Mick Jagger vio a Brian Jones muerto un mes antes de que este fuera encontrado, inmóvil y blanco, en el fondo de su propia piscina. Tuvo la visión mientras consultaba el I-ching con su novia, la cantante Marianne Faithfull. Era cerca de la medianoche cuando, asustados, salieron de Harley House, la suntuosa mansión en donde vivían, y condujeron hasta Redlands, la célebre casa de campo victoriana propiedad de Keith Richards, en donde Brian Jones y su pareja, la modelo Suki Poitier, se escondían del cerco que había puesto sobre ellos la policía de Londres por la costumbre que tenían de aderezar sus pantagruélicas fiestas con cualquier droga que se les atravesara.
Destaparon una botella de vino, pusieron a girar un vinilo de Howlling Wolf, Marianne encendió un porro y Suki sirvió la cena. Jagger, despectivo y quisiquilloso como siempre, empezó a quejarse de lo mal preparada que le había quedado a Suki el bistec. Los comentarios fueron tan ofensivos que Brian reaccionó. Los dos Stones se entrelazaron en una brutal pelea que terminaría con Mick apretándole la garganta a su compañero mientras le hacía tragar el agua del estanque que Richards había construido al lado de su casa. El haberse mojado el pantalón de terciopelo rojo que recién había comprado, y los gritos de Marianne recordándole la profecía, hicieron que el cantante parara.
Cansado del asma que lo carcomía, de las nueve mujeres con las que había tenido hijos, de la bipolaridad que se exacerbaba por la cocaína, por el mandrax, por la bareta, de la mala onda que circulaba contra él dentro del grupo que había creado, Brian Jones, a los dos días del incidente con Mick, viajó con Suki a Jajuca, provincia de Marruecos, en donde cada año se realizaba la Fiesta del dios Pan. Allí, en la plaza del pueblo, vio como los aldeanos llevaban una cabra blanca para el sacrificio. Un mechón rubio le caía en la cara al animal. Brian, temblando, le susurró a novia: “Ese soy yo”.
No había nada más fácil, en el verano de 1969, que predecir la muerte de Brian Jones. Pocos recordaban que a principios de la década se había convertido, junto a los Beatles, en la primera estrella del pop inglés. No sólo fue el hombre que descubrió y juntó los talentos de Charlie Watts, Bill Wyman, Keith Richards y Mick Jagger bautizándolos como los Rolling Stones, en honor a una canción de su ídolo, el blusero Muddy Waters, sino que Jones, un purista del blues, tenía la habilidad única de tocar, con la habilidad de un maestro, cualquier tipo de instrumento. Fue él, y no George Harrison, el primero en introducir el sitar hindú dentro de la música occidental.
En los primeros dos años de vida del grupo, nadie, ni siquiera Mick y Keith, dudaban que él era el líder. Sólo cuando el productor Andrew Loog Oldham les planteó la necesidad de empezar a componer temas propios si querían consolidarse dentro de la industria musical, Brian, compositor estéril, empezó a perder el control de su propia creación. Su personalidad voluble, bipolar, ayudó a que los integrantes de la banda empezaran a detestarlo. Si se detenían en un restaurante de carretera a comer, Brian alegaba que no tenía hambre y se quedaba en el auto. Cuando el grupo terminaba su cena y volvía al auto, se encontraban con que Brian ya se había recuperado y ahora sí le apetecía un jugoso lomo de cerdo asado. Se ubicaba en una mesa y una vez le servían el plato se lo comía con desgana, muy lentamente, sólo para exasperar a sus compañeros.
En los primeros toques de la banda, él, cleptomaníaco inveterado, se embolsillaba cinco libras libras extra, detalle que el resto de los Rolling Stones nunca olvidó. Como vivía atiborrado de drogas, acorralado por las nueve madres de los hijos por los que nunca respondió y dando lora en los bares de Londres, su rendimiento como músico decayó por completo. Cuando, en 1965, Keith y Mick componen Satisfaction y sacan al mercado Aftermath, el primer disco con temas exclusivos del tadem Jagger-Richards, Brian Jones empezó su descenso a los infiernos.
Por esa época ya se sentía un extraño dentro del grupo. Keith Richards, su mejor amigo, le quitó de frente a Anita Pallenberg, la actriz alemana de la que estaba locamente enamorado y a la que salvajemente golpeaba. Sus salidas en falso, como aparecer vestido con un uniforme de comandante de las S.S pateando a un maniquí, su borrachera interminable y el desgano con el que se presentaba a la sala de grabación, hicieron que en junio de 1969 fuera expulsado del grupo y reemplazado por el guitarrista de 21 años Mick Taylor.
En una reunión que tuvieron en la mansión que le compró en Sussex al creador de Winnie the pooh, Brian Jones recibió de Mick Jagger 1 millón de libras esterlinas por su contribución a los Rolling Stones. La leyenda negra dice que hubo gritos, amenazas del músico con revelar los oscuros secretos con las que Mick y Keith se habían apoderado de su grupo, misterios que tenían que ver con sortilegios y hechizos que las brujas Anita Pallenberg y Marianne Faithfull, preparaban desde sus mansiones londinenses. Cuando sus ex compañeros se largaron de su casa, Brian Jones se encerró en la cocina a llorar insconsolablemente. Ni siquiera la estatua de Winnie Pooh, al lado de la piscina, pudo quitarle la tristeza
Brian Jones no podía vivir sin los Rolling Stones y tal vez por eso, un mes después de su separación, fue encontrado en el fondo de la piscina de la mansión a la que recién se había mudado. En ese tiempo había sido contactado por John Lennon, Jimi Hendrix y la Creedence Clearwater Revival para que participara activamente en los álbumes que grabarían en 1970. Había dejado a Suki por una bailarina sueca llama Anna Wohlin.
Ella es la única testigo que queda de la noche fatídica del 2 de julio de 1969. Brian, siempre conflictivo, había tenido una agria discusión con Frank Thorogood, el albañil que terminaba los arreglos de la casa y que vivía en el ala oeste de la mansión. El ex Rolling Stone se rehusaba a pagarle y Throgood empezaba a amenazarlo. Según Wohlin el obrero llegó a empujarlo un par de veces.
La versión oficial que entregó la policía fue que Brian, eximio nadador, se ahogó accidentalmente en una piscina que tenía metro y medio de profundidad. La cantidad de droga y alcohol encontrada en su cuerpo, conjunto a su asma crónica, pudieron ser el detonante del presunto infarto que lo mató. Sin embargo en el año 2000, cuando estaba en su lecho de muerte, Throgood confesó que él había matado a Brian Jones. El albañil había llegado a trabajar con el músico gracias a las recomendaciones de Tom Keylock, chófer de Mick Jagger. Según la extravagante versión que terminó reabriendo el caso en el 2009, Keylock, para congraciarse con su jefe, le había dado varios miles de libras a Throgoog para que quitara del camino al cada vez más quisquilloso Jones.
Lo único cierto es que cuando los Rolling Stones se enteraron de la muerte de su compañero estaban grabando en Olympic Studios. El único que lloró fue Charlie Watts y Mick se limitó a patear, rabioso, el plato en donde comía un gran danés. Ni Jagger ni Richards acudieron al entierro. El cantante presentó como excusa los compromisos que tenía en Australia para empezar a filmar el western Ned Kelly, el guitarrista y Anita Pallenberg se sentían tan culpables que prefirieron refugiarse en la calidez placentera de sus sábanas de seda y los chutes de heroína.
Brian Jones sería el primero de la lista de rockeros que murieron a los 27 años. Poco después lo seguirían Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y ya en nuestros días Amy Winehouse. Las circunstancias de su muerte siempre serán un misterio. Lo único cierto es que después de su partida los Rolling Stones sacaron cuatro discos consecutivos que terminarían encumbrándolos como Dioses indiscutidos del Rock.
Mick ni Keith nunca lo hecharon de menos.