Don Manuel,[i] al igual que muchos de los habitantes de calle de la localidad de los Mártires, también tuvo una familia.
La recuerda a pesar de sus 63 años, de sus cataratas, de la espesa cortina de humo que lo circunda mientras camina hacia el oriente por una de las muchas calles del centro de Bogotá.
Recuerda a su esposa, a sus hijos e hijas, recuerda su casa y lo que sin duda fueron años más felices. Recuerda con nostalgia como por un error que lo condeno a la adicción, todo su esfuerzo y su trabajo se fueron al piso, cómo se vio solo, olvidado, viejo y enfermo en una ciudad gigante donde resultaba invisible.
Con un paso sereno y cansino, continúa su recorrido, acusando un dolor intenso en uno de los costados de su rostro, ignorado por muchos de los Bogotanos que diariamente transitamos por el centro de nuestra ciudad, sin percatarnos de su existencia, de sus necesidades.
La sinuosa travesía de Don Manuel encuentra su destino. El punto denominado la esquina del Bronx. Epicentro de la Bogotá oculta, la del micro tráfico, la de la delincuencia y el hampa. Pero también el lugar en donde convergen olvidados, marginados y vulnerados buscando sortear cada uno de sus días. Contrario a lo que muchos pensarían, don Manuel no fue recibido por un grupo de los denominados Jibaros ofreciéndole Bazuco o cualquier clase de droga, no fue robado, no consumió nada. En este que para muchos resulta uno de los sectores más problemáticos de la ciudad, Don Manuel es recibido por tres personas vestidas con batas blancas e ingresa a un camión-consultorio en cuyo costado aparecen las siglas CAMAD.
Luego de media hora, Don Manuel sale de aquel recinto, su semblante se ve renovado, el dolor de muelas que lo aquejaba hasta hace unos minutos se ha desvanecido. Con evidente satisfacción se despide de aquellos individuos que sin más, lo acogieron en su consultorio hibrido y le brindaron la atención que le permitirá mejorar su calidad de vida y su salud.
El caso de Don Manuel al igual que el de decenas de ciudadanos en condición de vulnerabilidad en la localidad de los Mártires, representa un claro ejemplo del nivel de impacto que puede llegar a tener la implementación los Centros de atención medica/móvil para drogodependientes, CAMAD en la ciudad de Bogotá.
Su historia, nos recuerda que muchos de los que nos resultan ciudadanos invisibles, pudieron ser nuestros vecinos, amigos o familiares, y que al igual que cualquiera de nosotros sus necesidades deben ser atendidas, que sus errores no los condenan a ser ciudadanos de segunda, incapaces de tener acceso a los mínimos humanos como la salud y la alimentación, que como sociedad no podemos condenarlos al olvido.
Resulta evidente que para muchas de las personas que acuden a los CAMAD en busca de atención médica, odontológica, psicológica o psiquiátrica, esta resulta ser su única alternativa de acceso al sistema de salud.
La posibilidad de brindar servicios de atención médica integrales en zonas de alto impacto social, facilita el acercamiento de la oferta asistencial que ofrece la red de hospitales locales del distrito a la población con alto grado de vulnerabilidad o en condición de farmacodependencia que habita nuestra ciudad y contribuye de manera clara a mejorar su calidad de vida.
A pocos meses del cambio de administración, son muchos los interrogantes que surgen respecto del futuro de estos centros CAMAD. El cambio de enfoque que parece va a darle la administración de futuro burgomaestre Peñalosa al modelo de seguridad en la ciudad, así como las declaraciones de Daniel Mejía Londoño futuro Secretario de la Secretaría Distrital de Seguridad donde sostiene que los CAMAD no seguirán habilitados, auguran un horizonte poco alentador para los usuarios que diariamente desde el año 2012 se benefician de esta estrategia de atención, entre los cuales se encuentra Don Manuel.
Así como don Manuel logro superar su dolor de muelas mediante una consulta odontológica, la atención médica, psicológica y psiquiátrica suministrada por los profesionales médicos del CAMAD ha impactado de manera directa sobre el bienestar de muchos de los ciudadanos más olvidados y marginados de la sociedad, apalancando su re-emplazamiento social y la re-edificación de redes familiares y laborales, contribuyendo a mejorar hábitos, cambiando vidas.
Mientras se aleja del sector de Bronx con gesto sonriente rumbo al norte de la ciudad, don Manuel se pregunta que pasara el siguiente año con “su hospital”, si volverá a ver al doctor que le curo la herida infectada hace unos meses a la odontóloga que le acaba de quitar el dolor de muelas.
Ajeno a los intereses y los conflictos teóricos y conceptuales que se argumentan para poner fin a la operación de estos centros, a los abordajes que se soportan en la medicina basada en la evidencia y a las nuevas estrategias de seguridad para la ciudad, la historia de vida de este ciudadano de 63 años nos deja una reflexión que todos los bogotanos deberíamos contemplar: ¿Quién se ocupará de brindar atención médica a estas personas, una vez se cumpla la promesa del doctor Mejía de acabar con los CAMAD?
