Gustavo Petro hoy es un personaje singular. No puede ejercer institucionalmente la política, pero la hace. Fue inhabilitado por 15 años, ¡pero hace política y de la buena! Después de la destitución como Alcalde de Bogotá se ha convertido en un símbolo de las víctimas de la anti-democracia que siempre ha sufrido Colombia. Es el único político que convoca a multitudes en medio de unas elecciones desabridas.¡Y la gente responde y de qué manera!
Pero… ¿quién es Gustavo Petro?
Fue un joven concejal de Zipaquirá, militante del M19, representante a la Cámara y Senador con un brillante desempeño. Su tarea principal fue denunciar el entronque entre las mafias políticas y los grupos paramilitares. Destapó la corrupción en el gobierno capitalino de Samuel Moreno que se dio en llamar el escándalo del “Carrusel de la Contratación”. Fue candidato a la Presidencia por el Polo Democrático y en 2011 elegido Alcalde de Bogotá por el Movimiento de Ciudadanos Progresistas.
Es evidente que Petro ha tenido una carrera política exitosa. Nadie lo puede acusar de deshonesto o de utilizar la política con fines oscuros. Sin embargo, tiene – como es natural – poderosos enemigos. Ha pisado muchos callos. Inicialmente fue un buen punto de partida el hecho de provenir de un movimiento guerrillero que firmó la paz y la desmovilización en 1991 pero, la degradación del conflicto armado y la campaña de desprestigio que se montó en los medios de comunicación contra toda expresión armada revolucionaria, le han generado muchas resistencias. El holocausto del Palacio de Justicia (1985) pesa como un pecado.
Pero lo que nos interesa saber es… ¿Qué representa hoy Gustavo Petro desde el punto de vista político? ¿Qué sectores de la sociedad interpreta? ¿Cuáles son las posibilidades de que se coloque al frente de un gran movimiento popular? ¿Se propone Petro transformar las estructuras del país – conservador y clerical como ninguno –, dominado por un pensamiento ultra-reaccionario propio de terratenientes herederos de sistemas esclavistas y semi-feudales?
Es oportuno recordar que la izquierda latinoamericana – heredera de la tradición dogmática que se implantó desde la URSS en 1930 – siempre se ha equivocado al leer y calificar a personajes como Petro. Sucedió con Jorge Eliécer Gaitán a quién el partido comunista acusó de ser neo-fascista por haber estudiado en Italia y tener un verbo similar al de Mussolini, sin preocuparse por conocer y profundizar en sus ideas y acciones.
También ocurrió con Fidel Castro a quién el partido comunista cubano acusaba ser un agente de la burguesía. A Chávez gran parte de la izquierda no lo acompañó en sus inicios por ser un militar golpista y porque tácticamente sólo atacaba a la oligarquía venezolana y no al imperio estadounidense. Con Evo y Correa también han existido grandes distancias.
Para entender a Petro es importante revisar conceptos. Desde el punto de vista marxista los líderes son sólo un accidente de la historia. Empero, pueden ser determinantes para su época. Lo clásico es que las sociedades se dividen en clases (y en grupos étnicos-nacionales, de género, edad, religión, etc.), las clases y grupos se organizan en partidos y movimientos, y los partidos eligen a jefes y conductores. Los dirigentes concentran en sí mismos las mejores cualidades y los peores defectos de sus sociedades. Por ello, para superar sus limitaciones y falencias, la organización y la dirección colectiva son indispensables.
En el caso de Gustavo Petro la lectura debe hacerse desde la complejidad no lineal. Petro pertenece a una sociedad – planetaria y nacional – que cambia a una velocidad vertiginosa y en medio de un proceso creciente de proletarización de la mayoría de la población. Colombia pasó de ser rural a urbana en menos de 40 años. La inserción (verdadera subsunción) de la economía colombiana al capitalismo global se ha hecho en menos de 25 años – apoyándose en la acumulación de capitales provenientes de la economía del narcotráfico –, en medio de un proceso violento de expulsión de millones de campesinos del campo. Así Colombia pasó de ser la 6ª economía de América Latina a ser la 3ª después de Brasil y México.
Al igual que la mayoría de dirigentes del M19 que representaban en lo fundamental a la pequeña-burguesía urbana, Petro se re-insertó y amoldó a la institucionalidad después de su desmovilización en 1991. El primero en hacerlo fue Antonio Navarro al aceptar el Ministerio de Salud durante el gobierno de César Gaviria. Más adelante durante el gobierno de Ernesto Samper muchos militantes de la AD-M19 obtuvieron cargos de relativa importancia, entre ellos Petro, quien es nombrado como agregado diplomático en Bruselas. El grueso de la dirigencia asumió el camino del arribismo y la comodidad, organizaron fundaciones y ONGs, y algunos más adelante se arrimaron al “uribismo”. Otros quedaron en el pavimento.
Sin embargo Petro no se mostraba conforme con esa línea de comportamiento. Organizó el Movimiento Vía Alterna y llegó en 1998 al Congreso de la República para hacerse conocer como el gran enemigo de los grupos paramilitares y denunciar su contubernio con la clase política tradicional. Su valentía y arrojo lo catapultaron como un dirigente nacional y como personaje del año en 2006. Su pensamiento – que lo ha ido formando sobre la marcha – se centra en la reivindicación de la Constitución de 1991, la “defensa de lo público”, la inclusión social y económica de los pobres y marginados, y la cooperación entre el sector público y el privado en beneficio del interés general.
En esa línea llegó a la Alcaldía de Bogotá. Antes de posesionarse asustó a la gran burguesía con la propuesta de articular y unificar a las empresas de servicios públicos del Distrito (energía, agua, telefonía, basuras), ante lo cual montaron un show para acusarlo de pánico económico. Después, ya desde la Alcaldía, se enfrentó con los poderosos contratistas de la recolección de basuras, creó una empresa pública (UESP) y le dio participación a los recicladores como lo ordena la Corte Constitucional. Aprobó por decreto el Plan de Ordenamiento Territorial POT que coloca lo ambiental por encima de los intereses de los grandes urbanizadores y que ofrece la integración social de amplios sectores de la población. Aprobó el mínimo vital de agua para estratos bajos y rebajó las tarifas del transporte.
Esas acciones provocaron a la oligarquía que montó en cólera. Ratificaron sus temores de que Petro se iba a convertir en un duro rival para la Presidencia de la República en 2018. Fue calificado de populista e incapaz. Así, utilizaron al procurador Ordóñez para destituirlo e inhabilitarlo políticamente. La resistencia de Petro – movilizando al pueblo en su apoyo – desnudó las contradicciones en el sistema judicial colombiano, desenmascaró el poder corrupto existente en las altas cúpulas del poder judicial (Consejo de Estado y Consejo Superior de la Judicatura) y obligó a Santos a desconocer las medidas cautelares de la CIDH, mostrando su verdadero rostro anti-democrático y violador de los derechos humanos.
Por el otro lado, la izquierda tradicional no comprende a Petro. Ésta no lo ve como un aliado sino como un competidor. No tiene en cuenta sus orígenes y condiciones para explicar su vacilaciones y falencias, sino que lo condena drásticamente al primer “error”. No lo entendió cuando decidió deslindarse de las FARC con ocasión del asesinato de los 11 diputados del Valle. No lo toleró cuando se estrechó la mano con el recién posesionado Santos quien demagógicamente había recogido las propuestas de Petro de reparación de las víctimas del conflicto armado y de restitución de tierras. No lo acompañó en las denuncias de corrupción contra del alcalde “polista” que lo catapultaron a la Alcaldía de Bogotá. Y ahora menos lo van a entender cuando lanza la consigna de la Constituyente.
Ello se explica porque la izquierda tradicional no está acostumbrada a arriesgar. Está llena de miedos e inseguridades. Por eso se aferra a consignas estratégicas que no tocan la coyuntura. La táctica no es su fuerte. Pierde oportunidades inmejorables. Se deja quitar las banderas. Tiembla ante la posibilidad de hacer acuerdos tácticos con sus contradictores. No diferencia entre política de Estado y política de partido. Está mentalizada para ser oposición, nada más.
En cambio, Petro arriesga como el mejor. Lanza “cañazos” al por mayor que lo posicionan como un político temerario y atrevido. Así va acumulando opinión. Es experto en hacerse escuchar. Heredó el espíritu de Jaime Bateman quien era especialista en crear hechos políticos y en dialogar con la Nación y el pueblo. Pero en medio de ese accionar que, muchos califican como “bandazos”, ha mantenido una línea coherente. Es el primer Alcalde en enfrentar la esencia privatizadora del régimen político y por eso fue castigado.
Es por ello que hoy Petro “sólo” está rodeado por un sector de ex-funcionarios de la Alcaldía de Bogotá, una parte de la dirigencia progresista que lo acompaña en su lema de “Constituyente YA”, y las bases sociales (mayoría jóvenes citadinos) que lo acompañan en sus convocatorias. Pero también cuenta – indudablemente – con inmensas simpatías en el campo y la ciudad cuya población lo ve como un mártir de la anti-democracia oligárquica y como una posibilidad e instrumento esperanzador de avanzar hacia la verdadera democratización del país y el triunfo popular contra el neoliberalismo.
Hoy Petro no es el mismo de los años 90s del siglo pasado (XX). Tal vez sin proponérselo va al encuentro con un inmenso proletariado joven que se cuece – cocina y forma – en las ciudades y que ya se expresa emocionalmente en sus concentraciones. Igual, ya se ha encontrado con el movimiento agrario y campesino (cumbre agraria) que busca dar un salto cualitativo en sus luchas para pasar de los pliegos de peticiones y exigencias a construir una verdadera Plataforma de Lucha que lo fusione con el conjunto del pueblo colombiano para dar la batalla decisiva contra el régimen neoliberal.
Petro ha propuesto la consigna de convocar la Asamblea Nacional Constituyente ANC como una estrategia para sobrevivir políticamente – la única que le quedaba –, desarrollar un movimiento ciudadano de amplia cobertura, presionar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos CIDH para que anule la sanción de inhabilidad y así, poder aspirar a la Presidencia de la República en 2018. Es lo lógico y previsto.
Sin embargo, la estrategia de las concentraciones en las principales ciudades puede ser desgastante y rápidamente se puede agotar. Mucho más si continúa en una línea de apuntalarse exclusivamente en los Progresistas que se han decidido a apoyar la nueva Constituyente. Actúa de esa manera como vector y no como onda. No se percibe una clara línea de organización ciudadana y popular ni hay claridad sobre si la Constituyente va por transformaciones estructurales o se queda en cambios cosméticos.
Es allí donde tiene que reaccionar el movimiento popular. Petro es un potencial si se encuentra con el grueso del pueblo – que no participa en elecciones – y que de ese encuentro surja una motivación y orientación fuerte y amplia para la organización ciudadana. Ya en Cali Petro llamó a organizar Comités por la Democracia en cada barrio, vereda y municipio. Sin embargo se requiere mucho más. Hay que construir consignas sencillas pero profundas que motiven al pueblo a organizarse. Hay que abrirles las agallas a las amplias mayorías populares que están ávidas de verdaderos cambios en nuestro país.
La oligarquía está a la expectativa. Petro hoy es el principal enemigo de las clases dominantes y del establecimiento. La gran burguesía confía en que la izquierda tradicional no se una con Petro.[1] Hará todo lo posible para que las rencillas propias de la izquierda le faciliten el trabajo de anular y desdibujar a este dirigente popular. Ya preparan en la Fiscalía y otros órganos de la “justicia” nuevos procesos para condenar penalmente a Petro y llevarlo al ostracismo.
Si la izquierda tradicional no se une con Petro, el nuevo movimiento pasará por encima de ella. Una nueva izquierda revolucionaria de carácter proletario deberá surgir sobre la marcha, integrándose e incluso liderando el nuevo movimiento popular que está en construcción. La pequeña-burguesía – como sector de clase – ya fracasó en ese intento. Sólo Petro, en representación de una clase media cada vez más proletarizada, está en condiciones de avanzar y fundirse cada vez más con el conjunto del pueblo.
El análisis de la coyuntura nos indica que la gran burguesía transnacionalizada y el imperio no van a transigir a corto plazo con la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. No están en capacidad de correr ese riesgo, son conscientes de la precariedad y debilidad de su poder. Además, las contradicciones a su interior con Uribe y el latifundismo de vieja data – que sin ser antagónicas sí son agudas –, no le permiten contar con la flexibilidad que mostraron en 1991.
Esta situación es una ventaja para el movimiento popular y proletario. Es algo que debe evaluar Petro con mucha seriedad. Por ello la tarea central del momento es unificar a todos los sectores populares para encontrarnos con Petro y potenciar su lucha, que es la nuestra. Y dentro de ese proceso las fuerzas proletarias – que piensan seriamente en anti y post-capitalismo – también deben unificarse, para actuar con autonomía pero con unidad y flexibilidad.
El momento es oportuno para avanzar con optimismo. Petro debe ser protegido y arropado por el pueblo. La oligarquía va a querer asesinarlo cuando vea que es indetenible pero el poder popular pacífico y civilista va a ser – en esta ocasión – una defensa infranqueable contra el atentado criminal.
El Proceso Constituyente ya arrancó. Debe adelantarse con mayor visión estratégica, tiene que dotarse de un programa y unos objetivos máximos y mínimos, y debe estimular la más amplia organización popular y ciudadana. “Petro no se va” pero de Colombia, con él se puede avanzar con confianza en la actual coyuntura. Petro ya es un caudillo popular, el pueblo debe convertirlo en un conductor de multitudes.