Dicen que fue una bala perdida, como un accidente del destino, el que se llevó a Legarda y con él, los sueños de un joven talentoso y soñador, pero no, no es así. Legarda murió de una epidemia, la de la violencia que está plagando las ciudades, y por la que nadie responde y a nadie le importa.
Y es que no se entiende lo que está pasando. Los diagnósticos de seguridad de las principales capitales son una suma de información sin sentido. Lo único que uno puede concluir es que la política pública está agotada, o los líderes se rindieron, se acomodaron o han celebrado un pacto de no agresión con el crimen organizado. Ahora, en lugar de reconocer que la violencia se está tomando de nuevo las ciudades, se dedican a maquillar cifras y a quedar bien, mientras que se acumulan los muertos como daños colaterales en una guerra no declarada.
La política pública está agotada, o los líderes se rindieron,
se acomodaron o han celebrado un pacto de no agresión
con el crimen organizado
Casi al tiempo, junto a Legarda, caían un joven y una bebita, ambos víctimas de balas perdidas. No se trata de una coincidencia. No es un fenómeno nuevo tampoco. Se reportan víctimas de balas perdidas a diario, pero ni a los medios de comunicación, ni a los políticos, ni a la sociedad le interesan hasta que la tragedia toca a alguien conocido. Una mujer en el Tolima se lanzó de un puente con su hijo, acorralada por los pagadiario. Es víctima de la misma epidemia, de los mismos matones y sicarios, pero nadie hace nada para detener esa mafia.
Legarda es una víctima más de una guerra que persiste de forma no declarada, de una paz mal resuelta a la que le faltó imaginar cómo concertar un pacto por la vida, un pacto general de ciudadanía que aborde el jodido problema de hacer de esta una sociedad menos violenta desde el hogar, desde la pareja, desde la escuela, desde las calles. Una sociedad en la que los pobres no tengan que acudir a los matones para financiar los problemas, una sociedad que vuelva a indignarse y deje de aceptar la desesperación y el desamparo como parte del paisaje.