Cuando uno recorre el alumbrado de Quimbaya experimenta más una fiesta de Semana Santa que de fin de año. Asistir al Festival de Velas y Faroles, que hace famoso al Municipio quindiano en diciembre, es una tortura que se asemeja más al culto de un viacrucis que a un paseo sosegado y pacífico como los que se planea en el último mes.
La situación que vive el alumbrado de Quimbaya se asemeja a la historia del hombre que alimenta y cuida por años a una vaca y cuando esta produce leche de alta calidad y en grandes cantidades, el dueño se dedica a sacarle provecho a la leche y se olvida de la vaca y la deja morir de hambre.
Hay unos malos hábitos que están apagando el evento insignia de los quimbayunos.
Movilidad. Llegar a Quimbaya un 7 o un 8 de diciembre, desde Armenia, puede tomar más de dos horas. La fila de autos puede formarse antes de llegar a Montenegro.
¿Problemas de horarios? No. Muchos conocidos que este pasado fin de semana decidieron viajar temprano, a eso de las 4 de la tarde, tuvieron que soportar las mismas dos horas de trancón.
Además, atravesar Montenegro por sus pequeñas calles, muchas de ellas cerradas por arreglos en el mejor momento del año, con cantidad de personas invadiendo las pocas buenas que hay, se convierte en una tortura.
Y ni que hablar de la entrada a Quimbaya. Si Jesús estuviera vivo en esta época hubiera dicho que es más fácil entrar a Quimbaya en un día de velitas que un rico en el reino de los cielos.
Pocas zonas de parqueo. El Municipio no cuenta con espacios para cubrir la demanda. Hay que recorrer cuadras y cuadras, a 5 kilómetros por hora, recibiendo el típico “no hay cupo” de personas que acondicionaron colegios y lotes baldíos para ganar unos pesos.
Se apaga la creatividad. Los que hemos asistido sin falta al alumbrado en los últimos años, experimentamos un deja vu. Los faroles son los mismos, con imágenes y montajes repetidos. De pronto algunas imágenes de un Willys sean reemplazadas por un futbolista o una virgen, y ya.
Este año me gustaron unos faroles hechos con tapas de gaseosa y cerveza, y unos con forma de pato que nadaban sobre una piscina portátil. Y pare de contar.
Algunos se “duermen con las gallinas”. A las 9:30 p.m., el 50 por ciento de los faroles ya están en casa durmiendo con sus dueños. A esa hora, muchas personas apenas logran llegar al Municipio tras dos horas de viaje y más de media hora tratando de parquear.
No es una buena decisión limitar el alumbrado a dos horas, de 7 a 9 p.m., porque el número de visitantes se cuenta por miles y esto congestionaría más el recorrido. Por dignidad, pragmatismo y organización esta medida no es sensata.
Poca participación. Parece que en los últimos años decenas de cuadras decidieron no participar con faroles, pero sí con tiendas, ventas ambulantes y piqueteaderos. Ojo, no critico la oferta gastronómica y comercial, la aplaudo porque le inyecta al momento el ambiente de feria que tanto gusta para disfrutar en familia. Pero se están preocupando más por “sacarle el jugo” a la afluencia de personas, que por alimentar el espectáculo que es el que jalona a los visitantes.
En esta ocasión llevé a cuatro integrantes de mi familia para que disfrutaran del festival, por primera vez, pero salieron desilusionados.
Algunos me aconsejarán entonces no volver si me disgusta tanto o no viajar en auto. Agradezco la recomendación, pero les recuerdo que la intención del festival es mantenerse como uno de los más importantes a nivel nacional y que la gran mayoría de turistas recorre nuestra tierra cafetera en vehículo particular.
La queja llega hoy de la mano de un quindiano que ama el departamento; mañana podría llegar de un visitante que dejará de gastar su dinero en el Quindío.
Es hora que otro municipio aproveche la coyuntura para ofrecer un alumbrado de estas dimensiones, no con el fin de opacar el brillo de Quimbaya, sino para fortalecer la oferta turística del departamento y “obligar” a competir con calidad a la dirigencia quimbayuna.
Me uno a la propuesta de algunos que sugieren la construcción de una ruta de alumbrados en el Quindío para captar el interés de más turistas.
Quimbayunos, no dejen apagar ese farol que desde hace más de 30 años los alumbra. No permitan que este se convierta en un festival de más fritanga que faroles. Y si va a ser así, al menos denle comida a la vaca.