El 4 de julio volverá a suceder. Bogotá, con su frío de sierra y su alma de trópico mal disimulado, se prepara para bailar. Dicen que será en El Campín, ese monstruo de concreto que en otras vidas ha visto goles, gritos, arengas, llantos. Esta vez —una vez más— no será fútbol, sino otra cosa: nostalgia, ritmo, memoria. Le llaman “Viva la Salsa 2025” y suena a proclama, a manifiesto de resistencia. Quizás lo sea.
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Lo produce un hombre que sabe: Ricardo Leyva, el “maestro de hacer eventos en Colombia”. Lo repiten con ese tono ceremonioso que en Bogotá se reserva para los apellidos de alcurnia y las sopas bien hechas. Nadie sabe muy bien cómo llegó a ser el amo de los conciertos, pero ahí está: omnipresente, ubicuo, dueño del ritmo sin tocar un solo timbal.

El cartel es generoso, como de otro tiempo. Como si fuera la despedida del género en Bogotá. El Gran Combo de Puerto Rico, y son los que mandan. Con ellos vendrán Tony Vega, Fruko y sus Tesos, Yiyo Sarante, La 33, y otros más que suenan a discos en vinilo, a casetes grabados de la radio, a bailes en patios de barrio. No falta la cuota cubana, que este año llega en voz de Alexander Abreu, como para recordarnos que la salsa, si se respeta, siempre mira al Caribe.
La pregunta es ¿quiénes llenarán El Campín?. Tal vez serán los mismos de siempre, por que los salseros son únicos y fieles. Tal vez serán aquellos que aprendieron a amar la salsa cuando era pecado o rebeldía, cuando significaba bailar pegado, sudar en serio, rogar una canción más. ¿Van jóvenes? Algunos, quizás arrastrados por sus padres, por un amigo salsero, por la pura curiosidad de ver qué suena fuera del algoritmo.
El evento no es caro para la talla de artistas que gustan ese día. Las boletas se venden en Tu Boleta, con precios que van desde los 162 mil hasta el millón por palco.
Dicen que el show comenzará a las 7 p.m., y con Ricardo Leyva al frente así será. Las puertas se abren desde las cinco y la fila, como en los buenos tiempos, será parte del ritual. No hay edad mínima para el amor a la salsa pero sí para la entrada: solo mayores de 18.
Y cómo siempre, va a valer la pena. Hay algo profundamente humano en ver a miles de personas moverse al mismo tiempo, seguir el golpe del timbal como si fuera un latido común. Porque, aunque no se diga, la salsa no es solo música: es testimonio, es herencia, es acto de fe.
Así que el 4 de julio, cuando Bogotá sienta el temblor de los salseros, cuando los pies no descansen, cuando alguien cante “Brujería” con la misma pasión que hace 30 años, es cuando Bogotá se dará cuenta que la magia se convirtió en realidad y que la salsa es ese ritmo que no tiene espacio ni tiempo y mucho menos olvido. Y cuando la clave resuene el mundo volverá a tener sentido.