Las contiendas electorales de los últimos ocho años han dejado profundas heridas, no por el ejercicio de la democracia en sí, sino porque ha enfrentado a pueblos, familias y amigos de años.
El incidente en el que el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, quedó atrapado entre un taxi y una camioneta de alta gama, en lo que denunció como intolerancia, es un reflejo de lo que viene ocurriendo en Colombia.
Nos lleva a reflexionar si estamos siendo racionales o, por el contrario, nos mueve un interés partidista. Las elecciones pasan, las relaciones humanas deben permanecer.
Mi abuelo paterno recordaba que, en la época de la violencia, los conservadores de Vijes se reunían para acordar qué liberales iban a expulsar del territorio, so pena de morir en sus fincas.
Terminado el encuentro, iba donde sus amigos de siempre, los liberales, y les advertía sobre el peligro que corrían. Muy pocos murieron hasta el día que descubrieron quién era el delator.
Rogerio Jiménez pasó a la historia de mi pueblo, como el campesino que se negó a ser partícipe de hechos violentos contra contradictores políticos, porque por encima de un trapo de color, ellos eran sus amigos de siempre, los mismos con los que bebía cerveza en la fonda de Cachimbal y con quienes compartía el gusto por la música de Carlos Gardel.
Más que con palabras y cuentos sacados del baúl de los recuerdos, mi abuelo nos enseñó con hechos que la política no debe dividir a las personas, ni puede someter al país a odios que perviven en el tiempo y nos impiden vivir en paz.
Si democracia es el gobierno del pueblo, la razón debe ser el catalizador que nos permita privilegiar el ser humano por encima de las diferencias de opinión que en apariencia nos separan.
Las elecciones que se avecinan deben caracterizarse por el respeto y no por los ataques, físicos y a la dignidad, que dañan y no construyen.
@fernandoalexisjimenez.com