En las elecciones presidenciales de hace cuatro años el candidato uribista Óscar Iván Zuluaga declaró que, en caso de ser elegido presidente, pondría fin a las negociaciones de paz con las Farc. Cuando dicha declaración produjo el revuelo que era de esperar, al poner de manifiesto que el uribismo se opone a la paz, este cambió precipitadamente su discurso, alegando que no se opone a la paz sino a lo acordado en las negociaciones, particularmente a que los dirigentes de las Farc puedan participar en política en lugar de ir a la cárcel. ¿Puede alguna persona sensata comprender cómo es posible que los dirigentes de una organización política en armas, que ha sido neutralizada en su capacidad de acceso al poder pero no reducida a la impotencia, vayan a adelantar un proceso de negociación tendiente a entregar las armas con la expresa condición de que ellos mismos no puedan participar en política sino ser recluidos en la cárcel inmediatamente después de suscribir los acuerdos? ¿Puede afirmarse con verdad que se quiere la paz exigiendo una condición que solo tiene posibilidad de aplicarse en los casos de una capitulación resultante de la aniquilación del enemigo?
Recientemente, Fernando Londoño, ideólogo sobresaliente del uribismo, en una de las actitudes histriónicas que lo caracterizan, rompió públicamente unos papeles en una intervención ante un auditorio que lo aplaudió frenéticamente cuando acompañó su gesto con la manifestación de que eso es lo que habría de hacer su partido al ganar las elecciones presidenciales: “Hacer trizas los acuerdos de paz!”. Tan pronto como esta declaración sincera de la voluntad del uribismo produjo todo el revuelo y el desconcierto que eran de esperar, dicha organización se apresuró a “aclarar” que no era tanto, que tan solo se proponía hacerle algunos “ajustes” a los acuerdos.
Y ya comenzaron a hacer los “ajustes”. Abanderado por su senadora Paloma Valencia, el uribismo hizo aprobar por un senado prostituido (que poco antes había aprobado dichos acuerdos) un “ajuste” según el cual los miembros de las fuerzas armadas implicados en actos delincuenciales vinculados al conflicto no habrán de acudir a la instancia establecida para ello sino a una especial que habrá de crearse exclusivamente para ellos, la cual, en caso de no ser objetada por la Corte Constitucional, no podría comenzar antes de dieciocho meses.
No le importó al uribismo que el propio comandante general de las fuerzas armadas, hablando en nombre de estas, hubiera solicitado no modificar los acuerdos porque ello iría en perjuicio de los militares implicados, retardando y, peor aún, dejando en suspenso la solución de su situación, exponiéndolos al peligro de ser juzgados por la Corte Penal Internacional y ser sometidos a penas mucho más severas que la humilde confesión de sus crímenes en un procedimiento tendiente a pedir y obtener el perdón de sus víctimas en el marco de un amplio y venturoso proceso de reconciliación nacional. Por si fuera poco, otro connotado ideólogo uribista, el senador José Obdulio Gaviria, se ha dado a la tarea de ofender y amenazar a los generales de la república para que apoyen el “ajuste” introducido por su partido a los acuerdos, aunque este perjudique a los militares.
¿Qué pretende el movimiento político con este “ajuste” en contra de los militares que dice respaldar? Impedir que estos den a conocer la historia de sus actuaciones y de quienes de una u otra manera estuvieron asociados a ellos en desarrollo de las mismas, vale decir, políticos, terratenientes, ganaderos, empresarios y, principalmente, el propio expresidente Álvaro Uribe.
No satisfecho con esto, el uribismo anuncia ahora públicamente la resolución de convocar un referendo que liquide el corazón de los acuerdos, derogando la Justicia Especial para la Paz, retirándolos de la Constitución y negando la participación política a los exguerrilleros que abandonaron las armas como resultado del proceso de paz.
¿Favorece a las Fuerzas Armadas el sabotaje del uribismo al proceso de paz?
Al proceso de paz se llegó como resultado del desarrollo de las operaciones militares que en el propio gobierno de Uribe consiguieron neutralizar a las Farc hasta el punto de llevarlas a aceptar que ya no tenían opción de hacerse al poder por tal vía y, por ello, era necesario abandonar las armas y desarrollar su actividad política mediante los cauces permitidos por la constitución. Esto, indiscutiblemente, constituyó el triunfo de las Fuerzas Armadas. Conseguido este objetivo, y llegados al punto de desarmar también los espíritus mediante un amplio proceso de reconciliación en el cual los actores del conflicto contribuyeran al esclarecimiento de la verdad y la debida reparación a las víctimas, el uribismo se dio a la tarea de impedirlo, insistiendo en la necesidad de encarcelar a los dirigentes guerrilleros una vez estos dejaran las armas y reclamando falazmente que a los soldados de la patria no se les puede colocar en el mismo plano que a la insurgencia, otorgándoles el mismo tratamiento.
Pero, ¿quién ha pretendido eso? ¿Acaso no ha reconocido la nación entera la victoria de sus Fuerzas Armadas en esta guerra, al impedir que la subversión se hiciera al poder mediante el uso de las armas? ¿Acaso no son hoy nuestras Fuerzas Armadas la institución que goza del mayor prestigio y reconocimiento por parte de la nación y su pueblo? Otra cosa bien diferente es pretender que los crímenes de guerra sean cualitativamente diferentes según sea quien los haya cometido. La retención, la tortura y el asesinato de inocentes tienen exactamente la misma connotación moral, independientemente de quiénes sean sus autores o a qué bando pertenezcan, tanto más cuanto que multitud de tales crímenes no fueron cometidos en desarrollo del enfrentamiento sino por fuera del mismo, y aún por razones diferentes a la procura de la victoria en la guerra.
¿Está mal, entonces, ofrecer un tratamiento benigno a los miembros de la fuerzas militares sindicados de participar en tales acciones por el hecho de que a su contraparte se le haya otorgado algo similar como concesión para que abandonara las armas, ahorrándole con ello ríos de sangre y de dolor a su pueblo? ¿Está mal otorgar dichas concesiones para poner fin a una situación en la cual quienes ponen los muertos y los lisiados por parte del establecimiento son los militares y no los políticos, quienes padecen dolores sin cuento son las madres, los padres, las mujeres y los hijos de los soldados de la patria y no las familias de los políticos, cuyos hijos se enriquecen haciendo negocios a la sombra del poder, sin prestar siquiera el servicio militar, ajenos por completo a una guerra que sus padres se empeñan en sostener para lucrarse políticamente a costa de la sangre y el dolor de los soldados? El país conoce suficientemente bien el ahorro de vidas y de dolor de sus soldados luego de la firma de unos acuerdos que el uribismo se empeña ahora en destruir a costa de la sangre de sus soldados.
El expresidente Álvaro Uribe se deshace en elogios hacia “las fuerzas armadas de la patria” hasta el punto de caer en una grosera adulación tras la cual se advierte con facilidad el ánimo de conquistarlas para sí, a la manera como el seductor ordinario corteja a una dama con la intención de rendirla a sus caprichos. Nunca, en la historia reciente de este país, se había presentado una situación en la cual un partido político pretendiera conquistar a las Fuerzas Armadas de la república para ponerlas a su servicio. Esta falta de respeto por la dignidad de las fuerzas ha sido acompañada con episodios vergonzosos en los cuales han caído algunos de sus miembros, como la divulgación de secretos militares para su uso ilegal por parte de dicha agrupación política.
Basta recordar el suministro de la información de las coordenadas geográficas donde habrían de recogerse algunos dirigentes subversivos por las fuerzas armadas para trasladarlos al lugar donde se llevarían a cabo las negociaciones en procura de poner fin a la guerra, información esta que fue divulgada públicamente de manera arrogante e irresponsable por el expresidente, poniendo en peligro multitud de vidas y la realización de un proceso tendiente a liberar a la nación colombiana de los dolores sin cuento con que la ha afligido un conflicto de más de medio siglo. Conspirando también contra el mismo proceso, esa organización política irrespetó gravemente a las Fuerzas Armadas obteniendo, mediante la utilización de delincuentes informáticos, acceso al desarrollo de las negociaciones con el declarado propósito de sabotearlo y obtener beneficio para sí en las elecciones presidenciales de hace cuatro años.
El verbo “querer” posee diferentes significados. Algunos de ellos, entre los diez que presenta la Real Academia Española, son: “amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo” y “desear, apetecer”. El uribismo afirma “querer” a nuestras Fuerzas Armadas y en ello no le falta razón. Pero para ellas es muy importante comprender a cuál de los significados del verbo “querer” se refiere realmente, pues mientras muchos incautos podrían imaginarse que son “queridas” en el sentido de “amar, tener cariño, voluntad o inclinación” hacia ellas, a la luz de los hechos resulta meridianamente obvio que las “quiere” en el sentido de “desear, apetecer”. El uribismo quiere a las fuerzas militares para ponerlas a su servicio, el uribismo no ama a los militares y sus familias como personas sino que los quiere utilizar, manipular. Esto, además de ser una afrenta a sus personas, es una severa falta de respeto al honor debido a las Fuerzas Armadas de la patria. Y es también un gravísimo peligro para el país, ahora, cuando esta organización política se apresta a asumir el gobierno de la nación.
Hace algo más de veinte siglos un hombre santo y sabio nos advirtió de la necesidad de estar en guardia contra los lobos disfrazados con piel de oveja que pretenden engañarnos y nos dio el criterio infalible para distinguirlos: por sus frutos, “por sus frutos los conoceréis”.
¿Qué pensará de todo esto el recién elegido presidente de todos los colombianos? En principio, no ha dado muestras de capacidad para poner en orden a su propio partido, a pesar de haber sido informado ampliamente de las implicaciones adversas para los militares de las pretensiones de su bancada. Ni siquiera se ha referido a los agravios y amenazas proferidos a ellos por los suyos. ¿Será por temor de asumir las riendas del poder, resultado de su inexperiencia? o ¿será que nos mintió deliberadamente en su discurso de la victoria cuando nos dijo que se comprometía a hacer un gobierno para unir a todos los colombianos? Porque por esta vía no están marchando las cosas propiamente en ese sentido.