacer siempre lo mismo y esperar un resultado distinto.
Las sillas apiñadas para llevar gente como cargamentos de atún en un símbolo claro de avidez, escándalos que se hicieron cotidianos
Las sillas apiñadas para llevar gente como cargamentos de atún en un símbolo claro de avidez, escándalos que se hicieron cotidianos, servicio magro, una comunicación telefónica que se fracturó y no pudo responder a la inmensa demanda; eso, precisamente eso, terminó rotulando el desgaste.
Se desbordó sin límite la historia reiterada de que por “mal tiempo” se retrasaban y cancelaban los vuelos, en un país que si algo tiene, como sus gobiernos, es un clima cambiante, desconcertante, ciclotímico.
Consiguió alejarse a punta de unir viajes para ahorrar costos, una más de aquellas prácticas de eficacia empresarial insoportables en todos los campos comerciales, todo aquello de tantos propietarios que implica cobrar más, dar menos, tratar peor, reducir espacios y cantidades, todo lo que recuerda la crudeza de la avaricia.
Qué más da, no interesa ya si Avianca es de colombianos o extranjeros, si fue un patrimonio identitario, si fue un símbolo, si volverá a serlo; esto en el mercado de las aerolíneas y en el mercado en general es un terreno más de la depredadora disputa humana y se resuelve a empellones.
Sálvese el que pueda, guardese sus lágrimas y sus apegos, la vida circula en otra velocidad. Mi afecto se disipó, igual que si lo hubiera lanzado al vacío desde un avión en vuelo, quizá también ocurrió con el afecto de muchos, pero eso a fin de cuentas a quién le importa.