¿Cómo se pagan las horas de juegos infantiles, de cariño maternal, de relaciones entre hermanos, de picardías necesarias para ir forjando la personalidad; de fiestas familiares, de compañeritos de estudio, del Día de la Madre, de las aulas de clase necesarias para ir formando el intelecto, para forjar la personalidad? ¿Cómo se pagan esas horas preciosas que se pierden en la guerra cargando un fusil, haciendo la comida en el rancho, sirviendo de carne de cañón, haciendo inteligencia, participando en combates o emboscadas?
¿Y cómo se curan esas cicatrices de la guerra? ¿Cómo se elimina el natural comportamiento agresivo de los niños acostumbrados a la ley del fusil? ¿Cuánto tiempo se pierde buscando la cura para el natural retraimiento, la ansiedad, las dificultades de relación y de atención que presentan los niños de la guerra?
Bienvenida la decisión de sacar a los niños de la muerte para llevarlos a la vida, bienvenidos los esfuerzos que se hagan para darles algo de paz y de sosiego, para enseñarles que las cosas no se consiguen por la fuerza, que no toda la gente es mala, que el estudio es necesario para salir adelante en la vida, que el calor de un hogar así sea sustituto es mejor que el calor de una trinchera, que el amor en libertad es lo más maravilloso de la vida y ante todo que nada ni nadie podrá pagarles la infancia que perdieron en el monte.