En semanas pasadas, los Países Bajos vivieron un momento de gran tensión política y social, debido a que se conoció uno de los más grandes escándalos políticos en los últimos tiempos: 26.000 familias, la mayoría de origen extranjero o con doble nacionalidad, fueron víctimas de acusaciones de fraude en ayudas estatales para el cuidado de sus hijos. Debido a estas, tuvieron que devolver en pocas semanas montos que ascendían a los 100.000 euros, lo que generó que muchos perdieran sus casas y bienes. Sin embargo, dichas acusaciones fueron falsas y se basaron en prejuicios raciales, puesto que la mayoría de víctimas eran familias de procedencia turca y marroquí.
Este escándalo movilizó a todo el país y generó que el partido actual del gobierno dimitiera a sus cargos faltando unos pocos meses para las elecciones. Además, obligó a Mark Rutte, primer ministro, a pronunciarse en diferentes medios de comunicación. Entre las muchas cosas que se dijeron, la más interesante para mí fue cuando Rutte habló de la función del Estado y la responsabilidad de su administración en la protección de la población en general.
Rutte dijo en uno de sus discursos: “El Estado tiene que controlar a los imprudentes; proteger a los débiles; distribuir el riesgo, y guiar en medio de la confusión. Este es un estándar alto que claramente el gabinete ha fallado. El estado constitucional debería proteger a sus ciudadanos contra el todopoderoso poder”.
Estas palabras resonaron en mi cerebro acostumbrado a los bacanales de la corrupción colombiana. Primero, porque Colombia hace años dejo de tener escándalos, debido a que todos se transformaron en noticias recurrentemente infantilizadas con el nombre de mermeladas y carruseles. Segundo, porque en parte nos hemos vuelto insensibles frente a las desgracias nacionales que superan cualquier ficción.
Sin embargo, las palabras de Rutte van a un punto central: ¿quién nos protege del todo poderoso poder? Es importante acotar que no estoy hablando de ningún poder divino o religioso, sino a una pregunta retórica que adquiere una mayor importancia debido a la actual sensación de abandono que estamos viviendo y que se acrecienta con el miedo por el coronavirus. Ese abandono, producto de años de miserables administraciones y de escándalos de corrupción, corroyó a todas las instancias del Estado, dejó morir a las instituciones, asesinó a sus contrapartes e infantilizó a tal punto a la política colombiana que convirtieron a la cabeza del ejecutivo en un meme.
¿Entonces quién nos protege a los colombianos?
Muy seguramente este escándalo en Colombia se hubiera llamado el carrusel de los subsidios, nadie hubiese renunciado y toda una bancada política hubiera salido a decir que la culpa era de los padres migrantes por ser pobres y tener hijos.