Uno llega a ciertos lugares y pareciese como si la vida hablara en diferentes idiomas. El olor del lugar, los recuerdos que evoca algún sonido, la luz que refleja el rostro de las personas que son transeúntes en la urbe, los silencios no dichos y hasta las miradas escondidas, parecen hacer de cada lugar un espacio diferente en todo el mundo.
Hay escritores que por sus letras hacen doblegar a cualquier persona a ser sujetos de la desnudez de la escritura y sobre todo, hacen creer que los personajes más importantes sólo están en un pueblo, en un cuento, en una novela o hasta en un solo tiempo narrativo. Por otro lado, hay otros que nos muestran que los personajes sólo son representaciones de todos los hombres y que bajo la escritura se busca el pretexto para no ser ignorados en ningún momento.
Colombia parece estar lleno de pueblos como Comala, del libro de Juan Rulfo-Pedro Páramo- y como dice uno de sus personajes al principio de la novela, “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”. No necesariamente porque el país esté inmerso en una llanura donde nadie quisiera divisar la nada, sino porque quienes han tenido y se les ha dado el poder, lo han hecho ver como ese infierno del cual ni siquiera el mismo satanás quisiera hacerse cargo. En la misma parte aparece Dolores Preciado con su recuerdo de ese Comala idílico de aquel “pueblo que huele a miel derramada” mostrando la metáfora de las riquezas que se han tenido, se han llevado –robado- y que a todo un país han marcado.
Este país, que se da el lujo de extender sus calles para los mendigos y llenar las iglesias de los desdichados, que además premia a sus personajes principales con salarios de millonarios a los alcaldes, concejales, gobernadores, senadores y presidentes –por nombrar solo algunos- nos hace creer que ese Comala no vive en la infraestructura, ni siquiera en el olvido de las personas que están inmersas en la novela, sino que quienes han tomado la narración de primera persona, nos hacen caer en el olvido de cualquier escritor que quiera vivenciar en las letras algún matiz diferente a la narración del pastor mentiroso.
¡Claro! Este es el país que le hace contar a las personas sus horas y semanas por miles de décadas para lograr obtener el logro de esa tal pensión, que en palabras de uno de esos personajes principales que se le da el nombre de presidente diría que “jamás existió”. No sé si podría llamarse como pena o vergüenza sentir que el libro de El Coronel no tiene quien le escriba es la vida de todos esos personajes de Colombia que aún esperan la pensión y se mueren porque simplemente nunca llegó. Este es el país en el que en sus pueblos hay lugares donde las vírgenes en los altares ocupan más espacio que los desplazados en la mente de los políticos.
Se podría decir, entonces, que esa ficción de los personajes de algunos de los escritores, no es la ficción de las mentiras de quienes la escriben, sino de quienes la cuentan, de quienes las hacen vivenciar. Los personajes de los libros en Colombia no se quedan en las letras, se viven en todo momento cuando se sale a las calles.