¿Claudia López uribista? ¿Álvaro Uribe fanático de la alcaldesa de Bogotá? ¿Gustavo Bolívar terrorista por proteger la integridad física de los jóvenes valientes de la primera línea? ¿Gustavo Petro un temible castrochavista que va a acabar hasta con el nido de la perra? ¿La Colombia Humana una asociación de bandidos que apoyan las vías de hecho durante las manifestaciones? ¿María Fernanda Cabal la Angela Merkel colombiana? ¿Odia usted la Selección Colombia?
Si usted, apreciado lector, respondió afirmativamente aunque sea a una sola de las anteriores preguntas, permítame decirle que ya hace parte del pabellón de Locombia, un lugar de deschavetados que se creen razonables, lógicos y poseedores de la verdad última y suprema.
Y para que no me saquen el Esmad y no le dé al innombrable por chutarme la Policía Nacional (que ya lo ha hecho como dije en otra columna), y para que tampoco los sectarios preparen fusiles, petardos, misiles, ojivas, bombas molotov, flechas incendiarias, piedras, garrotes, o inocentes caucheras contra la humanidad de este servidor (por suerte me encuentro a miles de kilómetros de mi amado país) voy a tomar con pinzas de cirujano solo la primera pregunta. Procuraré no herir susceptibilidades, pues mis compatriotas están que matan y comen del muerto, y andan para arriba y para abajo con una hipersensibilidad tan a flor de piel que no toleran el más mínimo comentario que vaya en contra vía de sus ideas.
¿Quién le teme a Claudia López? Es la interpelación que surge del juicio apresurado de quienes la señalan de uribista. Hoy por hoy ese adjetivo podría ser asociado a conductas ilegales, corruptas y violentas. Además connota fascismo, y por qué no también paramilitarismo, etcétera. La mejor defensa para Claudia López consiste en que los sectores más beligerantes de ambas esquinas de la actual coyuntura política aprovechan cualquier metida de patas suya para descalificarla. Está claro que se equivoca en esa actitud pendenciera que la lleva a cazar peleas con la Colombia Humana a través de acusaciones temerarias. Aún está a tiempo de retractarse públicamente.
No es correcto generalizar y poner en riesgo, quizás, la integridad física de los miembros de esa colectividad política. También está mal que aproveche su cargo para sacar réditos políticos, quizás con miras a las próximas elecciones presidenciales. Pero también es exagerado mostrarla como una señora tremebunda, un ogro, una bruja malvada, fascista, simpatizante de las dictaduras de la ultraderecha, y por ende simpatizante y correveidile del señor Uribe. Tenga presente el muy tolerante público que a la alcaldesa le está tocando bailar con la más fea. Me refiero a sortear las mayores dificultades que haya vivido en su historia la capital del país: pandemia, hambre, protestas, manifestaciones, vandalismo y ese entorno de ánimos exacerbados promovido por los extremistas. Obvio que ha tenido desaciertos, pero su popularidad no está por los suelos y a pesar de todo ha salido avante en tan difíciles circunstancias.
Por eso antes de lapidarla, crucificarla, llevarla a la hoguera de la inquisición porque se toma unos vinitos, porque le da un beso en público a su esposa, o simplemente por meter las patas de vez en cuando como la suelen meter los que administran una ciudad gigantesca, sus contradictores también deben evitar juicios temerarios. Claudia López no es un monstruo. El genocida está en otra parte, y él es quien se beneficia de la absurda división de los que alguna vez compartieron una relativa cercanía en cuanto a ideales democráticos.
Una aclaración antes de que me lapiden los sectarios de izquierda, de los sectarios de la ultraderecha ni hablo pues me tienen en la mira desde hace algunos años: al principio de esta columna, donde planteo algunas preguntas sobre Petro, Gustavo Bolívar y la Colombia Humana, implícitamente también salgo en su defensa. Detesto todo lo que sea calumnioso e injusto. Así que compañero, parcero, camarada, conciudadano intransigente: suelte esa piedra, esa escopeta, ese fusil, ese machete. En Colombia tenemos que caber todos sin tener que matarnos, ni física ni moralmente. Que el debate sea limpio y sin violencia de cara a las próximas elecciones.