Una noticia tiene en vilo a la clase política nacional –bueno, a la que no comulga con la izquierda, ni mucho menos aceptará nada que venga de ella–. Esta primicia no es otra que el Informe Final de la Comisión de la Verdad, trabajo que va a ser socializado en todas las instituciones educativas del país, sean estas públicas o privadas.
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Según el padre Francisco de Roux, este relato recoge toda la verdad de nuestro infame conflicto armado, siendo una muestra de la rigurosidad de una comisión que algunos ven como aliado de la insurgencia en su afán de limpiar su nombre.
Ante semejante iniciativa, tan relevante para nuestra historia reciente, más de uno podría preguntarse a que se le llama verdad, reflexionando, eso sí, en un ambiente tan polarizado como el colombiano. No es una tarea sencilla, porque esta exige madurez y proporcionalidad.
Se une a todo esto los cambios que se han dado: un presidente de izquierda comprometido con la paz, y que está dispuesto a respetar las todas recomendaciones hechas por la Comisión de la Verdad. Por lo tanto, cualquier opinión que se dé debe escuchar tanto al de derecha como al de izquierda, para así finalmente hacerse una idea de lo que realmente pasó.
Se podrían acudir a muchas definiciones, pero realmente la verdad es un terreno complejo, cuando cada uno tiene la suya y no hay el menor interés de aceptar las múltiples versiones de un mismo asunto. Sin embargo, aunque prevalezca una de las muchas verdades, nada justifica un desconocimiento real de lo que pasó aquí, y más cuando esta información tiene la intención ser socializada en los colegios. Menuda tarea, como dicen en España.
Decía Cicerón, ese gran litigante, político y orador latino –que, dicho sea de paso, con sus intervenciones siempre apuntaba a la conciencia del imperio romano–, que “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.
Sin duda que esta máxima le cae de perlas a la Comisión de la Verdad, en el sentido de que nadie le quita el derecho de compartir la versión de la izquierda, bajo la amenaza de desconocer la otra versión de la historia: la de la derecha y la de las victimas que exigen una reparación decente.
No se trata de matarnos con la verdad, sino de ser ecuánimes con la historia contemporánea que nos tocó vivir. En otras palabras, todo se trata de equilibrio, pero ese concepto no existe en este país de revanchas. Por eso el uribismo también prepara su propia cartilla, la que recoge una versión, según él, más cercana al sentir de todos los afectados por el conflicto armado.
No me cabe duda que también esta versión atacará indirectamente a la izquierda. Cuando se da una confrontación dialéctica tan truculenta como la que se avecina, lo más probable es que crezca la polarización y sigamos con la misma pelea: ni los de derecha ni mucho menos los de izquierda van a reconocer su responsabilidad. Tenemos que aprender del mundo civilizado, que sabe reconocer a los falsos héroes y coloca todo en contexto.
Es importante que la juventud sepa lo que ha pasado por décadas en este país de violentos, pero sin omitir nada que se haya comprobado. Así que se le recomienda a la Comisión de la Verdad reconocer la culpa del insurgente, como también se le recomienda a la derecha uribista confesar todos sus pecados, algo que no va a pasar en un país de hipócritas y de politiqueros.