A finales de los años setenta Rodrigo Londoño se fue al monte. Hijo de una pareja de campesinos comunistas de Calarcá (Quindío) cercanos a Manuel Marulanda se graduó del colegio Rufino José Cuervo de Armenia a los 18 años en donde se destacó por sus ideas comunistas. Desde esa época se vinculó a la JUCO. Un año después esta organización lo envió a Moscú a estudiar en la célebre universidad Patricio Lumumba, también conocido como la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos. Fundada en 1960 la URSS usó esta universidad para respaldar a jóvenes entusiastas por el comunismo de todas partes del mundo. Londoño estudió allá tres años medicina. Leyendo en su biblioteca conoció el legado de uno de los héroes de la Revolución de Octubre menos conocidos en occidente: se trata de Semión Konstantinovitch Timoshenko.
Nacido en la Villa de Furmanivka, en la actual región de Odessa, Ucrania, en 1895, fue hijo de un campesino que, como sucedía en esa época con los mujiks, no tenían estudios superiores. En 1918 fue uno de los cientos de oficiales que dejó su fusil en plena primera guerra mundial para hacerle resistencia al Zar Nicolás II. Estuvo de acuerdo con la ejecución de la familia Romanov que terminaba con el zarismo en Rusia y la instauración de la dictadura de los trabajadores. A los 23 años, durante la guerra civil rusa, ya era comandante de una división de caballería. Desde esa época ya era amigo íntimo de Josef Stalin. Por su cercanía se salvó de morir en una de las grandes purgas que el sanguinario dictador le impuso a cientos de sus colaboradores.
Fue durante la II Guerra Mundial que Timoshenko ganó notoriedad mundial. En julio de 1941 Hitler ordenó la invasión a la Unión Soviética. En su delirio megalómano Hitler ordenó una invasión a ese territorio. Al principio creían que podían ganar en un tiempo récord, una guerra relámpago que los pondría frente a Moscú antes de que empezara el invierno. Los nazis ganaban las batallas con facilidad hasta que Timoshenko empezó a ser tenido en cuenta en decisiones fundamentales. Fue él quien tecnificó al Ejército rojo y lo llenó de tanques, fue él quien habló al oído de Stalin y le aconsejó la táctica de la tierra quemada: para desgastar al ejército alemán lo mejor era hacerlos recorrer las interminables estepas rusas y quemar todo a su paso. Era una falsa retirada. Plantearles una guerra larga y desgastante que terminaría destruyendo, a largo plazo, las tropas de Hitler. Stalin lo galardonó como héroe de la patria y fue ascendido a Mariscal, máximo cargo al que puede aspirar un oficial. Murió en 1970, a los 75 años. Fue enterrado en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin en Moscú.
Hasta allá iba el joven Rodrigo Londoño a mirar la fría placa de mármol. Fue su héroe de la revolución rusa. Se fue de Moscú en 1980, hizo estudios de inteligencia en Cuba y luego se fue a perfeccionarse a la Yugoslavia comunista. Cuando regresó al país en 1982 se vinculó a las Farc gracias a los consejos de su amigo, el miembro de la Unión Patriótica José Miller Chacón, asesinado en 1993. En esa época las Farc era una pequeña guerrilla que tendría máximo 500 hombres que necesitaba expandirse. Timochenko en esa época no era un combatiente, era un ideólogo. Nunca nadie más le volvió a llamar por su nombre, Rodrigo Londoño, al menos en 35 años, hasta que el 29 de noviembre del 2016 firmó la paz con Juan Manuel Santos en el Teatro Colón de Bogotá.