¿Quién le dijo grafitero a Justin Bieber?
Opinión

¿Quién le dijo grafitero a Justin Bieber?

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noviembre 07, 2013
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Cuatro guardaespaldas y una caravana de la Policía conformaban el escuadrón que escoltaba a Justin Bieber la noche del 29 de octubre, cuando, después del concierto de El Campín, una luz extraterrestre le iluminó su “nuevo pasatiempo”: rayar paredes. Cuarenta metros de muro, en la 26, fueron justo lo que necesitaba para autografiar la ciudad: Justin Bieber. ¡Vaya arte! ¡Vaya intervención! ¡Vaya mensaje! ¡Vaya ego! Y vaya oso el de la Policía que no se atrevió a impedir que el muchacho caprichoso fungiera de pintor de ocasión mientras lograba conciliar el sueño. Menos mal lo protegieron, no fuera que algún patrullero despistado en asuntos de farándula lo hubiera tratado como a cualquier grafitero de vecino: de muy malas maneras, para no entrar en detalles. Y ahí sí, Bogotá hubiera hecho correr tinta en la prensa internacional.

Yo no sé si el niño Bieber canta bien o no. A lo mejor lo hace como los dioses o a lo mejor es un producto más de los fabricantes de ilusiones. No me interesa saberlo. Lo que sí sé es que, además de hacer quedar como un zapato a las autoridades de la capital, ofendió en materia grave a los grafiteros. Digo gra-fi-te-ros que es muy distinto a vándalos. Estos son Biebers que ensucian, manchan, dañan y molestan a la sociedad; aquellos –frente a quienes me quitaría el sombrero si lo tuviera– son pintores callejeros, abanderados del arte efímero, editorialistas de barrio, voceros de memoria colectiva, complementos gráficos de la arquitectura de la ciudad.

Como los gatos, ven mejor en la oscuridad. Por eso, son las horas del amanecer, cuando la mayoría de los mortales duerme –incluyendo los guardianes del orden– las que refrescan su inspiración. Silenciosos, también como los gatos, se acercan al paredón elegido, por lo general en compañía de otros miembros de la crew, abren los morrales, se chantan los tapabocas y comienzan a extraer de los tarros de aerosol un sinfín de trazos y figuras, reconocidas entre ellos por el tag, la inconfundible huella del autor. Sus nombres de pila se ocultan en la clandestinidad de los artísticos. Y eso, que es heredado de la propuesta contestataria de grupos de jóvenes en Nueva York en las décadas del 60 y el 70, añade emoción al asunto, aunque cada vez es más común que saquen a la luz su real identidad. Incluso ya hay grafiteros adultos, profesionales y confesos.

“Cuando Justin Bieber regrese a Bogotá deberá hacer servicio social”. Ja. Qué pena con el secretario de Gobierno de Bogotá, Guillermo Alfonso Jaramillo, pero esta vez, él, que siempre parece tener el sentido del humor a la altura de los tobillos, nos hizo reír a carcajadas. Esas cosas no se dicen, señor funcionario. Acepte que el pelado hizo lo que le dio la gana, bajo estricta protección oficial, y punto. Amenazar a posteriori, es dar lora de la legítima. Igual sonó raro lo dicho por el General Palomino luego del incidente: “Tenemos que evolucionar, el grafiti es la expresión de un sentimiento, de una motivación”. ¿Es su nueva posición personal o la del director de la Policía? Porque si es un giro de la Institución, bienvenido sea. Pero para aplicarlo con todos, aunque no sean canadienses, cantantes, figurines insoportables. “Más equidad para que a los jóvenes grafiteros se les respete y se les permita expresar su arte”, pide desde el dolor que lleva a cuestas hace dos años el papá de Diego Felipe Becerra.

“Ojalá todos los vándalos de la ciudad fueran grafiteros y no estuvieran por ahí generando violencia y empuñando armas para hacerle daño a la gente”, manifestó en una ocasión Daniel Quiceno (El Perro en su crew de grafiteros), uno de los creadores del “Grafitour”, recorrido por largos corredores de murales que desafían las fronteras invisibles en la populosa Comuna 13 de Medellín. Porque en esta materia de llenar callejones que han sido de muerte, con dibujos que recuerdan a los “parceros” que se fueron, relatan lo vivido y sufrido, y dejan abierta una puerta a la esperanza, Medellín tiene mucho para contar; gracias, en muy buena parte, al trabajo invaluable de los grafiteros. Los mismos que ponen los pelos de punta a tanta gente que se asusta con todo lo que se salga de los cánones establecidos. Qué va. Si los jefes de clanes prehistóricos se hubieran escandalizado con los grafiteros de la época, seguro que no existirían las pinturas rupestres de las Cuevas de Altamira, por ejemplo. Guardando proporciones, de acuerdo, porque esas intervenciones son arte eterno y las actuales, perecedero. Signos de los tiempos.

COPETE DE CREMA 1: Destinados a desaparecer bajo un brochazo de pintura blanca o por cuenta de una demolición, los grafitis son la interlocución irremplazable de los habitantes de una ciudad con su entorno. Se lo debemos a los gatos que dibujan.

COPETE DE CREMA 2: A vuelo de pájaro, estos links ilustran algo de lo importantes que son los grafiteros en el contexto urbano:

bit.ly/Hyvl80
rfi.my/1fhAgWB
bit.ly/186z0Ax
bit.ly/1b3oe21

 

 

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