Cuando se acerca el final del año, empezamos a hacer planes y a ponernos metas. Que quiero conocer tales y tales lugares, que quiero ir tantas veces al gimnasio para adelgazar tantos kilos, que quiero aprender a bucear y a tocar piano, etc. Pero si en este momento la muerte viene a decirme que llegó mi hora, ¿de qué me sirven todos los planes y resoluciones si no puedo irme en paz?
Este año la vida me hizo vivir una situación muy dolorosa. Fue tan profunda la tristeza que la vida me rindió ante ella, me llevó pedirle perdón con la mente y el corazón… le pedí perdón por el sufrimiento que yo haya podido causar (en esta vida o en otra) para tener que estar viviendo esto.
He tenido la fortuna de acompañar a varias personas en el proceso de la muerte y he visto que uno de los grandes obstáculos para enfrentar este momento con tranquilidad, tanto para quien está muriendo como para quienes lo rodean, es estar en paz con los demás: perdonar y haber perdonado. Así que le prometí a la vida y a mí mismo que antes de terminarse el año me disculparía con cada una de las personas a quienes yo hubiera podido causarles un daño, ya fuese grave o leve.
Hice un listado, y no solo incluí a personas a quienes yo sabía que les había hecho un daño sino también a quienes de pronto “sin querer queriendo” afecté. Lo importante no era solo disculparme por mi bienestar, sino por el bienestar del otro. El protagonista no era yo sino el otro. La pregunta no era si hubo o no intención de mi parte, sino si había o no causado un daño.
Me quería disculpar porque el dolor de la otra persona también sería mi dolor. Y con dolor no me refiero solo a algo muy profundo, sino también a cualquier incomodidad o molestia por sutil que fuese. Por ejemplo, tener una discusión y causarle rabia a otro ya es un “dolor” que debo reparar.
Para hacer la lista me pregunté: ¿considero que alguno de mis actos, mis palabras, mis gestos, mis juicios, hirieron a la otra persona (con o sin intención)? Si la respuesta es sí, me pregunté: ¿qué puedo hacer para disminuir el dolor y reparar el daño que he causado?
Así que uno a uno fui a poner la cara. Y cuando poner la cara no era posible, llamaba. Y gracias a esto que viví, hoy puedo decir que si la muerte viene a buscarme y me dice “Alejandro, es hora de irnos”, yo le puedo responder con toda tranquilidad “vámonos”.
Hablar de la muerte es hablar de cómo vivir mejor. Para todo nos preparamos, pero no para morir. Así que preguntémonos, ¿qué porcentaje de mi tiempo le dedico al orden interno y qué porcentaje al orden externo? Antes de planear el próximo año, debemos reparar cualquier daño que hayamos causado en este. ¿De qué no sirve construir un nuevo piso, una nueva estructura sobre unas bases débiles que tarde o temprano se van a derrumbar?
Así como quiero partir de esta vida ligero de equipaje, quiero recibir el año igual. En esto de la muerte las creencias son secundarias a los buenos actos. Entre más grande el error, más grande el acto de pedir perdón.
Cuando me encuentre con Dios asumo que no me preguntará cuántos lugares conocí o cuántos kilos adelgacé sino a cuántas personas dejé mejor y a cuántas dejé peor de lo que las encontré.
@acardenas999