De suelos feraces en varios pisos térmicos, bosques nativos abundantes, café arábigo bajo sombrío y cultivos intercalados de pancoger era el departamento del Quindío, segregado de Caldas hace medio siglo. Había trabajo agrícola para un sector importante de la población, acrecentada durante la cosecha y la traviesa con recolectores procedentes de varias partes del país.
Los buenos precios del café regulados por la OIC llenaron de ambición a la Federación de Caficultores hasta el punto de casi obligar a sustituir el café arábigo por el caturra con el fin de incrementar considerablemente la producción, sin prever las plagas que atacarían al monocultivo y que antes eran controladas por el ecosistema biodiverso; después llegó la broca. Así fue como la codicia rompió el saco. Cuando se vino a tierra el precio del café, entonces los planificadores del desarrollo optaron por vender la región como destino turístico paradisíaco y para que se pareciera a Florida (USA) montaron parques temáticos, cambiaron los cafetales por pastizales, aguacatales, platanales, yucales, cítricos y otros, y los beneficiaderos de café por hoteles y piscinas. Así desplazaron la mayor parte de los trabajadores agrícolas, estables y temporales.
Una parte de los propietarios de las tierras altas cayeron ante Smurfit Cartón de Colombia, empresa a la cual vendieron sus tierras para que cultivara coníferas traídas de Canadá y Australia, regiones donde para ser utilizables tardan el doble y el triple de años que en la zona intertropical o tórrida. El Ministerio del Medio Ambiente debería prohibir los cultivos de coníferas en nuestro país, pero como en Colombia no se regula ni controla la propiedad privada, nada se hace por parar los daños que estos cultivos causan al medio ambiente: alto consumo de agua y desmejora de los suelos.
De igual manera, la actividad ganadera es incontrolada, razón por la cual se talan bosques y se siembran pastos en laderas de alta pendiente y hasta en las orillas de los ríos y quebradas, violando las normas ambientales, todo lo contrario de lo que debería hacerse: reducir el área de pastos, sembrando forrajeras, y ampliar el área de bosques con especies endémicas protectoras del agua y los suelos.
Según lo denunció hace poco el columnista Emerson Castaño González, en el diario La Crónica, acaban de venderle a una empresa agropecuaria casi 127 hectáreas de la parte alta del municipio de Buenavista, una rica reserva forestal con nacimientos de agua, para cultivar aguacate hass, cultivo cuyas consecuencias ambientales no han sido suficientemente estudiadas. Aquí lo que predomina es el afán de dinero, sin dimensionar el costo del daño ambiental.
Esto sin tocar el desbordado crecimiento urbano vertical que no tiene en cuenta la previa y necesaria microzonificación sísmica, aún sin hacer, ni respeta la legislación ambiental. Dispare y después pregunta quién murió!
A estas prácticas antiecológicas y antiambientalistas las hicieron reconocer a nivel mundial como Paisaje Cultural Cafetero. Qué ironía! Dizque somos la Suiza colombiana donde sólo pueden radicarse multimillonarios, pues una Hectárea de tierra cuesta entre $100, $300 y más millones de pesos, dependiendo de su ubicación, y un apartamento de 60 m² en estratos bajos |más de $200 millones. ¿Qué familia con $737.000,oo de salario mínimo puede adquirir aquí una propiedad raíz?