Se dice que a Quintero le pasó factura su vanidad y excesivo deseo de figuración, como si nunca hubiera contemplado una decisión adversa por parte de Margarita Cabello —la procuradora del gobierno—; sin embargo, Quintero no es ingenuo, aunque pueda aparentar irascibilidad y cierta tendencia a la improvisación, el alcalde es un político estratégico y calculó todos sus movimientos. Siempre tuvo claro que la Procuraduría lo tenía “entre ojos”, pero eso no lo disuadió para reforzar su participación —indirecta, pero dirigida— en la campaña del Pacto Histórico.
Una participación precedida por el aterrizaje de sus hombres de confianza a las toldas del Pacto; por sus reiteradas opiniones sobre la coyuntura electoral; y por sus actos de provocación. Siendo un corolario algo patético y decadente el de “cambio, en primera”.
Ahora bien, en la desproporcionada decisión de la procuradora, siempre tan invisible en su intrascendente gestión, también se enmarca la clásica arrogancia de quien ostenta el poder. Pues Cabello no se puede desligar de su cercanía con Duque, su maridaje con la clase política tradicional —empeñada en imponer a toda costa al candidato del uribismo— y su integración con una élite —política, económica y cultural— que se siente realmente amenazada por Petro.
Su silencio frente a la participación en política de Duque, sus ministros y Zapateiro solo encubre la realidad de sus preferencias. A Cabello se le pasó por alto que la actitud del presidente –quien parece fungir como jefe de debate de Fico— se convirtió en patente de corso para que los alcaldes opinaran a diestra y siniestra.
Volviendo a Quintero, desde hace algunas semanas he empezado a creer que el alcalde tiene la mirada más puesta en sus posibilidades presidenciales de cara al 2026 que en La Alpujarra. Y tiene cierto sentido, pues Quintero se va graduando como el alcalde de Medellín más impopular en las últimas décadas —tiene mejor registro por fuera de Antioquia—, viene experimentado un progresivo desgaste y su gestión se ha caracterizado por disputas constantes, episodios de persecución a la oposición y una mediática ruptura con las élites locales.
De ser el alcalde más votado con 303.420 votos se convirtió en el más impopular y su apoyo al Pacto —sellado con la llegada del movimiento Independientes a las listas de Cámara y Senado— no le representó mayor crecimiento a Petro entre consultas, pues entre 2018 a 2022 el líder de la Colombia Humana solo subió 62.798 votos en Medellín.
Aunque la decisión de Cabello pinta ilegal y poco equilibrada, tiene un impacto diferenciado; por un lado, podría impulsar un mayor margen de opinión a favor de Petro (algo importante en una plaza donde Petro se siente rezagado y donde Fico juega de local); y, por el otro, reposiciona la figura de Quintero. Refuerza el perfil de “perseguido” con el que ha jugado en los últimos meses y lo eleva —con el símil de Petro advenido en caudillo tras su primer discurso desde el balcón del Palacio Liévano— a figura nacional victimizada por el stablishment político y económico.
Si en realidad Quintero ya tiene la mirada más puesta en 2026 que en la misma Alpujarra —como lo creo ingenuamente—, Cabello le terminó “haciendo un favor”.
La imagen de un Quintero encumbrado en un improvisado balcón, invocando la protección de Dios y haciendo un llamado a “defender” la democracia bien podría ser el preludio de la avanzada de un dirigente polarizador que selló el declive del uribismo en su retaguardia histórica y ahora buscará replicarlo a escala nacional, ¿o no?
Sin duda, Quintero fue provocador en sus intenciones y es evidente que se empeñó en agitar las aguas. Algo innecesario cuando la plana principal de sus hombres de confianza (Juan Carlos Upegui, Esteban Restrepo y Juan Pablo Ramírez) pasaron a asumir roles de importancia en la campaña del Pacto Histórico, cuando dispondrá de una minibancada propia en el Congreso y cuando su rol en el Pacto es incuestionable.
Petro no duda que tiene el apoyo decidido de Quintero, ya que, tras los precarios resultados de la consulta en Medellín, donde Independientes resaltó por su pobre desempeño, el alcalde no vio problema es desmantelar su gabinete para reforzar el trabajo en las comunas. ¿Entonces, qué buscaba en su afán de resaltar lo evidente?
Lo cierto es que a Petro muchos ya lo dan por presidente y se han empezado a configurar poderes de intención para una eventual sucesión en 2026. Ahí Quintero buscará ganar prematuramente una puja, al menos, en términos de visibilidad en la matriz de opinión. Bien sabe que concluirá su mandato —porque confió en que pueda retomar el cargo— desgastado en lo local y que tendrá la necesidad de colonizar otras tierras. No se ve haciendo fila entre las fuerzas nacionales del Pacto (Francia Márquez, Camilo Romero o Gustavo Bolívar) y buscará posicionarse en primera línea.
Su suspensión por parte de una procuradora gobiernista tan solo ratifica el perfil que está dispuesto a asumir en su clara intención de llegar —más pronto que tarde— a la Casa de Nariño.