¿Quién representa a quién?

¿Quién representa a quién?

Ahora escasamente cada uno se representa así mismo, pero aun así cada quien tiene la capacidad de poner en jaque a la toda la sociedad, como se ha demostrado 

Por: Jorge Bustamante
mayo 24, 2021
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¿Quién representa a quién?
Foto: Twitter @Registraduria

En el ejercicio del poder, tanto en regímenes presidenciales como parlamentarios, uno de los grandes desafíos de las democracias contemporáneas es lograr una representación con legitimidad. Condición necesaria, pero no suficiente para adelantar un mandato sin contratiempos o con los normales. Es necesario tener ciertos grados de credibilidad y de sintonía con los ciudadanos.

En Colombia y en otros países (Chile, España, Perú, entre otros) están en cuestión buena parte de la las iniciativas gubernamentales, parlamentarias y judiciales por improcedentes o porque no las hacen. La pérdida de credibilidad de las diferentes instituciones y actores políticos es preocupante. La mayoría de ellos está por debajo del 40 por ciento y en algunos casos está alrededor del 20, como los partidos políticos, sus líderes o el Congreso y demás actores.

Además, una parte importante de la representación de esos actores se ha logrado mediante mecanismos clientelistas, inerciales o fraudulentos, en medio de una desconexión total con la problemática de sus electores y del país. O simplemente la credibilidad la han perdido por su inoperancia, incapacidad y pereza de hacer bien la tarea, en buena parte, por perseguir intereses personales o particulares.

Los paros actuales y la grave crisis institucional y de gobernabilidad, han puesto en evidencia, una vez más, esta circunstancia. Los partidos políticos, como correas de transmisión entre los diferentes estamentos de la sociedad civil y el Estado, al igual que sus dirigentes, han subordinado o condicionado su eventual apoyo al gobierno o la búsqueda de la recuperación de la estabilidad del país,  a lograr pequeños objetivos políticos transitorios: el apoyo de proyectos de ley en curso, no siempre beneficiosos para la sociedad en su conjunto; decisiones ejecutivas presupuestales, participaciones burocráticas y otras.

Algo similar ocurre con los miembros de Comité Nacional del Paro, por su baja representatividad (solo el 4 por ciento de la masa trabajadora está sindicalizada), con las minorías de los vándalos, los violentos, las células guerrilleras urbanas, los saqueadores, que no representan a la mayoría de la población. Sin embargo, estos actores tienen líderes, capacidad de convocatoria y de movilidad. Los camioneros  y los indígenas son un capítulo aparte, que en medio de la coyuntura, aumentan su capacidad negociadora para obtener sus reivindicaciones.

Los estudiantes, en sentido estricto, no tienen líderes que los representen, por lo menos conocidos. Algunos políticos, que están en campaña actualmente, los utilizan despiadadamente como “carne de cañón”. ¿Quién intenta protegerlos? Nadie. Ellos ponen parte de los muertos, en medio de las movilizaciones.

Mientras tanto, el tránsito hacia una sociedad más equilibrada, más equitativa, más justa socialmente, más incluyente en términos reales, no formales, tan solo se alcanza a tocar en medio de los afanes de la coyuntura. La “clase dirigente” no dirige. Se mantiene en defensa de sus propios intereses, a pesar de que ha conquistado el mundo, a través de la obtención de enormes riquezas en el mercado doméstico. El papel de la “clase dirigente” es inventarse un futuro para todos y con el modelo actual  solo defiende sus intereses.

Es un contraste enorme con el mundo anglosajón y con países desarrollados, en donde la tributación o la distribución de cargas y beneficios ha sido más racional, equitativa y equilibrada. Además, hay una concepción más altruista y solidaria, “este país nos permitió hacer esta riqueza, nosotros se la devolvemos”, a través de grandes fundaciones, etc. Hay un sentido de participación y de pertenencia más estructural.

En Colombia, la destrucción de valor institucional y la concentración de la riqueza y el ingreso en los últimos años, ha sido enorme. El “sálvese quien pueda”, sin duda, tiene límites o si no veamos a Venezuela. En esas condiciones, lo sorprendente es que ahora escasamente cada uno se representa así mismo, pero por más pequeño que sea tiene la capacidad de poner en jaque a la toda la sociedad, como se ha  demostrado en esta crisis. La democracia está amenazada.

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