Pocas personas en Colombia recuerdan que la región del Chocó biogeográfico se extiende hasta Perú, o que la Comunidad Andina de Naciones (CAN) es casi tan antigua como la Unión Europea. Quizás por eso, estamos a años luz de integrarnos al nivel de este continente y de entender lo importante que es hacerlo. El cierre del Parlamento Andino, supuestamente por sus costos, lo confirma.
La verdad es que el sueldo de los parlamentarios es lo de menos. El problema real del Parlamento Andino –y de toda la Comunidad Andina de Naciones- es que no tenemos la integración que deberíamos: nuestro proceso es, en muchos aspectos, un animal sin dientes.
Aunque pedir recortes de gastos es popular - el Tea Party tiene paralizado al gobierno estadounidense con ese argumento y Uribe dice que Santos es “derrochón”- no es un argumento suficiente para acabar el Parlamento. Todo lo contrario: estamos llenos de razones para mantenerlo. Por ejemplo, los países andinos albergan el 10% del agua dulce y el 99% de los glaciares tropicales del planeta. También, buena parte de la biodiversidad global. Necesitamos legislación común en esos temas.
Acabar el Parlamento Andino es efectista, pero no es la solución a sus problemas. Su bajo perfil se debe justamente al excesivo protagonismo de los gobiernos. Tanto así, que quienes legislan no son los parlamentarios ¡lo hacen los ministros de comercio y relaciones exteriores! Además, las críticas en su contra son paradójicas: lo atacan porque no toma decisiones vinculantes, pero se oponen a que tenga facultades para eso. ¿Quién los entiende?
Como colombiano, me habría gustado un Parlamento Andino que legisle sobre minería ilegal, biodiversidad, recursos genéticos y páramos. En lugar de acabarlo, debemos debatir si es legítimo que la normativa comunitaria sea creada por funcionarios nombrados por los presidentes, en lugar de representantes elegidos por voto popular.
Nadie gana con el cierre del parlamento andino. Quizás nos ahorramos unos pesos, pero pierde la integración de nuestros países.
