La noche de este Monte, no se parece a ninguna otra noche, es estrellada en exceso, en demasía, distrae, perturba, astros y satélites surcan el cielo como insectos, mientras nosotros a millones de años luz, acomodamos los cagajones de vaca en pequeños montones, para que al quemarse el humo espante la jauría despiadada de mosquitos, como una burla poética al rimbombante show cósmico de los dioses. Pero la verdad es que los mosquitos han ganado más guerras que las armas. A veces el cielo cansa, la guerra extenúa, la brea de la noche te envenena los ojos, y la penetrante mirada de las serpientes desde la oscuridad; te persuaden para que abandones esta lucha y te entregues a ese otro anonimato tan atractivo e hipnótico de la estupidez citadina, revolcarnos juntos en nuestros odios y miedos, doparnos con esmog, pornografía y desear la muerte una vez por semana. Pero cuándo la tentación de desistir nos deja una pequeña roncha, esta plutocracia Colombiana, se roba nuestro oro, nuestra plata y solo nos deja el plomo, como destino o como infierno y enciende uno a uno los faroles de la revolución. A Petro lo destituyen, Camilo tiene rabia y hace disparos al aire que duran eternidades en la espesura de la selva, Tomás va gritando putazos mientras va a bañar el caballo al arroyo, yo tomo un café para que se me olvide la cuenta de los días, porque he decidido reinsertarme a la vida civil, después de que lo haga la gente de bien de esta bizarra sociedad.
Subcomandante Buendía
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