¿Quién fue José María Melo, el símbolo histórico predilecto de Petro?

¿Quién fue José María Melo, el símbolo histórico predilecto de Petro?

Aciertos y errores del presidente sobre el ersonaje

Por: César Augusto Patiño Trujillo
diciembre 26, 2022
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¿Quién fue José María Melo, el símbolo histórico predilecto de Petro?

Gustavo Petro no solo es el presidente de la República de Colombia, sino también un gran comunicador y un intelectual de grandes ligas. Es difícil negar lo anterior cuando en medio de discursos, entrevistas y congresos, el representante del ejecutivo colombiano sienta cátedra, logrando, como lo dicen los más fervorosos y apasionados petristas, “peinar” a quien se le atraviese. Claro está, también comete errores de apreciación y en este caso por desconocimiento de la historia. Por ello este escrito desnuda errores históricos de Petro sobre José María Melo, pero también, haciendo honor a sus posturas ideológicas, los aciertos que le llevan a rescatar la vieja figura del general de mil batallas.

El pasado 25 de noviembre, el presidente colombiano se reunió en México con el presidente López Obrador y fue declarado Huésped Distinguido de la Ciudad de México. Allí realiza una síntesis histórica sobre la vida de dos personajes que anduvieron por estas sendas nuestroamericanas machacando contra los movimientos conservadores que había dejado en el territorio la dominación española por casi tres siglos y medio.

Entre esas ideas y herencias colonialistas el esclavismo, la discriminación e inferiorización de los seres humanos por el color de la piel y por el nacimiento en tierras americanas (mancha de la tierra) se mantuvieron en la práctica, entendiendo que luchar contra el colonialismo no necesariamente llevaba en su ADN una lucha para todos los habitantes de estas tierras coloridas de pieles. La clase criolla, hija de españoles, se autoproclamaba como la heredera de las nuevas patrias, por tanto, como aquella que tenía el derecho de imponer sus juicios, costumbres y leyes, siempre a nombre de las ideas ilustradas. Los gritos de independencia y sus consabidas guerras colonialistas se hicieron con pardos, negros, indígenas, y toda la jerarquización de castas, más lograda la hazaña emancipadora, fueron invisibilizados, excluidos y maltratados, aún peor de lo que sus amos peninsulares les hubiese podido tratar.

Para luchar contra esas élites herederas de España, vivieron el colombiano-neogranadino general José María Melo (Chaparral, Nueva Granada, 1800-La Trinitaria, México, 1860) y Catarino Erasmo Garza (Heroica Matamoros, Tamaulipas, México 1859, Bocas del Toro, Colombia, 1895), personajes nombrados por Petro, al lado de Benito Juárez y Rafael Uribe Uribe. Vale la pena recuperar al menos por medio de unas líneas la memoria de José María Melo, uno de los personajes más citados por el actual presidente de Colombia, aunque Catarino Garza merecerá, en su momento, también una atención. Por ahora me encargaré del primero.

José María Melo es hijo de la hermosa ciudad de Chaparral en el actual departamento del Tolima, nace en el despertar del siglo XIX. Gustavo Vargas Martínez, en un libro de 1972 editado por Oveja Negra, trata de recuperar la imagen del general, después de una campaña de desprestigio monumental y que ha tenido como objeto invisibilizar el papel histórico de uno de los actores más importantes de mitad del siglo XIX en medio de las revoluciones liberales. El autor se motiva a escribir sobre el chaparraluno que: “debemos aceptar que […] hizo una brillante carrera militar, sin ambiciones políticas” (P. 84) y expresa que tal vez las enemistades políticas que se granjeó se debe al “hecho de no haberse mezclado en las contiendas electorales” (p. 84).

A Melo se le ha querido mostrar como un militar mediocre y cobarde, iletrado y de bajo nivel; inclusive, intentan asegurar que el golpe de Estado de Melo contra el gobierno de Obando se debió a un intento evasión de juicio contra un presunto homicidio cometido por el hijo de Chaparral contra un soldado. Ayala Poveda (2003) denuncia la mala fe contra el militar independentistas con la siguiente nota: “Sus detractores lo identifican como un hombre inculto, incompetente políticamente, antisocial y expropiador de las rentas parroquiales. La historia lo asume como populista, anarquista, librepensador, prototipo del guerrillero raizal, que era caudillo porque era guerrero de la independencia” (p. 79).

Esgrimen sobre él además que “vivió como tantos compañeros suyos, la contradicción del héroe y del traidor ante su patria, la utopía social de los obreros y la soledad del destierro” (p. 79). En otras palabras, es acusado de un anacronismo nostálgico de la guerra, una guerra que se habría de extender en el largo proceso de la génesis de los Estados latinoamericanos. Por supuesto que esa acusación de un Melo rayando en la absoluta ignorancia se cae de su peso cuando nos damos cuenta de que el general fue docente y rector del colegio San Simón de Ibagué.

Para Antonio Caballero, “la aventura de Melo y los draconianos con los artesanos de Bogotá ha sido barrida de la historia oficial bajo el rótulo infame de dictadura militar populista” (2016, p. 232) y en su defensa asegura: “en realidad fue una romántica tentativa de democracia socialista. Un choque de fabricantes contra comerciantes” (p. 232). La pugna de draconianos proteccionistas contra gólgotas librecambistas; “de ruanas contra casacas” (p. 232), aunque comete el mismo error de la gran mayoría de historiadores: “era un indio pijao del Tolima” (p. 232), y para Vargas Martínez (1972) “el general Melo provenía de familias campesinas del Tolima” (p. 84).

Por su parte, Carlos Lozano y Lozano consideró que: “era un honor para la República […] que el general José María Melo y Ortiz no hubiera sido, como lo pretenden algunos, un sargento bárbaro, ni un hombre nacido por el oprobio o de conducta sombría” (p. 85) y citando en su discurso a Aníbal Galindo, afirma que fue: “uno de los más distinguidos oficiales de la independencia, soldado de oficio, militar de honor, probado liberal” (p. 86).

Aún, con el objetivo de generar un halo de desprestigio hacia el presidente Petro que lo toma como ejemplo de memoria histórica y soporte ideológico, reavivan el debate sobre el general y, por apenas una obviedad, ponen de relieve la leyenda negra construida alrededor de su nombre. Golpes blandos que algunos diarios esperan funcione contra el actual gobierno. El desprestigio y olvido al que fue condenado Melo tiene una razón de ser, no es un olvido accidental, inclusive, en la página de la alcaldía de Chaparral, que es, a todas luces institucional, se esgrime la razón de dicho olvido: “La historia de este gran hombre de la patria no es contada porque es un ejemplo de que las clases populares pueden llegar al poder por la vía de las letras y las armas, constituye un mito peligroso para la oligarquía colombiana” (tomado de).

Sobre su origen, el presidente Petro tuiteó que: “José María Melo, el primer presidente indígena de Colombia, luchó a la muerte de Bolívar por restablecer la Gran Colombia y las ideas de Bolívar en Venezuela, en 1835. Ayudó a José Hilario López a liberar los esclavos y se inspiró en el socialismo utópico de Fourier y Saint Simon” (@petrogustavo, 25 de junio de 2020). Sin embargo, el genealogista Wenceslao Quintero, citado por el columnista del diario El País, Santiago Torrado, esgrime que etiquetarlo de primer presidente indígena, “no tiene ni pies ni cabeza […] Él era parte de la élite granadina. Como la mayoría de nuestros próceres, descendía de Sebastián de Belalcázar” y que sus ancestros descendían de élites regionales de Cartago y Buga.

Lo anterior desmitifica frases como la del historiador venezolano Eduardo Rhote, citado por Fredy Nagles, quien esgrimió que Melo: “El único presidente colombiano de origen popular fue el prócer de la Independencia José María Melo, porque todos, absolutamente todos, incluyendo a Antonio Nariño, Francisco de Paula Santander y el mismo Simón Bolívar, venían de la élite” (tomado de Radio Nacional de Colombia, 10 de enero de 2022).

Asegura el genealogista que en la época de la Colonia se realizaban censos o padrones donde se anotaba quién era “blanco” o “noble”, y “los ascendientes de Melo, sus abuelos, están dentro de esas dos calidades” y aunque Melo poseía sangre nativa, se encontraba clasificado dentro de esa élite, así que, no es cierta su procedencia popular, de acuerdo con lo descrito hasta aquí; en ese sentido, el presidente Petro, por desconocimiento, se ha dedicado a repetir un mantra que históricamente se puede desmantelar, invalidando una leyenda centenaria sobre la casi pura indigenidad del general tolimense.

El general Melo fue hijo de Manuel Antonio Melo de Abadía y María Antonia Ortiz Freire. Los ancestros paternos se pueden rastrear en don José Melo quien nació en tierras neogranadinas, pero de origen portugués y casado con Ana Manzano de descendencia española. De ellos nacen:

“Nicolás Melo Manzano y Juan Francisco Antonio Melo Manzano (nacido en Buga el 16 de abril de 1761), quien se casó con María Francisca de la Abadía y Loayza (nacida en Buga el 28 de enero de 1743) hija del español Juan de la Abadía Gorbea y Borda que se trasladó al Nuevo Reino de Granada y se avecindó en la ciudad de Cartago, donde se le conoció con el nombre de El Chapetón, quien se desempeñó en varios cargos en el gobierno, se casó con Jerónima de Loaiza Ramírez, oriunda de la ciudad de Anserma y de viejas familias raizales del Valle del Cauca” (tomado de). De Francisco Antonio y Maria Francisca, nacerá Manuel Antonio Melo, cartagüeño, nacido en 1771, padre de José María.

La genealogía del general por el lado materno se inicia con el capitán Francisco Ortiz Moreno, quien nació en la Vega de Supía por el año de 1655 y se estableció en Anserma, actual departamento de Caldas. Este se casa con la natural ansermeña, Ana Santiyusti Ortiz, que era hija del capitán Lucas Santiyusti y de Catalina Ortiz de Rivera.

De la anterior relación nacieron Nicolas Ortiz, bugueño y nacido en 1720, casado con Ana Rosa Nagle, igualmente bugueña y nieta de irlandés e hija de un gaditano llamado Miguel Nagle Álvarez de Toledo y la señora Rosa Rojas Salazar. De esa relación nacieron diez hijos, siendo uno de ellos, don Antonio Raimundo Ortiz Nagle casado con María Antonia Ortiz Freire y Riovalle, de donde nacería en 1781, María Antonia Ortiz Freire, la madre del prócer a quien se dedican estas líneas.

No se puede dejar de lado el papel de don Manuel Antonio, el padre de José María. De acuerdo con la Academia de Historia del Tolima, el progenitor fue alcalde de Ibagué en 1813 y capitán de los ejércitos libertadores, y su hermano, Manuel Vicente, fue sacerdote.

Es claro, entonces, que el general Melo no era un indígena pijao, pero, además, habría que rastrear su sangre nativa en tierras caucanas, ya que, si bien, Melo nace en Chaparral, como se puede observar, ciudades como la Vega de Supía, Cartago, Anserma y Buga que no eran zonas de pueblos pijao, vieron casar y nacer a los ancestros lejanos y cercanos de Melo, por lo que desdice el origen de dicha etnia.

Es importante aclarar que a la región del Tolima llegaron en los siglos XVII y XVIII importantes apellidos procedentes de la región del Cauca, por lo que, no es raro encontrar una cercanía o familiaridad entre las gentes de las dos regiones. La familia Melo y Ortiz es un claro ejemplo de ello.

Ayala Poveda, en su Manual de Historia de Colombia, define el golpe de Estado de Melo contra Obando y su efímero gobierno con el nombre de la Revolución de los trabajadores, ya que, según él: “representa la revolución auténtica de los artesanos, manufactureros y trabajadores de Colombia, dueños por primera vez de la historia del poder, convocados para reivindicar los derechos humanos y económicos, dispuestos a sustituir al Estado de los latifundistas y ricos comerciantes por el Estado popular de los obreros” (2003, p. 79).

Para entender el golpe de Estado de 1854, dado por el general Melo, es necesario abordar al menos de forma tangencial el tema del comercio que estaba dividido entre proteccionistas y librecambistas. El primero, y del que el actual presidente Petro, es más o menos adepto, buscaba proteger la producción nacional imponiendo altos aranceles a los productos extranjeros con el fin de ofrecer mayores garantías a los artesanos y manufactureros nacionales; por el contrario, el librecambismo que tenía su lema en el “laissez faire, laissez passer le monde va de lui même", que sintetiza toda la libertad económica sin aranceles, con libre comercio absoluto, sin la intervención del Estado en asuntos de la economía, en fin, lo que propugna hoy la poco santa religión del neoliberalismo.

El librecambismo estaba representado por una facción del liberalismo denominado “Gólgotas” y el proteccionismo, por los también liberales denominados “Draconianos”. El centro del debate estaba en que los comerciantes buscaban que el comercio fuera totalmente liberado, llevando a una crisis económica a los artesanos que no podían competir con las grandes empresas extranjeras. Con el triunfo del librecambismo, los artesanos entraron en crisis. Nieto Arteta explica que. “el libre cambio eliminó las manufacturas del Oriente de la Nueva Granada.

Fue esta la más desafortunada consecuencia de la improcedente y absurda política librecambista” (1962, p. 192), y recurriendo a Vargas (1972) concluye que, a pesar de las advertencias de hombres como José Ignacio de Márquez y Castillo y Rada sobre el peligro que el librecambio era para la nación y de la pobreza en que se encontraban las principales ciudades por su causa, los grandes líderes del librecambio como Mosquera, Herrán o Florentino Gonzáles, desoyeron el clamor, según Vargas, porque eran: “justamente los más interesados en lograr prosperidad personal por sus fuertes capitales depositados en el exterior para el fomento del comercio de importaciones” (p. 53).

Melo va a ser fundamental en la defensa de los artesanos y los militares. Obando, el anteriormente militar realista y patriota de último estertor independentista, es elegido en 1853 presidente de la Nueva Granada, en medio de esa pugna ideológica como es la de librecambistas y proteccionistas. Un gobierno débil, con un Obando desdibujado en lo que respecta al militar insufrible y belicoso que la historia creó y demonizó, el sambenito de sus amoríos con la España monárquica, la constante lucha contra Mosquera, enemigo declarado del lugarteniente del Libertador, la acusación de ser el asesino intelectual de Sucre, el “Abel de América” condenaron a Obando a ser uno de los siniestros personajes de la historia republicana, cuando solamente podría acusársele de ser un caudillo enredado en medio de las convulsiones vividas en la República. Este “Edipo de Sangre”, calificado así por Víctor Paz Otero, es quien, al ser elegido presidente con el apoyo draconiano, va a sancionar la Constitución de 1853 calificada por él mismo de ser demasiado Lopista. Una constitución muy liberal para sus gustos; el liberalismo se irá alejando de su gobierno y solo las sociedades democráticas van a servir de soporte para mantener el gobierno. Desconfianza y presión fueron las palabras que acompañaron al débil gobierno que, inminentemente, iba a caer.

Las luchas sociales iban in crescendo. La pusilanimidad en el poder era absolutamente contraproducente, la salud del caudillo presidente deteriorada, y el vicepresidente Obaldía, enemigo acérrimo de Melo y no muy confiable sucesor de Obando serían leña para el fuego revolucionario que se avecinaba. El Estado en palabras de Ayala Poveda: “daba [como hoy] tumbos de ebrio” (2003, p. 85), las sociedades democráticas exigían proteccionismo al Congreso, “ante las arremetidas del librecambismo” (Vargas, 1993, p. 379); y como ya se había anotado en esta columna, la lucha entre los de “casaca” contra los de ruana, era cada vez más acentuada.

Vargas (1991) cita una hoja volante que se encuentra expuesta en la Biblioteca Nacional: “Los proletarios, es decir, la gente de ruana y alpargata, la gente patriota sin ambición, forman la mayoría granadina. En la República hay 2 000 000 de ruanas, y unos pocos miles de casacas. Para las casacas son las presidencias, los portafolios, las diputaciones, las gobernaciones, las tesorerías. Para las ruanas, la bala, la lanza, el hambre y la muerte” (p. 379). Es evidente la polarización, palabra que como hoy ha sido protagonista de la realidad nacional. La violencia se exacerba y todo apunta al “partido de los doctores enemigos del pueblo”; es así como las ruanas, deciden armarse para defenderse, mientras que el ya des-gobierno del presidente mengua aún más. Melo comienza a crecer, es idolatrado por sus seguidores, es, nada menos, que, el Comandante Militar de Bogotá, y como el mismo Vargas (1991) emitiese: “hombre de cuartel, intachable en su vida pública y privada, y fiel bolivariano de tiempo completo”. La mezcla era, paradójica, el presidente, ardiente enemigo de Bolívar tenía su suerte en las manos de un bolivariano nostálgico de la Gran Colombia, como lo puede certificar la Revolución de la Reforma en Venezuela por allá, veinte años antes del golpe contra Obando.

Ante la inminente caída, el militar bolivariano le ha de ofrecer al presidente exrealista el apoyo para declarar la dictadura. Cerrar el congreso y apoyarse en las fuerzas militares y las bases populares que le respetaban como a nadie. Obando no tiene salida, o actuaba con lo poco que le quedaba de aquel rebelde eterno, guerrerista y belicoso y aceptaba el apoyo del Ejército y los artesanos, o, como desafortunadamente ocurrió, se negó, poniendo como excusa el respeto por la democracia. El caos institucional oscurecía el panorama y los seguidores de Melo deciden tomarse el poder. La sociedad democrática escribe en unas hojas, un mensaje con el título de el valor de los artesanos; escrito que pone a los obreros europeos como dignos de emular, y que esa gran población había servido allá al otro lado del mundo, “como una trinchera a los atentados y a las demasías de los hombres perversos que, con el nombre de congresistas habían traicionado siempre la voluntad de los pueblos” (Vargas, 1972, p. 73); invita dichos escritos, recordando la agresión que sufrieron los artesanos a realizar: “esfuerzos propios de hombres valientes [y que] no os aterréis a la vista de los oligarcas, no corráis cubiertos de pavor como el 19 de mayo, o seréis cada uno de vosotros un esclavo de la nobleza, que os tratará con el rigor de un déspota insoportable” (p. 73). Notable mensaje que recuerda las proféticas palabras de don José Acevedo y Gómez en 1810.

Ya los conservadores Pastor Ospina, representante de los empresarios y Arboleda, de los terratenientes amenazaron con una posibilidad de armarse y levantarse contra el gobierno. Los hombres de casaca conspiraban como lo arguye Vargas (1991); los draconianos también dieron la espalda a Obando; la Sociedad Democrática de Artesanos, entonces, “sin tapujos” (Vargas, 1991, p. 382) le ofrecieron la dictadura. Obaldía conspiraba desde el ejercicio presidencial, ya que Obando estaba mal de salud, y aprovecha para deshacerse de Melo, buscando apoyo en los secretarios de Estado, ya que no lo logra del presidente titular, pero, la desconfianza desde el interior del gobierno aumentó.

Con el escenario puesto en bandeja de plata, con la derrota de los gólgotas que no lograron eliminar el detestado cargo militar ni accionar exitosamente la acusación del asesinato del soldado Ramón Quirós por manos del general, y con la necesidad que Obando observa de tener al prestigioso militar apoyándolo con las sociedades democráticas cada vez más influyentes, llega el día 16 de abril de 1854, y medio centenar de milicianos escribieron sobre las cintas de sus sombreros: “Vivan los ejércitos y los artesanos, abajo los monopolistas” mientras se tomaban las armas del cuartel, formando también las llamadas milicias populares (Vargas, 1972).

Mientras se preparaba el ambiente revolucionario, Murillo Toro, Pastor Ospina, Urbano Padilla quien fue el senador que propuso el voto de censura contra Melo producto del asesinato de Quirós, Vicente Herrera autor de la propuesta de despojar al general de cualquier tipo de mando militar (Torres, 1983) se convertían en el centro de los ataques de los seguidores de Melo, pues, “se organizaron partidas armadas para reprenderlos” (Torres, 1983, p. 153); don Patricio Pardo, llevó la voz a Murillo Toro y a don José María Samper recomendándoles: “Váyanse volando porque en este momento estalló la revolución y una partida de democráticos vendrá a aprehenderlos” (Torres, 1983, p. 154).

Es 17 de abril, entre la una y dos de la mañana, mientras Samper y Murillo Toro huían, “las salvas de artillería anunciaron los hechos presentidos” y en la Plaza de Bolívar se formaban trescientos húsares, “con uniformes de gala traídos desde Europa” (Vargas, 1991, p. 383) y, además, seiscientos democráticos le secundan; con una organización importante entre soldadesca y pueblo, aparece cabalgando en su zaino el general Melo, “desafiando abiertamente a la Constitución recién promulgada y las instituciones nacionales, grit[ando] con fuerza: ‘Abajo los gólgotas’. Aquel grito fue coreado con estrépito y muchos gritos más se oyeron a favor de Obando, de Melo, de las Sociedades de Artesanos” (p. 71).

Las arengas contra el congreso de las casacas, el sonar de las campanas, la irrupción de un bambuco fiestero y el tronar del cañón, dan oficialmente, el inicio de la revolución que, en todo caso, no derramó una gota de sangre (Vargas, 1991, p. 384). Caballero, con un poco de su muy acostumbrado y fino humor negro, cuenta que Melo: después de dar un “incruento golpe de cuartel” (2016, p. 230) al presidente Obando: “lo puso respetuosamente preso en el palacio presidencial. Un golpe casi protocolario: primero invitó a Obando a que se lo diera a sí mismo, y no quiso” (p. 230).

Con el presidente preso, el congreso tan detestado felizmente cerrado, la constitución del 53 derogada y restaurada, al menos en parte la muy conservadora del 43, Melo organizó un gobierno provisorio, el primero de corte popular. Crea una prensa proclive a su administración, la propaganda en favor de los artesanos, los pobres, los menesterosos, el sufragio para los alfabetizados, la educación pública , pensión para militares y empleados públicos, impuestos equitativos para los ciudadanos, defensa de la institución familiar, ejército con servicio voluntario, defensa y seguridad para el trabajo y la industria y estímulos para ella entre otras políticas aparentemente liberales y de avanzada (Vargas, 1991), aunque, cabe reconocer que en otras, mantuvo un respeto especial por las tradiciones y costumbres de corte conservador. Seamos honestos, la ideología conservadora en Melo, para nada desentonaba en el respeto a tradiciones preservadas tricentenariamente por España.

Mientras Melo se replegaba y quedaba circunscrito a Bogotá, la oligarquía librecambista-gólgota y conservadora se arman desde Ibagué. Las fuerzas gobiernistas, apenas, si pueden con la de los denominados constitucionalistas; Mosquera, López, y Herrán, este último desde los Estados Unidos, solicita a este país colaboración, gestionando con éxito armas para derrocar a la dictadura; “tres expresidentes que, emparentados entre sí, tomaron la responsabilidad de restablecer el gobierno”.

La aventura de Melo y las sociedades democráticas y populares, llegó a su fin el 4 de diciembre después de poco más de doscientos treinta días de gobierno de facto. Melo es puesto preso, deportado con más de doscientos de sus compañeros, iniciando su periplo en solitario por las tierras mesoamericanas, mientras que Obando, acusado por la Cámara de Representantes de mal desempeño de sus funciones presidenciales, le suspendió de la investidura presidencial. Era paradójico, a pesar de la postura constitucionalista de Obando, y depuesto por Melo, el presidente constitucional era un adicto a la dictadura.

En sus aventuras militares y emancipadoras, Melo, después de irse al ostracismo, lucha, según se cuentan, contra el pirata invasor William Walker en Nicaragua, presta sus servicios a El Salvador y luchó en Guatemala, y finalmente llegará a su último destino en la México que vive la guerra bipartidista conocida como “de Reforma”. Allí dejará, en Juncaná, actual Estado de Chiapas, su vida por la lucha del ideal liberal. 1860 es el año en que Benito Juárez acepta con un orgullo ceremonioso el aporte del general a quien admira, no en vano, vive en él el espíritu del Libertador de Sudamérica.

Al mando del general Ángel Albino Corzo, presta dichos servicios; allí, en esas tierras donde el amor y el fuego nacionalista arde como el mas depurado y magnánimo de todos los conocidos en el orbe, habrá de entregar con pundonor y renunciación, su vida. Un ataque aleve y traicionero de los conservadores sería la última de muchas de sus desventuras, antes de su fin, tendría que sufrir el destierro, la persecución, la muerte de sus seguidores en el malsano clima panameño. La grandeza de ser un libertador y la desgracia de ser un perseguido y desprestigiado le acompañaron siempre.

Con su llegada al sur de México en octubre 10 de 1860 mientras era perseguido a muerte por Rafael Carrera, dictador de Guatemala, sería un acierto del chaparraluno, teniendo en cuenta que, desde marzo de ese año se hacían ingentes esfuerzos para que el gobierno de la nación mexicana le aceptara. Mucho movimiento legalista finalmente dio sus resultados. Así que Melo entraba a apoyar a las tropas de Juárez. Este magno hombre de las Américas escribió en respuesta al general Albino Corzo, lo siguiente: “"En la carta del 2 del actual me habla V. de haber colocado al Gral. D. José María Melo, al servicio de ese Estado, en cuyo caso, si V. lo ha considerado útil, no veo ningún inconveniente. Mas para que dicho jefe pueda disfrutar del sueldo de ejército y reputársele como tal, es preciso que el Gobierno Supremo lo admita como tal, lo cual por hoy no puede hacerse sin previo conocimiento de causa. Me repito de V. afectísimo amigo q.b.s.m., Benito Juárez" (Vargas en Banrepública).

El mismo Vargas, interpreta ese visto bueno del presidente mexicano como un gesto de la latinoamericanidad que une a las naciones hispanas. No era costumbre aceptar tropas ni soldados extranjeros en el ejército mexicano. El caso de Melo fue la excepción. En una nota efusiva, la Bandera Constitucional, periódico liberal mexicano, aplaudía con denuedo la incorporación de Melo al ejército nacional; aseguraban que el general actuaría con honestidad y altura, con lealtad por la bandera liberal, su hoja de vida y su labor militar daban cuenta de él, considerándola como: “la mejor garantía de su honrosa propaganda" (tomado de).

10 de junio de 1860. Melo descansa con su pequeño destacamento de caballería. Se encuentran en la hacienda Juncaná, cerca a Zapaluta conocida en la actualidad como La Trinitaria. El silencio del amanecer es sórdido. Un halo de muerte se cierne sobre aquellos nocturnos parajes. Un grupo de hombres asaltan como ladrón en la noche la hacienda. Sorprendidos todos aquellos valerosos, son atacados sin conmiseración. Les asesinan con la frialdad que caracteriza el ataque traicionero. Melo muere de la manera en como jamás hubiese querido morir. Después de herido lo acribillan dos soldados. Proemio a la muerte del Ché Guevara. No tuvo la oportunidad de defenderse.

Muchas veces se había salvado del cadalso, en muchas otras ocasiones, había huido, en otras había logrado triunfos apabullantes, como también duras derrotas; en Juncaná no tuvo más fortuna. El cobarde general Ortega fue quien dio la orden de asesinarlo y esculcar sus pocas pertenencias. El capitán Romualdo Guillén en carta del 4 de junio de ese mismo año cuenta el suceso del asesinato de Melo luego de ser herido y arrestado: “Luego se presentó el coronel Martínez y me ordenó se pasara inmediatamente por las armas al dicho general, manifestándome una orden por escrito del General Juan Antonio Ortega. Dicha orden se ejecutó inmediatamente por el cabo Isidoro Gordillo en compañía del sargento José Maldonado (tomado de).

Los restos mortales de Melo fueron depositados por nativos del pueblo de los tojolabales cerca a la capilla de Juncaná. Sigue durmiendo en paz, tal vez, aunque lejos de su patria, y con dos intentos fallidos de repatriación de sus restos. Hoy, en este cuatrienio, Gustavo Petro recupera su nombre como símbolo de la unidad latinoamericana, como símbolo del proteccionismo patriótico, como parte de esa lucha por mejorar las condiciones de vida de los hombres y mujeres que exigen ser visibilizados por los poderosos. Muy conservador para mi gusto, fue el general Melo, sin embargo, su amor por la Patria Grande, su eterna lealtad a Bolívar, el respeto por el pueblo artesano a quien representó, la defensa de las ideas liberales en Centroamérica y México es una razón más que justa para recuperar su memoria e intentar, como ya ordenó el presidente Petro, hacer todo lo necesario para volverlo a la patria que le vio nacer.

No fracasó Melo en su intención de redireccionar a la nación, sencillamente, en su momento no estaban dadas las condiciones intelectuales, políticas y sociales para gobernar más del tiempo que estuvo, y, “a solo treinta años de sellada la independencia y a setenta de la revolución del pueblo comunero, por primera vez en toda la vida republicana una clase social distinta de la burguesía asumía la dirección política del Estado. Esa es la trascendencia y la importancia del golpe melista y esa su significación social” (Torres, 1983, p. 159).

Si a Caracas va a ser llevado el certificado de defunción del Libertador, encontrado en un oscuro orificio en Santa Marta, los viejos huesos de José María Melo merecen también descansar en su tierra natal, en su Chaparral o en un merecido Panteón que debería construirse en su honor. Melo, hasta la llegada de Gustavo Petro al poder hace cuatro meses, fue el único presidente de Colombia que gobernó en nombre del pueblo y para el pueblo. La memoria se rescata, y los pueblos aprenden de ella, es cierto, y hasta este 2022, “una acción política de semejantes alcances no [se había repetido] en nuestra historia” (Torres, 1983, p. 159); en junio pasado, se repitió no ya con el sonido de las armas en los cuarteles y las charreteras posando orgullosas en los hombros de los generales, sino, con el sufragio de las multitudes ciudadanas hijas de esos hombres que hace más de ciento sesenta años vieron en José María Melo y Ortiz su tabla de salvación. Gustavo Petro Urrego hoy, lo supera en democracia.

Referencias

José María Melo Ortiz - Genealogia

Pasado, presente y futuro: Homenaje a los presidentes chaparralunos

José María Melo, el olvidado presidente colombiano al que Petro reivindica

José María Dionisio Melo y Ortiz Una lucha que trasciende épocas

Cavero y Meló, dos bolivaristas en la vida de México

El chaparraluno Melo: único presidente de origen pijao en Colombia

El asesinato de José María Melo en 1860)

Manual de Historia de Colombia de Fernando Ayala Poveda (2003)

Historia de Colombia y sus Oligarquías de Antonio Caballero (2016)

Colombia 1854: Melo, los artesanos y el socialismo de Gustavo Vargas Martínez

Gran Enciclopedia de Colombia. Historia II

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