Los colombianos nos alegrábamos hace algunos meses cuando aprobaron la reforma al artículo 34, que permitía poder por fin empezar a dar vía libre a la cadena perpetua para asesinos y violadores de niños.
Ha pasado el tiempo y vemos esa promesa cada vez más lejos. Sin ponerle acelerador, solo quedan unos cuantos meses para reglamentarla. De no ser así, deberemos empezar de cero nuevamente.
Y es que no hay muchas cosas que hayan unido a tantos sectores como esta iniciativa, pues no hay nada que conmueva más a los colombianos que el asesinato y el abuso a sus niños. Y cómo no sentirnos heridos si son ellos el retoño de una sociedad que, aunque cojeando, se ha levantado de uno de los peores periodos de la historia colombiana; una sociedad cansada de ver muerte cada día en cada esquina y que es testigo de cómo los más pequeños e inocentes caen uno a uno en este campo de odio llamado Colombia.
Lastimosamente, como es costumbre, es necesario de nuevo intentar replantearnos cuáles son las verdaderas bases que tiene este país y su sociedad, y pensar sobre ello. ¿Qué tiene esta sociedad para que de ella crezcan sujetos que piensen que una pequeña de 18 meses es la culpable de sus problemas? ¿Hasta qué punto hemos llegado para que una niña de un año y medio pueda ser convertida en un objeto para causar dolor a una mujer que decide no tenerte más en tu vida (y con ese acto llevarse la vida misma de alguien que apenas comenzaba a ver el mundo y que con su corta edad llenaba de ilusiones su familia y su hogar)?
Y es que no se puede esperar algo diferente de una sociedad carcomida por el deseo prehistórico de poseer a toda costa al otro, como un objeto impermutable; deseo de controlar y creernos dueños de su voluntad, manipulando a nuestro antojo.
Son ellos, nuestros niños, nuestro bien más preciado que como sociedad podemos concebir e idealizar. ¿Cuál ha sido esa crianza y ese ejemplo que como sociedad permitimos para que proliferen, como moscas, asesinos como Diego Cadavid?
Y es que cada vez que hacemos o vemos y permitimos conductas como un grito, un tocamiento, un piropo, un insulto, un maltrato, un acoso, un golpe o una amenaza es cuando se legitima que es “normal” que eso suceda. Nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos y escuchando que fue la primera vez o que no se volverá a repetir, pero una vez adoptada la conducta machista es muy difícil que disminuya, y en cambio aumenta progresivamente hasta puntos irreversibles, como el feminicidio.
Estas conductas micromachistas son las que forman y generan personas despreciables como Garavito, Uribe Noguera, y Diego Cadavid, o personas como el vecino de la esquina que cada vez que llega borracho golpea a su esposa y al otro día pide perdón, y así sigue su ciclo semana tras semana sin que quienes escuchan el maltrato siquiera hagan el llamado a las autoridades "porque en problemas de pareja no me meto".
Para Diego Cadavid, su machismo estaba tan inculcado que para él era imperceptible, así bien en su pensamiento asesinar a un ser inocente era lo correcto, porque lo único que le importaba era someter a su expareja y causarle el mayor daño posible, porque es que para él “lo que dice el hombre, se hace y punto” y “si no es mía no es de nadie”.
Sin duda ese pensamiento lo comparten no solo él o los asesinos ya mencionados, sino todo aquel que ha normalizado la histórica violencia de género hacia la mujer, y que solo espera su oportunidad para materializar ese machismo arcaico que llevan dentro.
¿Qué esperamos entonces para cambiar nuestra conducta?, ¿que sea tu hija, tu madre, tu hermana o tu esposa la próxima víctima de la violencia machista?
Si en verdad nos importan nuestros niños, nosotros los colombianos debemos entonces entender que no somos dueños de otras personas, que cuando el amor se acaba debemos aprender a soltar, que un piropo y el acoso no son algo normal, que un golpe y un insulto nunca deben reemplazar a una conversación. Así mismo, debemos entender de una vez por todas que así como los asesinos como Diego Cadavid tienen entera responsabilidad y deben pagar las más altas penas, nosotros como sociedad también tenemos la culpa de por permitir y no hacer nada frente a estas microconductas machistas, que al final siempre terminarán pasando cuenta de cobro de la peor manera.
Finalmente, debemos entender que todos fuimos alguna vez la pequeña Sofía, que todos alegrábamos nuestro hogar con sonrisas y juegos, que vivíamos llenos de ilusiones por una nueva navidad, siendo nosotros la luz de nuestra familia. Sofía, como todos nosotros, merecía una oportunidad de disfrutar su vida al lado de los seres que más amaba y que la amaban a ella... y ahora que eso lo sabemos, y que como sociedad esto lo pudimos haber evitado, y podíamos darle el mundo que ella merecía, ¿quién nos devuelve a Sofía?