La corrupción es el paraíso del diablo. Contamina como cualquier virus o bacteria bloqueando, erosionando, desbastando, corroyendo, destruyendo y ejerciendo dominios. Opera en espacios y establecimientos, públicos y privados, con tentáculos similares al “pulpo” para atrapar y absorber, acechando, acorralando y enrollando. Atrae con picardías y trampas para someter y prevalecer a sus antojos. En el entorno y la gloria de la corrupción se disfrutan fantasías, placeres e ilusiones de vida maravillosas, glorificados de riquezas y suerte innegable, que terminan transformándose en una pesadilla, un infierno y un sueño funesto.
La corrupción es lo más dañino de todos los males, habidos o por haber. Inmoraliza, corroe, apolilla y destruye, como cáncer o sida. Sin embargo, no hemos concientizado en prevenirlo y erradicarlo, por el contrario, no hemos escarmentados las consecuencias dañinas, cayendo en el mismo pecado. Por enriquecer a unos pocos, vuelve miseria a la humanidad, víctima de los estragos, por maldades y perversidades, en el imperio de la corrupción, arropadas y protegidas, con silencio e hipocresía, en el reino del encanto.
¿Cómo acabar la corrupción si esta ha sido contemporánea con la vida humana? Educando para prevenirla y cortar los enlaces utilizados para transformarse, adecuándose a los medios y circunstancias contemporáneas, ligadas a la deshonestidad, ilegalidad y deslealtad, de individuo de la especie humana, originando el desnivel inmenso, extremo y desequilibrante; estructurados en pirámides, donde un 5% predomina sobre el 95%, de las personas que habitan la bolita del mundo. No es fácil acabar una costumbre y tradición cultural antiquísima de la noche a la mañana. Tendría Dios que recogernos a todos para reiniciar renacimiento, inmunizados de sentimientos de egoísmo, avaricias y engaños, tres circunstancias, nocivas que las generan sin consideración, ni prelación
La corrupción es universal, pero puede menguarse y graduarse a través de la educación y los buenos ejemplos cívicos, que se valoren y practiquen. La corrupción es una atracción y ambición, que nunca se acaba, más bien, se transforma y minimiza, estimulando el beneficio personal. Controlar de tajo la corrupción en Colombia, no es nada fácil de inmediato, al menos de un milagro, que cambie en 180 grados los criterios y pensamientos, de los que habitamos en territorio del continente Sur americano. Mientras los órganos de control sean elegidos, por influencia de los corruptos, de los cuestionados partidos políticos, cuyos parlamentarios eligen fiscales, contralores y procuradores; con incidencia dudosas por contraprestaciones de favores, es necesario, inducir un nuevo modelo educativo, que enseñen desde la infancia, los términos y daños, que causa la corrupción, en razón a las practicas continuas, que visualizamos, observamos y apreciamos como normales.
Si las denuncias formuladas o avocada por hechos notorios, de la autoridad investigue, es pertinente, garantizarse la buena fe y resolver, en equidad y derecho, sin beneficiar a los responsables de las relaciones, enlaces y conexiones políticas. De lo contrarios, predominan intereses de los culpables. Cuando la gravedad, para las autoridades resulta asombrosa, por causa de la corrupción y surgen, hechos que atormentan y angustian, el circulo social, activan las “cortinas de humo” y capturan chivos expiatorios, para distraer la atención informativa, tergiversar y opacar; el ambiente y las responsabilidades, de los autores, coautores y cómplice de los daños.
De castigar con severidad la corrupción, tendría por lo menos medio millón de presos, que no escarmentaron temores de antecedentes carcelarios. De ahí que los pabellones de las cárceles tampoco sean la solución, ni el remedio, para erradicar la corrupción. De todos depende, en conciencia y sentido de pertenencia, ejercer veeduría y cuidar los bienes colectivos en los controles ciudadanos.