En una ocasión Gabriel García Márquez dijo algo que creo nos ha pasado a muchos: “necesité la mitad de la vida para aprender a decir que no”. Pienso que decir no nunca ha sido fácil, especialmente en una sociedad en la que se enseña funcionalmente a obedecer más que a reflexionar con sentido crítico y en forma autónoma. En ocasiones, incluso nos lamentamos de no haber dicho que no solo por no haber reaccionado a tiempo. Considero que decir sí, o solo guardar silencio, cuando se debería decir que no, no solo es ocultar nuestra personalidad, sino la peor forma de darle a nuestro contradictor la razón sin argumentos, de aceptar una mentira y de obedecer. ¿Por qué no decirle, por ejemplo, a otra persona que se tiene un pensamiento con el cual no se está de acuerdo desde lo ideológico o desde lo político? Evidentemente la ideología política hace parte de la vida personal, sin embargo, ¿por qué no se puede decir que se es de derecha, izquierda o centro cuando no está prohibido? Le cabe tanto derecho a los de la derecha a decir que son de derecha como a los de la izquierda a decir que son opuestos a ellos.
Igualmente, las creencias o no creencias hacen parte de la vida personal e íntima de las personas, pero aquí parece que el problema es más complejo. Tengo amigos ateos que no lo dicen públicamente por el temor a que se les estigmatice o se les señale, otros optan por escudarse en que “no se pueden herir los sentimientos religiosos de las personas porque ello hace parte de la cultura”. No obstante, en una sociedad laica a los ateos también les hieren los sentimientos cuando los señalan solo por no creer en Dios. Incluso muchos éticos progresistas encuentran dificultad en reconocer que se han desprendido de la fe en Dios.
Ahora bien, aunque parezca paradójico, no creo que haya un ateo convencido y consecuente que sea capaz de insultar a un creyente, pero sí sé de creyentes ortodoxos, y otros no tanto, que mandan al quinto infierno a quienes no lo son. Desde mi perspectiva de ateo, creo que el premio nobel de física, el estadounidense Steven Weinberg, dijo algo que para alivio de creyente y no creyente aclara un poco las cosas: “con o sin religión hay personas haciendo cosas buenas y malas, y personas haciendo cosas deplorables”. De lo que estoy convencido es que la religión o el creer o no creer en Dios no es garantía para ser buenas o malas personas. Pero pienso, y un estudio lo podría demostrar, que las cárceles están más llenas de creyentes que de ateos. Aquí es necesario retomar una reflexión del científico inglés y ateo Richard Dawkins, en el sentido de que con esto no se quiere decir que “el ateísmo incremente la moralidad, pero es probable que el humanismo, es decir, el sistema ético que suele acompañar al ateísmo sí lo haga”. Lo cierto es que sería muy bueno que tanto desde la ideología, como desde el creer o no creer, empecemos a romper esos ethos que nos impone la sociedad mojigata y cargada de prejuicios en la que nos ha tocado vivir y comencemos a aceptarnos en las diferencias.
