Ya pasaron las elecciones legislativas. Como muchos han visto, hubo algunos pequeños cambios, pero en esencia, se puede afirmar que se mantienen intactas las fuerzas políticas del país.
El Centro Democrático y Álvaro Uribe Vélez terminaron siendo el partido y el senador más votado. Cambio Radical, el partido con los mayores escándalos de corrupción en el país, en vez de ser castigado en las urnas, fue el más favorecido, porque multiplicó, sorprendentemente, sus curules en ambas cámaras.
Me di a la tarea de revisar algunos resultados, por ejemplo, los de Cajamarca, municipio del Tolima, donde se dice que la gente hace más o menos un año, votó informada en contra de la minería. Encontré que, sorprendentemente ganaron el Centro Democrático y el Partido Conservador, ambos partidos de escasa vocación ambiental. Sorprende también resultados como los de Soacha, Cundinamarca, un municipio golpeado por los falsos positivos, en donde ganaron el Centro Democrático y Cambio Radical, ambos protagonistas de ese difícil episodio en la historia de nuestro país.
¿Cómo entender esto? ¿Quién entiende a los colombianos? Nos escandalizamos leyendo los medios, a veces, algunos, salimos a las calles a protestar, o practicamos “militancia de cama”, opinando iracundos por las redes sociales, sobre los salarios de los congresistas o el escándalo de Odebrecht o el de Reficar, pero a la hora de elegir, nos quedamos parchados frente al televisor, o volvemos a elegir a los mismos protagonistas de esos escándalos o a sus amigos, o a sus familiares más cercanos. Una lucha “contra la corrupción” estéril. Sin sentido.
Elegimos a los mismos porque la mayoría de colombianos explotados
no tiene identidad o conciencia de clase.
Los pobres elegimos a representantes ricos, para que todo se mantenga igual
Los colombianos todos los días nos quejamos de las EPS, del IVA y de las retenciones a los salarios, mientras los impuestos a la riqueza se rebajan y se mantienen graves deducciones fiscales que benefician a las grandes fortunas del país. Los 23 millones de personas que trabajamos, padecemos de la reducción de derechos laborales, pero volvemos a elegir a los mismos porque la mayoría de colombianos explotados no tiene identidad o conciencia de clase. La mayoría de colombianos, pobres, elegimos a representantes ricos, para que todo se mantenga igual. Siempre nos prometen mejorar la salud, facilitar el acceso a la educación, a la vivienda o al empleo. Nunca pasa nada, no cambia nada.
No había terminado la jornada electoral, cuando ya, una candidata por el Partido Conservador estaba siendo investigada por un sofisticado, y masivo, método de fraude electoral. No tan sofisticado como votar en tarjetones fotocopiados. En este país ya son más novedosos los métodos para hacer trampa que los métodos electorales institucionales. En materia de elecciones somos una vergüenza internacional. Pero “gracias a Dios” vivimos en libertad y democracia, nada debe cambiarse.
El pueblo colombiano se inclinó hacia la derecha nuevamente. La falta de educación, el lastre del conflicto armado interno, un vecino que fracasó en su modelo económico y político y unos medios de comunicación al servicio del poder ayudan a mantener el statu quo. Este es un país que fácilmente se manipula con emociones, no que se convence con ideas y argumentos.
Los colombianos no votaron por quien no tiene ninguna investigación ni condena encima. No votaron por quien tiene autoridad para combatir la corrupción. No votaron por quienes en sus políticas y propuestas precisamente incluye a los que nunca han estado incluidos. Votaron por quienes siempre prometen cambios para no cambiar nada y que se sostenga un sistema que solo les da privilegio a ellos. No votaron por los que proponen entregar tierras a los campesinos más pobres, educación universal y gratuita, acabar las EPS, reformar la justicia, lograr un sistema pensional digno y universal, o bajar los salarios de los congresistas y aumentar los de los profesores y los médicos. A esos les dicen populistas y radicales. Esos no nos gustan.
Pero lo que desconocen la mayoría de colombianos es que este país necesita precisamente reformas de fondo, reformas radicales. La salud ya fue objeto de declaración de estado de cosas inconstitucional por parte de la Corte. La educación pública sigue padeciendo falta grave de recursos y deserción de estudiantes. El campo nunca ha tenido atención del Estado. Ya es hora de atender esos problemas con reformas profundas. Pero los colombianos no lo queremos. Queremos paliativos, pañitos de agua tibia, para que todo siga igual. Parece que nos gustara vivir en uno de los países más desiguales, violentos y saqueados del mundo. Bueno, al fin y al cabo, somos dizque de los más felices.
Siempre se queda uno con la misma percepción después de elecciones. Una especie de guayabo poselectoral. Una sensación de que aquí nada va a cambiar nunca. Hay una esperanza, pero es una esperanza siempre cercana a la extinción. Luchar contra los grandes capitales privados detrás de las campañas políticas, contra la compra del voto, contra las maquinarias, parece ser tarea imposible.
Nos queda una esperanza en mayo. Ojalá seamos sorpresa internacional. No la dejemos pasar.