Según dicen, los comunistas constituyen un gremio que disfruta vivir del patrimonio público. Los acusan de gustarles los Estados poderosos alimentados con recursos de todos los contribuyentes para aprovecharlos en su beneficio. También, de que en todo momento procuran la existencia de Estados con muchas instituciones y economías controladas, sin contar con su gusto con la figura del subsidio irracional. Les encanta que el Estado sea quien genere los grandes contratos y que el dinero de los contribuyentes se destine según sus intereses y ambiciones.
Lo anterior me lleva a considerar una contradicción. Me explico: en Colombia los directivos de Fedegan ganan más plata contratando con el Gobierno que comprando y vendiendo leche y ganado. Luis Carlos Sarmiento Angulo, el magnate de la banca colombiana, ha obtenido más dinero del Estado que de todos sus negocios privados y clientes cautivos. Los empresarios de la salud y los fondos de pensiones se han hecho multimillonarios con los pedazos del salario que cada mes arrancan a los trabajadores humildes y con los impuestos que todos sufragamos. Y los grandes cultivadores de palma africana, banano y caña de azúcar ganan tanto dinero con los subsidios estatales que incluso pueden abandonar sus cultivos sin que sus beneficios se afecten en ningún sentido ni proporción.
Ni hablar de los contratistas de las Fuerzas Armadas. Son tan hábiles en las cuentas públicas que no dudarán en incluir en sus habituales y oscuras maniobras cotidianas un capítulo para perpetuar la guerra de modo que continúen con sus ganancias inverosímiles. Si lo que dicen de los comunistas es cierto, entonces resulta coherente afirmar que los dirigentes de las agrupaciones que conforman el Consejo Gremial en Colombia pueden confundirse con los miembros del Comité Central del Partido Comunista. De hecho, José Félix Lafaurie o Fernando Londoño bien podrían oficiar como sus Secretarios Generales.