Aquella aula de clase donde llegaban Juan Pablo, María Paulina y Sofía se ha desdibujado a causa de la pandemia. Todo esto ante la mirada perpleja de rectores, maestras, padres, madres de familia, estudiantes, entre otros. Los actores escolares se enfrentan a unas nuevas realidades que tienen unas implicaciones para sus vidas: esas madres que hoy tienen más dificultades para irse a trabajar porque no tienen con quién dejar a sus hijos o hijas; los niños y las niñas que se ven restringidos en sus posibilidades de juegos, disputas y abrazos con sus congéneres; esos dueños de las tiendas escolares que se quedaron sin su negocio de la noche a la mañana, entre otros.
En ese escenario vale la pena hablar de los y las maestras, que hoy han reemplazado las paredes llenas de letreros grandes con mensajes de alegría, el calendario de los cumpleaños de sus estudiantes, por las pantallas de los computadores que han logrado darles vida a partir de la técnica del famoso cacharreo. Los abrazos se han transformado y, a sabiendas de que con la palabra también se abraza, se han sentido abrazados con las manifestaciones de sus estudiantes sobre como disfrutaron de la clase que acabaron de recibir, también se han solidarizado con la tristeza de papás y mamás, por no tener la oportunidad de brindarle a sus hijos e hijas un computador o un celular para poder asistir a las clases virtuales, o con las manifestaciones de intranquilidad de sus estudiantes porque el acceso al internet es de parte de la vecina que no pudo pagar los servicios este mes y por lo tanto, el estudiante no pudo enviar la tarea pactada para la semana.
Todas estas vivencias dan cuenta de una cercanía importante con las vicisitudes que las familias tienen que pasar para poder acceder a un plato de comida, aunque es más dificultoso enterarse de las vicisitudes que pasan las familias de los y las estudiantes que no cuentan con un teléfono fijo o un celular (créanme, existen), las cuales se comunican con más puntualidad cuando angustiadas buscan la oportunidad de ser beneficiadas por el mercado que la Secretaría De Bienestar Social entrega para aportar a la nutrición de los niños y las niñas, solo que en esa repartición, como no hay para todas las familias, no tienen en cuenta los criterios de priorización que los docentes tienen, además de la norma que impide priorizar a los niños y niñas venezolanos, en muchas ocasiones, esos que precisamente son los que más necesitan ese aporte.
Los y las maestras, también se han visto llamadas a cambiar su horario de trabajo: ahora es fácil recibir las demandas de las familias después de las 9:00 p.m. o los fines de semana con un simple argumento: “Que pena profe a esta hora… es que en el día estaba trabajando y en la casa no hay más celulares para enviarle la tarea” y ¡oh sorpresa!, no solo el horario de trabajo ha cambiado a cuenta de las miles de jugadas que tienen que hacer las familias para sobrevivir, sino también por las extrañas concepciones de los rectores que hoy se creen con la potestad de llamar a cualquier hora del día o de la noche, o de convocar a reuniones sin importar el horario programado por las y los maestros para llevar a cabo las actividades con los y las estudiantes. Es como si un espíritu medieval se hubiese apropiado de los directivos en la creencia de que el tiempo de los y las maestras es propiedad del amo, obviamente los amos son ellos, los directivos.
En medio de todo, los y las maestras, como siempre con sus recursos (su celular, su computador, su luz, su cuenta de internet), han librado una batalla para lograr que a pesar de las múltiples dificultades, los niños y las niñas puedan seguir vinculados al sistema educativo, pero a esta sociedad que no logra valorar todo lo que ellos y ellas hacen, llega hasta a plantear que son unos vagos, porque proponen una alternancia con unas garantías para la salud que en la historia reciente de este país, el gobierno no se ha dispuesto brindarles.
Todo esto para no ahondar en el prejuicio sobre que los y las maestras “adoctrinan a los estudiantes”, un discurso aprendido y agresivo que pretende distorsionar el derecho a la libertad de cátedra planteado en el artículo 27 de la Constitución, en una clara demostración del talante antidemocrático que acompaña a muchos de nuestros Honorables Parlamentarios y que pretende amordazar con el veto de las redes sociales, las posibilidades de plantear escenarios de discusión, que les permita a los y las estudiantes entender que en una sociedad que valore a los seres que la componen, los niños y las niñas no tienen que vivir con hambre, que tienen derecho a la educación y a los medios para acceder a ella, y que existen unos mecanismos constitucionales para su exigencia, que la mayor dificultad que tiene este país es que tenemos unos gobernantes que saben muy bien que ¡un pueblo que no estudia, es borrego de los mandatos de aquellos que lo esclavizan!.
Muy seguramente, los y las maestras eran testigos de muchas dificultades vividas por sus estudiantes antes de la pandemia, solo que hoy el Covid 19 hace las veces de un trapo que además de desempañar el espejo de la desigualdad, la recrudece, para mostrar la verdadera dimensión de esa violencia estructural que ha estado inmersa en las dinámicas de la historia de un país, que no logra superar sus conflictos internos, debido a su incapacidad de generar políticas de redistribución, porque los que tienen el poder se aferran a él para acaparar las tierras, los recursos, los medios de producción, lo que nos tiene como el país más inequitativo de Latinoamérica[1].
Además de ser testigos de las dificultades de las familias para acceder a sus derechos fundamentales, los y las maestras se encuentran también con sus propias vivencias familiares a causa de la pandemia. El escenario es complejo y solo nos queda la pregunta: … ¿Quién cuida a los maestros y maestras?
Este es el panorama que hoy los acompaña, pero no dejaran de recibir el “Feliz día del maestro”, como una manifestación insulsa de algunos, de otros sentida, pero al fin de cuentas una manifestación que se queda corta para todo el aporte que hoy le han dado al país, en medio de la difícil situación que estamos viviendo.
[1]Colombia es el país más desigual de toda América Latina